Luis Andrés Figueroa dejó atrás más que un país. Abandonó su historia en un acto de valentía, forzado por la desesperanza. Hoy, desde México, lucha por rehacer su vida y encontrar en su interior la paz que su amada Venezuela ya no puede ofrecerle. A través de su viaje emocional, nos invita a reflexionar sobre el dolor de la migración y la resiliencia de quienes, como él, buscan en la libertad un nuevo sentido para sus vidas.
En esta oportunidad, no me centraré en historias de refugiados e inmigrantes que llegaron a México porque tuvieron que huir de Europa o el Medio Oriente durante la Primera o la Segunda Guerra Mundial. Hoy, compartiré el relato de Luis Andrés Figueroa, quien tuvo que salir de su país, Venezuela, por la vergonzosa situación sociopolítica, económica y de seguridad que se vive desde que la nación “cayó en las garras” de dictadores despiadados, en tanto está dando mucho de qué hablar en estos días a causa del fraude electoral protagonizado por el dictador Nicolás Maduro.
Luis Andrés es psicólogo. Vino a México y abrió un consultorio de asesoría psicológica. Y aunque poco a poco rehace su vida y se abre paso a cincel y martillo, no se puede olvidar que tuvo que dejarlo todo en Venezuela. Perdió dinero, propiedades, amigos, familia. Dejó su propia historia. Esa historia que hoy conocerán.
Como psicólogo de profesión, ha aprendido que cuando no se puede controlar lo que está fuera de uno mismo, le toca trabajar en su interior, para tener el soporte emocional que se necesita para aceptar las cosas que no se pueden cambiar y que causan daño. Y esa es la terapia que ha tenido que aplicarse así mismo: aceptar la realidad su Venezuela grande, querida y eterna.
Acompáñame a ver esta conmovedora historia:
Luis Andrés Figueroa nació en Caracas y siempre vivió en Caracas. En 2018 decidió abandonar su país y partir rumbo a Estados Unidos. Trató de quedarse, pero no me gustó mucho, y fue ahí en donde apareció la oportunidad de venir a México.
Nos cuenta que, en realidad, nunca soñó con México y jamás pensó que sería su sitio de residencia. Pero una amiga en común, que vivía en el país, le dijo que probara al menos seis meses, y que si le gustaba se quedara. Al segundo mes de vivir aquí, Luis Andrés dijo: aquí me quedo. “No sé qué tiene México, pero estoy feliz. Tequila y mezcal. ¡Sí, sí, sí!”
Sin embargo, una razón de peso fue la que lo impulsó a abandonar su tierra y a dejar todo atrás: la deplorable situación de Venezuela que ya todos conocen. La vida comenzó a volverse insostenible. Las consultas psicológicas empezaron a bajar, el Internet no era bueno, ni siquiera podía hacer sus consultas online.
Luis Andrés empezó a sentir que era momento de irse, ya no podía crecer profesionalmente. Y aunque respeta que aún existen personas que decidieron quedarse, él sentía que quería más: aprender y conocer cosas nuevas. Así que tuvo que tomar la dolorosa decisión de partir.
Sostiene que “aguantó mucho” y que dio muchas oportunidades. Irse de su país no era fácil. Incluso, menciona que es consciente de que Venezuela acogió a principios del siglo XIX, a muchos inmigrantes provenientes de Italia, España, Portugal. Es, por así decirlo, históricamente hablando, un país de inmigrantes. Y reflexiona que no fue educado para emigrar, es más: siempre veía personas de otras nacionalidades que iban a Venezuela en busca de nuevas oportunidades. Y desde muchos años para acá, le tocó a los venezolanos, por primera vez en la historia, hacer lo que alguna vez hicieron muchos españoles, italianos y portugueses: huir a otro país.
Muchos amigos y conocidos de Luis Andrés partieron a Miami, considerado el destino más común entre la comunidad. Otros decidieron emigrar a Los Ángeles, a Nueva York, con una mano por delante y una mano por detrás, como lo hacen todos los refugiados. Unos, esperaban conseguir la residencia para poder trabajar. Otras, se casaron con americanos, y bastantes viven indocumentados y tratan de sobrevivir.
Es una realidad que desde que Hugo Chávez subió al poder en 1999, Venezuela se fue desvaneciendo poco a poco; y desde que Nicolás Maduro asumió la dictadura fue cada vez pero, hasta el día de hoy.
Luis Andrés no tiene “pelos en la lengua”. Asegura que se alegró enormemente cuando, en 2020, Estados Unidos acusó a Maduro de narcotráfico, lavado de dinero, y ofreció una recompensa de US$15 millones por su captura. Sin embargo, las autoridades americanas no terminan haciendo nada. De hecho a Juan Guaidó lo apoyaron en su candidatura y autoproclamación como presidente de Venezuela en 2019, pero tampoco pasó nada. “No sé si fue que Guaidó bajo la guardia. Era una ilusión que él lograra el cambio, pero se fue desinflamando, se fue diluyendo”, asegura Luis Andrés.
En Venezuela y en Caracas “ya no hay en quién creer ni en quién confiar”
Luis Andrés ha sido testigo de historias dolorosas de compatriotas que salieron con una mano adelante y una atrás, aunque ese no fue su caso. Digamos que su “dolor” no viene de una migración difícil. Es, más bien, un dolor emocional que tiene que ver con esa decisión que tomó de irse y no volver jamás.
