Cabrón, chispa y casual

Por: Eddy Warman
Columna de opinión:

Cabrón, chispa y casual

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Cabrón, chispa y casual

Por: Eddy Warman
El lugar donde Dios casi toca a Adán (y alguien corrió a cubrirle la entrepierna)

El lugar donde Dios casi toca a Adán (y alguien corrió a cubrirle la entrepierna)

Crédito: Revista de Historia.

¿Qué sabemos de la Capilla Sixtina? Bueno, que está ubicada en el Vaticano, que es Patrimonio de la Humanidad, que es la sede del cónclave donde se encierran los cardenales —entre ellos los preferitti— hasta que sale humo blanco por la chimenea, cuando uno de ellos se convierte en Papa, como sucedió con Francisco, o más recientemente con el cardenal Robert Francis Prevost, ahora León XIV.

También sabemos que la Capilla Sixtina es una obra maestra del Renacimiento, que el pintor encargado del techo y del altar mayor fue Miguel Ángel —¡cómo olvidar su Adán como un titán!—. ¡Ah! Y que nosotros, los turistas y viajeros, no podemos tomar fotos en su interior: “vietato fotografare, no pictures”, gritan los guardias, agitados, todo el tiempo.

Pero… ¿a que no sabías que antes de contener esos espectaculares frescos, la bóveda de la capilla estaba decorada con un cielo estrellado? ¿O que el propio Miguel Ángel, escultor de formación, se mostró molesto y muy reacio ante el encargo del papa Julio II de pintar la capilla porque “no se consideraba pintor de frescos”, y porque su proyecto de vida era esculpir la tumba monumental de ese Papa y punto? Aunque finalmente pintó 300 figuras en 500 metros cuadrados. Un récord digno de entrar en los Guinness Records.

Aquí viene otra curiosidad, y esta tiene que ver con el sexo. Ante la abundancia de desnudos, el Concilio de Trento (1545–1563) cuestionó si aquel “despliegue anatómico” confeccionado por Miguel Ángel era apropiado para ornamentar un lugar sagrado; así que le encargaron a Daniele da Volterra —apodado “Il Braghettone”, o “el que pone pantalones”— que cubriera con paños las partes nobles e “insinuantes” de algunos de los cuerpos musculosos más explícitos (y que parecen más tallados en piedra que pintados a base de pigmentos naturales).

En cuestiones de música y espectáculo, “La Sixtina” también tiene una historia que contar: cuenta con su propio coro (uno de los más antiguos del mundo), y además de haber albergado 26 cónclaves desde 1492, ha sido un espacio destinado a recibir a jefes de Estado, realizar encuentros ecuménicos, misas papales y, pronto, una posible canonización: la del joven italiano Carlo Acutis, que fue suspendida tras la muerte de Francisco y que sería llevada a cabo por León XIV.

Y es que el propósito de la capilla siempre fue el mismo: que cada una de sus paredes, su altar mayor y su bóveda contaran historias: la de la vida de Moisés y la de Cristo; la del Juicio Final; la de ángeles trompeteros despertando a los muertos; o la de demonios arrastrando pecadores. Que retratara a los doce apóstoles, a algunos papas, a los profetas, a los santos; que teatralizara la Creación de Adán, la expulsión del Paraíso, el Diluvio Universal…

Lo cierto es que todas las figuras tienen algo en común: fueron hechas en espiral y exageran proporciones por una sencilla razón: porque fueron concebidas para ser vistas desde el suelo, como objeto de admiración y controversia; porque hay armonía y, a la vez, caos. Movimiento y, a la vez, tensión. Mucha tensión.

Dios y Adán, y el pobre San Bartolomé

En cuanto a escenas inolvidables, está la de las puntas de los dedos de Dios y Adán a punto de unirse: se siente pura tensión metafísica, casi electromagnética. Ese contacto entre un cuerpo humano y lo divino… ese instante que contemplan los papas y cardenales cada vez que alzan la mirada.

También hay otra, bastante tétrica: la de San Bartolomé sosteniendo su piel arrancada, pobre santo desollado… Lo curioso es que se ha reconocido que el rostro en el tejido cutáneo es un autorretrato de Miguel Ángel. Así de doloroso y agotador debió ser el proceso de pintar cada figura. De hecho, tardó nueve años en terminar.

Lo cierto es que la capilla —aquel encargo arquitectónico que originalmente imitaba el antiguo Templo de Salomón— evolucionó como un escenario de decisiones para la Iglesia bajo la mirada de santos, profetas, patriarcas y personajes bíblicos. Hoy es un museo viviente que representa lo que la genialidad humana, inspirada en el poder divino, puede lograr.

Ojalá dure hasta el final de los tiempos, porque el humo de las velas, la humedad y la contaminación han venido oscureciendo los colores originales. Y cómo no, si han pasado cinco siglos y medio desde la primera pintura.

Lo bueno es que las figuras borrosas fueron restauradas entre 1980 y 1994 por un equipo de expertos que limpiaron cuidadosamente cada fresco. De ahí que hoy podamos apreciar con orgullo esos tonos vivos, esos detalles insospechados, esos matices que los habitantes del Renacimiento también tuvieron la oportunidad de contemplar con sus propios ojos.

Ahora si me voy no sin antes decirles por qué se llama sixtina. Es porque fue la capilla privada del papa Sixto IV, antes Francesco della Rovere, que la renovó entre 1473 y 1481, y le puso así.

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