Piratas sin bandera: las nuevas sombras del mar

Piratas sin bandera: las nuevas sombras del mar

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Los piratas no desaparecieron: cambiaron de bandera, de armas y de códigos. Ya no buscan cofres ni gloria, sino contenedores, petróleo y rehenes. Del Cuerno de África al Golfo de Guinea, la piratería del siglo XXI es un espejo incómodo de la desigualdad global.

Por: Ivana Von Retteg. Escritora, guionista, gran conocedora y lectora apasionada de la ficción náutica y la piratería. IG: @ivana_von_retteg X: @IvanavonRetteg

En algún rincón de nuestra memoria colectiva, la palabra “pirata” aún evoca mapas con equis rojas, catalejos oxidados y velas infladas por la sal de otro siglo.

Pero el siglo XXI tiene sus propios corsarios: no llevan parches ni piernas de palo, sino radios satelitales, AK-47 y la rabia que florece de un Estado desmoronado.

Hoy, los mares siguen siendo escenario de saqueos, pero los tesoros ya no son cofres dorados: son buques petroleros, contenedores de carga y rehenes con uniforme de marino.

Somalia: donde la pesca se volvió venganza

En la costa rota del Cuerno de África, donde Somalia se disolvió en facciones y terror tras 1991, el mar quedó huérfano de guardia. Buques extranjeros, sin ley ni vergüenza, saquearon sus bancos pesqueros y, más tarde, arrojaron a sus aguas residuos tóxicos. La costa se llenó de redes vacías y niños con hambre.

Y entonces, un grupo de pescadores decidió armarse. Con lanchas rápidas, escalas de cuerda y rifles comprados en el mercado negro, interceptaban barcos europeos en nombre de la justicia.

Lo que empezó como resistencia se convirtió pronto en industria: entre 2005 y 2012, más de 1,000 marinos fueron secuestrados por piratas somalíes. Algunos volvieron tras meses de encierro. Otros, nunca.

El caso más célebre, el del Maersk Alabama, inspiró una película en 2006: El Capitán Phillips. Pero tras las cámaras, había otra historia más profunda y desgarradora.

Estrecho de Malaca: en el filo de Asia y sin bandera 

Entre Indonesia, Malasia y Singapur corre un pasadizo angosto: el Estrecho de Malaca, con 850 kilómetros. Allí transita casi una cuarta parte del comercio marítimo mundial. Miles de barcos cruzan cada semana, cargados de petróleo, autos, textiles.

Los piratas del Malaca son distintos: silenciosos, quirúrgicos, organizados como empresas. Usan tecnología avanzada, interceptan señales de radar, atacan de noche y desaparecen en minutos. No buscan rehén ni sangre: quieren carga. Quieren velocidad. Quieren desaparecer. A menudo están conectados con redes criminales que mueven drogas, armas y personas.

Algunas tripulaciones ni siquiera denuncian los asaltos, por miedo a sanciones o porque las aseguradoras prefieren el silencio. Singapur, Malasia e Indonesia han lanzado patrullajes conjuntos. Pero el mar, como el crimen organizado, no conoce fronteras.

Golfo de Guinea: el secuestro como industria

Y al oeste de África, allí donde el océano muerde las costas de Nigeria, Togo y Ghana, se encuentra el escenario más brutal. El Golfo de Guinea no roba mercancías, roba personas.

Aquí, los piratas son herederos de las guerrillas del delta del Níger. Ex milicianos, ex pescadores, combatientes reciclados por la precariedad. Operan con impunidad, a veces con protección de oficiales corruptos, y se internan hasta 200 millas en el mar para interceptar buques. No hay banderas, solo velocidad, fuego y un mensaje: “tienen 72 horas para pagar”.

Los marinos, la mayoría filipinos, indios o africanos, son secuestrados y mantenidos en tierra durante días, incluso semanas. Algunos vuelven, otros no. Mientras tanto, las compañías petroleras pagan en secreto. Las aseguradoras suben tarifas. Y el ciclo se repite.

La piratería moderna no es un vestigio del pasado porque la narrativa del pirata actual es absolutamente distinta que aquellos de la era dorada donde el discurso era incluso poético. No, la piratería actual es el síntoma de un presente desigual. Nace donde el hambre es más fuerte que la ley. Donde los gobiernos miran hacia otro lado y las empresas prefieren negociar con criminales que pagar salarios dignos. Los nuevos piratas no quieren gloria ni cuentos. Solo sobrevivir. Y en cada ola que se rompe contra los cascos de los buques hay una pregunta que todavía no sabemos contestar: ¿Quién protege a los que navegan por mares que ya nadie quiere mirar?

 

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