Crédito: The Economist, MIT
Apoyo las herramientas de IA; uso Perplexity, pero con cautela, con criterio, y teniendo muy claro que es un apoyo, no la dueña de la verdad absoluta.
Yo no quiero que ChatGPT reemplace mi pensamiento, supla mi capacidad de analizar, evaluar, interpretar, inferir, explicar, reflexionar, contextualizar, debatir, argumentar…
No quiero que Gemini tome decisiones por mí, ni me manipule, ni debata en mi nombre o resuelva mis problemas. En otras palabras: no quiero depender intelectualmente de una IA que me diga qué pensar y cómo pensar.
Pero hacia allá vamos… y hay que estar preparados; a El Pensador de Rodin lo están mandando a recoger.
Lamento informarte que tu cerebro se está marchitando cada vez que le pides a Copilot que escriba —ese proceso creativo por excelencia— por ti; cada vez que dejas que realice ese “esfuerzo mental” que tú ya no haces; cada vez que la autorizas a escoger tus palabras, ideas o pensamientos y los plasme en un mail, carta, presentación, ensayo, artículo… hasta en un post.
Lo que te está sucediendo, biológicamente hablando, es que estás dejando de ejercitar tus cortezas prefrontal medial y cingulada posterior, tus lóbulos parietales laterales y tu hipocampo: todas estas zonas del cerebro asociadas con tu creatividad, con el pensamiento crítico, con la atención.
Todo parece indicar que el uso de la IA disminuye de manera dramática tu actividad neuronal, y te va volviendo… tonto.
Y no lo digo yo, lo aseguran cientos de estudios, entre ellos uno reciente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
¿Acaso ese es el precio que tienes (o quieres) pagar por tener “una mano extra para pensar”?
El MIT, en su afán por comprobar lo ineptos que nos estamos volviendo, conectó electroencefalogramas a un grupo de estudiantes y los puso a escribir ensayos complejos.
Unos contaron con la ayuda de ChatGPT, mientras que otros lo hicieron por su propia cuenta, así como hacíamos nosotros antes de la IA.
Los científicos querían medir su actividad neuronal y hallaron algo aterrador: los que usaron IA ni siquiera pudieron citar fragmentos de sus propios textos —de esos que acababan de escribir—.
O sea, que también la memoria a corto plazo se ve afectada. ¡Y cómo no, si ni siquiera fue escrito por ellos mismos!
¿Parece que ya nadie usa el cerebro por culpa de ChatGPT?
El pensamiento crítico también se ve comprometido. Parece que ahora solo lo utilizamos si tenemos que revisar cuidadosamente un informe antes de enviarlo a un cliente, o si debemos modificar un prompt tras un resultado “insatisfactorio”; de resto, todas, todas las tareas son automáticas y las realiza la IA: desde resumir documentos extensos hasta diseñar campañas de marketing…
Parece que ya nadie usa el cerebro porque hoy todos tenemos herramientas de inteligencia artificial. Y si seguimos por ese camino, el futuro de nuestro cerebro será reducirse al tamaño de una nuez, por falta de uso.
Para colmo de males, ahora “todos” creen en “todo” lo que la IA dice…
Ni lo refutan ni lo cuestionan; se ha convertido en un acto de fe.
Ese exceso de confianza preocupa a cientos de docentes de secundaria y universidad, alarmados por la extrema dependencia de sus estudiantes a estas herramientas.
¡Ya ni van a consultar a la biblioteca!
Falta más evidencia para determinar si la dependencia a la IA está relacionada directamente con el deterioro cognitivo de nuestro cerebro, pero cientos de estudios ya están concluyendo que quienes no dependen de la IA conservan un mejor pensamiento crítico.
Y es que es difícil olvidar que las apps y herramientas de IA fueron diseñadas para aliviar la carga mental a la que estábamos acostumbrados, para resolver tareas tediosas sin tener que volver a leer mapas, escribir correos, hacer cálculos mentales o decidir por dónde llegar a un lugar (aunque nos metiéramos en el tráfico).
Eso no nos convierte en humanos menos capaces, pero nuestro cerebro sí se relaja, porque ya no tiene que pensar… y se vuelve flácido.
Si lo acostumbramos a que otras herramientas externas piensen por él, —aunque no lo creas— el cerebro se va volviendo tacaño, porque la tendencia humana es buscar siempre la solución más fácil ante un problema.
Científicamente, esto se llama “tacañería cognitiva”.
¿Y si llega un día en que confiamos tanto en que la IA va a resolver un problema… y no lo hace?
Muchos argumentan que nos hemos vuelto más productivos, pero… ¿qué pasa si también comienza a afectar nuestra competitividad?
Porque si todos comenzamos a buscar soluciones en las mismas herramientas, el algoritmo nos arrojará las mismas respuestas a todos.
No habrá recursividad creativa que nos diferencie unos de otros.
Y llevamos millones de años sobreviviendo a punta de creatividad y observación: así nació el fuego, las armas de caza, la rueda…
Soy conciliador, así que creo que podemos llegar a un acuerdo:
ejercitar nuestro cerebro mientras nos apoyamos en las herramientas de IA.
Quizá establecer un diálogo con ChatGPT para que, juntos, lleguemos a una respuesta final.
Provocarlo, estimularlo para que nos dé respuestas más profundas y mejor pensadas.
O invitarlo a reflexionar y debatir, en lugar de limitarlo a dar una respuesta “por salir del paso”.
Los invito a que, la próxima vez que utilicen alguna herramienta, escriban primero su propia respuesta a un tema, y luego accedan a la IA.
Si retamos la parte cognitiva de nuestro cerebro a la par con la de la herramienta, seguro mejoraremos ambos rendimientos.
No queremos que nuestro cerebro pague los platos rotos de los programadores de algoritmos, y por supuesto que no queremos convertirnos en una manada de tontos.