El 7 de diciembre de 2024, París se preparaba para un evento monumental: la reapertura de Notre Dame, un símbolo de fe y resiliencia tras el devastador incendio de 2019.
Sin embargo, en medio de la celebración, una pregunta resonaba en mi mente con creciente indignación: ¿dónde estaba el Papa Francisco?
Como periodista, siempre he defendido el valor de la presencia en momentos cruciales. La catedral no es solo un monumento; es un lugar sagrado para millones de católicos.
La expectativa era alta, especialmente entre los fieles franceses que ven en el Papa un líder espiritual y un símbolo de unidad. Pero su ausencia fue un golpe bajo, una falta de respeto hacia una comunidad que necesita su apoyo más que nunca.
Ausencia papal: ¿compromisos prioritarios o excusas inadmisibles?
Pero, ¿de verdad es más importante eso que estar presente en uno de los eventos más significativos para la Iglesia? Para colmo, planeaba visitar Córcega una semana después. ¿Es esta la forma en que se priorizan las relaciones con países europeos a expensas de naciones con profundas raíces católicas? Me resulta inaceptable.
Mientras observaba a dignatarios y líderes religiosos reunidos en la ceremonia, sentí una mezcla de rabia y decepción.
El arzobispo de París, intentó justificar la ausencia del Papa diciendo que quería que Notre Dame fuera «la estrella» del evento. Pero esa excusa no se sostiene.
En un momento crítico para la Iglesia en Francia, donde el secularismo avanza a pasos agigantados, su falta de presencia es inexcusable. ¿Acaso el Papa no entiende que su liderazgo se mide por su disposición a estar presente en los momentos cruciales?
La atmósfera festiva se vio empañada por esta ausencia notable. Muchos asistentes comentaban sobre cómo la presencia del Papa podría haber dado un impulso moral a una comunidad católica que lucha por mantenerse relevante. La oportunidad de fortalecer los lazos entre el Vaticano y la Iglesia francesa se perdió, y todo por una agenda personal.
Un renacimiento millonario, pero sin liderazgo espiritual
Entre los principales donantes se encuentran François Pinault y Bernard Arnault, quienes aportaron 100 y 200 millones respectivamente. Este esfuerzo monumental, debería haber sido celebrado por el líder espiritual del catolicismo, pero su ausencia dejó un vacío difícil de ignorar.
Al final del día, mientras las luces iluminaban las torres restauradas de Notre Dame, me quedé con una sensación de indignación.
La catedral renacía, pero su renacimiento no contaba con el apoyo visible del líder espiritual que debería haber estado allí para guiar a su rebaño.
La pregunta persiste: ¿qué significa realmente este liderazgo si no está dispuesto a estar presente en los momentos cruciales?
La ausencia del Papa Francisco no solo fue un desaire; fue una falta de respeto a la fe y a los fieles que lo siguen. Es hora de que el Vaticano se replantee sus prioridades y reconozca que los momentos importantes requieren líderes presentes, no ausentes.