
Para mí dormir varias horas es fundamental…y necesario. Cuando no descanso lo suficiente, ¡me quedo dormido hasta en los semáforos! El otro día, durante unos segundos, “caí en los brazos de Morfeo” en pleno Reforma; y otra vez “se me apagaron las luces” en Palmas, a las tres de la tarde, entre el calor y el tráfico. También me pasó en el metro de París mientras hacíamos unos reportajes: hacía mucho calor y veníamos agotados.
Horas de sueño no son enemigas de la productividad
Hay que dormir bien, punto. Hay que dejar de considerar que el “pegar el ojo” es una pérdida de tiempo y productividad, por más CEO que seas. Trump presume dormir entre tres y cinco horas, y Sanae Takaichi, la primera ministra de Japón, se jacta frente a su gabinete de descansar entre dos y cuatro horas (¿pueden creer que recientemente citó a sus asesores a una junta a las tres de la madrugada?). Como si adueñarse del sueño de su equipo fuera a reducir la deuda pública de 1.317 billones de yenes que convierte a Japón en una de las economías desarrolladas más endeudadas respecto al PIB. Seguro los mantiene atentos a punta de espresso con piquete… pero de sake Dassai.
¿Sacrificar horas de sueño para ser más productivo y eficaz me convertirá en millonario? No, gracias. ¿Acaso la ecuación del éxito laboral y personal se mide en proporción directa a las horas de vigilia? Tampoco. No es un capricho de la naturaleza que durmamos de noche —al menos entre siete y ocho horas— como lo muestran estudios publicados en Science, Nature Neuroscience y PNAS.
Por otro lado, están los “morning people”, los “early birds”, los madrugadores, los matutinos como Tim Cook, director ejecutivo de Apple, que se despierta a las cuatro; o Anna Wintour, editora de Vogue, que arranca su jornada a las cinco. Espero que ambos se acuesten entre las ocho y nueve de la noche, aunque lo dudo: entre cenas, compromisos y eventos, seguramente duermen las mismas horas que Trump y Takaichi.
En mi caso, me levanto entre las ocho y las ocho y media, y me duermo alrededor de la una. Duermo, religiosamente, mis ocho horas. También tengo mi ritual nocturno: leo un libro o repaso las últimas noticias; si son malas, me da sueño y me duermo más rápido. Eso se llama higiene del sueño (¡o sea que Trump, Takaichi y otros súper top executives son unos “sucios”… en cuestiones de sueño!).
El concepto de higiene del sueño se le atribuye al psicólogo Peter Hauri (1933–2013), uno de los fundadores de la medicina del sueño en Estados Unidos, y el primero en recomendar reglas para evitar el insomnio: regular la hora de acostarse, evitar estimulantes y crear un ambiente favorable. Tengo una amiga que antes de dormir perfuma sus almohadas con lavanda, se pone un antifaz, tapones en los oídos y programa sonidos del mar en su celular.
Dormir bien está directamente relacionado con la salud mental. Cuando no duermes, hasta te pueden enviar al psiquiatra para ajustar tu ciclo circadiano: ese ritmo biológico que regula el sueño y la vigilia, libera melatonina y cortisol, y ayuda al metabolismo, la digestión y la energía diaria. Está comprobado: dormir poco se asocia con ansiedad, depresión y trastornos del ánimo.
Y claro, ahora entiendo muchas cosas. Eso explicaría la “personalidad” y el “carácter” de Trump: su retórica agresiva, impulsiva; su liderazgo volátil y su emocionalidad intensa. No es que “sea así”: ¡es que durmiendo tres horas cualquiera sería así! Si no descansas, el cuerpo te pasa factura: ¡quizá hasta termines de color naranja! Y la pobre primera ministra ya lo admitió: no dormir “probablemente es malo para su piel”. Pues claro: los órganos se regeneran durante esas ocho horas sagradas. Terminará “como una uva pasa”.
Quienes duermen poco para ser más productivos están “mandados a recoger”, por más influencers, gurús de productividad y coaches que promuevan la tendencia aspiracional del “4AM Club”. ¿Cómo puedes meditar, entrenar o trabajar antes de que cante el gallo? El libro The 5 AM Club, de Robin Sharma, propone hacer “trabajo profundo” antes de que despierte el mundo: disciplina, alto rendimiento, y el clásico “si quieres, puedes”… levantarte antes de que el sol salga en pijama. Entonces, ¿el campesino que ordeña vacas a las cuatro de la mañana también es un gurú del éxito?
Yo no sé, pero cuando “me salto mi descanso” soy menos eficaz, más lento, me da fatiga, me pongo menso, cometo más errores (no solo de ortografía)… Con razón el mundo está así de “loco”: ¡si sus líderes ni duermen!

