La grave sequía que afecta a la región fronteriza entre Estados Unidos y México ha desencadenado una disputa por el agua que amenaza con tensar aún más las relaciones entre los dos países.
Aunque el conflicto no tiene que ver con la migración, la falta de agua procedente de México está poniendo en peligro la agricultura y el futuro económico de los estados fronterizos estadounidenses.
Un tratado de 80 años bajo presión
En virtud de un tratado de 1944, México está obligado a enviar a Estados Unidos 1,75 millones de acres-pies (equivalente a 2.159 kilómetros cúbicos) de agua cada cinco años desde el río Grande, mientras que Estados Unidos debe enviar a México 1,5 millones de acres-pies (unos 1.900 kilómetros cúbicos) de agua al año desde el río Colorado.
Sin embargo, debido a la grave sequía y las altas temperaturas, México se ha retrasado mucho en el suministro, lo que pone en grave peligro su capacidad para cumplir sus obligaciones. Esto ha provocado una crisis en la agricultura del sur de Texas, que depende en gran medida del agua procedente de México.
El río Grande (llamado río Bravo en México) es uno de los ríos más largos de Norteamérica y recorre unos 3.040 kilómetros desde las Montañas Rocosas de Colorado, atravesando tres estados de EE.UU. y cinco de México antes de desembocar en el golfo de México. A medida que el calor provoca la pérdida del manto de nieve en las montañas, el caudal del río disminuye.
Impactos en ambos lados de la frontera ante la falta de agua
La escasez de agua en la frontera entre Estados Unidos y México ha llevado a una situación crítica en la región. Los embalses de Falcón y Amistad, que abastecen tanto a hogares como a granjas en ambos lados de la frontera, han caído a niveles históricamente bajos.
A mediados de junio, el embalse de Amistad se encontraba a menos del 26% de su capacidad, mientras que Falcón apenas alcanzaba el 9,9%. Esta grave situación ha generado una disputa sobre el reparto del agua entre los dos países, con graves implicaciones para la agricultura y la economía en la región.
Este afecta a los agricultores estadounidenses y a los mexicanos. México sufre la sequía más grave y extensa desde 2011, que afecta a casi el 90% del país. El agua se ha convertido en un tema cada vez más espinoso, con el temor de que las ciudades, incluida Ciudad de México, puedan precipitarse hacia un «día cero», en el que el agua se agote.
Las tensiones han llegado a un punto de ebullición en 2020, cuando el gobierno mexicano decidió liberar agua de una de las presas de Chihuahua para cumplir con sus obligaciones de reparto de agua. Los agricultores protestaron en un enfrentamiento que se volvió mortal cuando una mujer recibió un disparo de la Guardia Nacional.
Buscando soluciones a largo plazo
Expertos afirman que rezar para que llueva es una estrategia arriesgada y cortoplacista frente a un grave problema a largo plazo. En su lugar, se necesitan soluciones más sostenibles que se adapten a un clima cada vez más seco y caluroso.
Algunas esperanzas residen en una tormenta tropical o una temporada de huracanes activa, pero es difícil predecir cuándo y dónde azotarán las tormentas y caerá la lluvia. Además, depender solo de las tormentas para reducir la escasez de agua haría que México quedara «totalmente expuesto a lo que la naturaleza decida sobre nuestro futuro hídrico».
En su lugar, se necesitan enmiendas al tratado de 1944 que aumenten la fiabilidad del suministro de agua en México. Las negociaciones sobre una nueva minuta destinada a este fin se están intensificando, pero el futuro sigue siendo incierto, especialmente con la posibilidad de un nuevo presidente estadounidense cuando termine el actual ciclo quinquenal en 2025.
En última instancia, es necesario reconocer que los acuerdos sobre el reparto del agua deben adaptarse a un clima cambiante. En lugar de ver el agua como un juego de suma cero, ambas partes deben darse cuenta de que están «sufriendo lo mismo a causa del cambio climático» y trabajar juntas para encontrar soluciones duraderas.
Créditos: CNN
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