“No estoy de acuerdo con el país que tengo ni con lo que está ocurriendo. El problema es que no sé qué está pasando realmente. No sé cuál es la verdad de todo, no sé quién está a favor y quién está en contra”, asegura.
Luis Andrés también cuenta que ha ido descubriendo que hay muchos venezolanos “doble cara”. Que actúan de manera hipócrita, mostrando una actitud o comportamiento frente a los demás, pero teniendo una intención y conducta muy diferente en privado. Y gran parte de la tragedia de Venezuela es que ya no hay en quién creer, ya no hay en quién confiar. “Porque los que estaban contigo en algún momento, ahora no están; y sospechas que los que siempre estuvieron contigo, pactaban con el otro. Entonces, ¿en quién creo? Toca creer en ti.”
De hecho, asegura que conoció venezolanos que viven en Miami, que trabajan para el Gobierno y están a favor de “ese falso socialismo igualitario del siglo XXI”. Estos compatriotas que no tenían dinero cuando vivían en Venezuela, ahora viven en departamentos lujosos y conducen automóviles costosos. “Ellos me platicaban que lo hicieron a partir de su relación con el gobierno de Chávez y/o de Maduro”, comenta.
Esa incongruencia es esa “doble moral” de la que hablábamos en párrafos anteriores. Esto se suma a lo que sucede ahora con el fenómeno de las redes sociales, en donde cada vez tienes menos privacidad, te conviertes en un personaje público, por así decirlo. De ahí que sea más fácil ver “ese doble juego” de estos personajes que vendieron su alma al Gobierno venezolano.
Miles de venezolanos como Luis Andrés ya no creen en nadie. Deben cuidarse y salvarse. Y el primer paso para lograrlo es dejar de creer en las elecciones, en que el sistema y los políticos funcionan; olvidarse de que cuando votas, eliges. Así que si se debe creer en algo, es en uno mismo. Punto.
Causa curiosidad saber cómo fue la salida de Luis Andrés de Venezuela. Él asegura que fue fe o quizás terquedad, la que le hizo aguantar tanto tiempo.
Algo que sucede es que siempre se piensa que las cosas van a cambiar, van a mejorar, quizás porque nadie se quiere ir. Pero la decepción lleva a la desesperanza. Y algo que tenía claro Luis Andrés era que no se sumaría a esos compatriotas de doble moral ni entraría a hacer parte de ese juego sucio.
Cambiando de tema, le preguntamos si alguna vez lo amenazaron físicamente mientras vivía en Caracas. Comenta que no directamente a él, pero que sí vivió el dolor de personas cercanas que fueron víctimas de un secuestro por parte de la delincuencia. Y para nadie es un secreto que esos delincuentes, trabajan para el Gobierno. Instigan y hostigan para controlar al pueblo a través del temor y el miedo. Así que muchos de sus amigos tuvieron que contratar escoltas. Pagar mínimo mil dólares mensuales para sentirte seguro.
Cómo se vive hoy en día en Venezuela
Luis Andrés nos transmite una inquietud que lo agobia. Y es que “ese falso comunismo, ese falso socialismo” llegue México, a Colombia, a Chile, a Argentina, a toda América Latina; en especial a aquellos países en donde se ha gestado un sistema político de ideología de izquierda comunista y socialista, que poco o nada tiene que ver con ese “socialismo funcional” que se vive en algunos países nórdicos, en donde todos viven bien. Por supuesto que pagan impuestos (y bastante costosos), pero tienen seguro médico y educación gratis.
La realidad es que ese “supuesto socialismo” que se respira en América Latina con figuras como el Che Guevara y Fidel Castro, se quedó en vamos a hacer un socialismo “de peña”, en cantar El Cóndor Pasa, en decir que todos somos iguales, y caminamos como Atahualpa Yupanqui.
Lo anterior nos recuerda al afamado libro Rebelión en la granja de George Orwell, que ofrece una crítica feroz al totalitarismo y a las injusticias sociales. Esta fábula satírica utiliza animales para representar la Revolución Rusa y la subsecuente corrupción del poder. Es la mejor forma de ver cómo los ideales revolucionarios pueden ser traicionados por aquellos que buscan el poder. Jamás olvidaremos cómo los cerdos se rebelan contra su amo y lo asesinan. Pronto comienzan a dominar, a gobernar la granja y a los otros animales que viven allí. Es lo mismo que sucede en muchos países latinoamericanos: unos suben, otros bajan, otros se rebelan, suben y dominan a los que antes dominaban.
Venezuela se ha convertido “en una Cuba”. Mientras Cuba siga, Venezuela seguirá igual. No tiene posibilidad. Todo seguirá siendo un circo. Y no es un pensamiento pesimista, más bien es realista. No se puede “maquillar la realidad” por más optimista que se quiera ser.

Para finalizar, Luis Andrés reitera que irse del país en donde uno nació siempre va a ser doloroso. Pero en su caso, fue un acto de honestidad, porque tuvo claro cuando llegó el momento de marcharse, y que lo hizo por amor, porque está seguro de que puede construir más desde afuera que quedándose en su patria. Siente que hace más por su país desde México que si se hubiera quedado. “La libertad no tiene precio. Y a veces hay que irse para seguir siendo libre”, sostiene.
Por supuesto que el sueño de Luis, junto al de muchos inmigrantes y refugiados es volver a su tierra, a pasear por sus calles, a pisar la arena de la playa de su Venezuela grande, querida y eterna, pero le angustia ver que su país se desmorona día a día. Y eso duele.