Los cruceros en general me generan ciertas dudas existenciales: esos hoteles flotantes con más gente que el Zócalo en el Grito de Independencia, donde 6,000 almas apiñadas juegan a ver quién sobrevive a las filas infinitas. La experiencia es algo así como subirse a un centro comercial en Black Friday pero sin la opción de salir corriendo.
Los cruceros no son para mí, o por lo menos los que he conocido han sido decepción tras decepción. Si hay alguno que sea mejor, pues habría que probar.
Cuando creí que me subiría a “El crucero del amor”, pero terminé en un geriátrico
Mi primera vez a bordo de un crucero fue en un Princess en 1984. Me invitaron a la inauguración; era «el súper lujo», enorme, precioso. Pensaba que me iba a encontrar justamente con todas esas guapas de El Crucero del Amor. ¡Y tómala! Que me enfrento a un barco de puros viejitos: el más joven tenía 55 años, y yo, pues, 23 o 24. En ese entonces era columnista de El Sol de México.
¡No te imaginarás qué aburrimiento! En el casino, todos con su tanque de oxígeno, ¡horrible! Como será que me leí completito El amor en los tiempos del cólera, lo cual fue más deprimente.
¡Gracias a Dios me encontré con mis amigos Mordo Azus y Manuelito Lascano, que es buzo profesional, y así pude esquivar el tedio! Recuerdo que la cena con el capitán era de lo más aburrida: todos tenían que ir de smoking o de traje… ¡y ni smoking llevaba, por supuesto!
Años después me fui con la que era mi novia por mi cumpleaños, en un Carnival rumbo a Noruega, y fue desastroso. El barco era horrible, viejo. Como será que llegamos a Oslo y nos bajamos.
Como no me dejaban abandonar el barco, la policía nos estaba esperando y nos preguntó por qué no queríamos continuar. Les enseñé mi pasaporte y, cuando les dije que éramos los más jóvenes y que estábamos de lo más aburridos y deprimidos, se atacaron de la risa y nos dejaron pasar. Luego continuamos el viaje dirigiéndonos a donde cayera el dedo en el mapa: fuimos a Bruselas, Londres… Afortunadamente, logré arreglar mi viaje de cumpleaños.
Dicen que «la tercera es la vencida», así que me embarqué en un Azamra de la Royal Caribbean. Me habían prometido un barco de súper lujo. ¿Cuál barco de súper lujo? Era un buen barco, pero de lujo no tenía nada. Las ventanas estaban oxidadas, no funcionaban uno o dos restaurantes, ¡el baño era tan pequeño que hacías pipí casi en la regadera! De nuevo, no fue una gran experiencia. Y aunque nos fuimos al Mediterráneo, el barco «no daba».
Le di una cuarta oportunidad al que creo ha sido el mejor que he hecho. Fue en un Explora, sin duda. Aunque era muy aburrido, la comida era buena. Sim de gran «de lujo», con 500 o 600 habitaciones, así que al menos el WiFi no me lo cobraban. Pero bueno, todo lo demás sí. Había un whisky bar , algún espumoso (y no precisamente buen champagne); te lo disfrazan diciéndote que era de lujo. En cuanto a la cena, todo muy bien. De hecho, es el único barco cuyos restaurantes deben tener estrellas Michelin, ya que pertenece al grupo MSC Crociere S.A.
También algún día en el 99, me fui en uno que se llamaba Yellow Crane, por el río Yangtsé, el más largo de China y Asia. Íbamos de Beijing a Shanghái, o viceversa, y el viaje duraba como 12 días; era casi el 2000, cuando apenas China despertaba. Recuerdo que éramos dos mexicanos, cuatro europeos (que no se bañaban nunca, ni se cambiaban de ropa y dejaban oliendo el pasillo de esquina a esquina). También había muchos orientales, eso sí, muy ordenados, limpios, educados. No lo vas a creer, pero los menos educados eran los europeos.
Mega cruceros: ¿turismo de lujo o prueba de supervivencia?
En cuanto a los mega cruceros comunes y corrientes, la situación cambia para mal y peor: haces filas para el buffet, te subes al elevador repleto de turistas en chanclas y bloqueador a medio embarrar, mientras tú solo rezas por llegar vivo a tu camarote. Y si es estándar, parece diseñado para probar cuánto espacio vital puede soportar un ser humano antes de volverse loco. Seguramente te tocará un vecino ruidoso que va de fiesta, y te sentirás como si estuvieras en la primera fila de un antro.
Excursiones tendrás, ¡por supuesto! Pero junto con otras 3,000 personas que desembarcan al mismo tiempo, listas para invadir un pueblo que ni siquiera estaba preparado para semejante estampida humana.
Y cuando finalmente logras encontrar un rincón tranquilo para apreciar el mar, te das cuenta de que esos mega cruceros están diseñados para que nunca lo hagas. Toboganes, casinos, bares, karaoke, fiestas… más que navegar, esto es Las Vegas con mareo incluido. Mis vacaciones ideales nada tienen que ver con hacer filas, gastar dinero y compartir mi espacio con miles de extraños sudorosos.
En ese caso, contrata con agencia de viajes de lujo como Elvie Travel (www.eleviertravel.com) todas tus excursiones, traslados, hoteles, etc.
En cuanto a los cruceros de lujo, que son más pequeños, tampoco me encantan porque luego son muy aburridos, al menos de que descubra uno que no lo es.
Normalmente, si no van niños, van puros viejitos; y si no juegas en el casino, pues también te aburres. Ni qué decir de los shows: son bastante malos. Los comediantes no «pegan» en ninguna parte, así que los llevan ahí con ese humor muy gringo, muy inglés, muy local. Y los imitadores de artistas… igual pueden ser de Beyoncé que de Shakira “look a like”.
Definitivamente, son espectáculos que en ningún otro escenario funcionarían, pero ahí los tienen. A veces los magos son buenos. Las discotecas son aburridas, no hay concepto de música, están repletas de niños y viejitos. Así que paso.
The Love Boat: convirtió a los cruceros en el sueño americano (y en mi peor pesadilla flotante)

Lo que sí no me perdía por nada del mundo era El Crucero del Amor, The Love Boat.
Cómo olvidar la inolvidable frase: «¡Sube a bordo, te estamos esperando!», y las historias del capitán Merrill Stubing (interpretado por Gavin MacLeod) y su tripulación: el doctor Adam Bricker (Bernie Kopell), la directora de crucero Julie McCoy (Lauren Tewes), el barman Isaac Washington (Ted Lange) y la hija del capitán, Vicki (Jill Whelan); además de los distintos actores invitados que daban vida a los pasajeros en cada episodio.
Y es que The Love Boat realmente creó la industria de los cruceros. De acuerdo con Michael L. Grace, guionista del programa en los años 80, en una entrevista con CNN Travel, el programa tenía 50 millones de espectadores, y todos querían hacer un crucero.
Para 1977, año del lanzamiento del programa, cinco millones de personas se fueron de vacaciones en un crucero, comparado con las 500,000 personas de 1970. De repente, hacer un crucero se convirtió en el sueño de mucha gente.
Recordando, pues, me subí a aquel gran Princess, por el legado y la popularidad de The Love Boat , que permitió a millones de personas como a mi, soñar con enamorarse y “vivir aventuras” en alta mar. La industria de los cruceros creció hasta convertirse en un negocio multimillonario, pero eso no es un aliciente a la hora de «descansar» en un búnker atiborrado de personas, donde te aburres con tanto viejito y espectáculo soso.