Dulce Nonna: un viaje a la mesa donde el amor se cocina

Dulce Nonna: un viaje a la mesa donde el amor se cocina

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Nonna no hay sino una. Sin importar su nacionalidad, la abuela siempre esconde entre sus dedos la magia de la tradición, del sabor de hogar. Se encarga de trasplantar en nuestras papilas ese gustillo con el que crecemos, y que de adultos siempre buscamos en cada bocado que probamos; quizás con la intención de recordar sus dulces besos.

Muy bien lo explica el chef español Andoni Luis Aduriz del restaurante Mugaritz: “la comida de tu abuela culturalmente hace parte de tus afectos, jamás te hará daño y siempre te reconfortará”.

De mi nonna recuerdo la sopa de cebada perlada servida en una taza orejera en la que buceaban trozos de zanahoria y de chícharos tiernos. Siempre la preparaba los viernes a la hora de la comida, sazonando con sabiduría el resto de mis días infantiles.

Hace poco visité en Alessandria, Italia, a otra nonna y amiga de la familia: Rafaella Cipparolli. Al disfrutar de su cocina campesina del piamonte, comprobé que sin importar de dónde sea la abuela, siempre portará ese toque secreto que es revelado a las mujeres que se convierten en nonnas consentidoras con sus nietos. Junto a Rafa disfruté de auténticas comidas piamontesas. Recuerdo en especial una que compartimos en Tortona.

La escena culinaria que viví, parecía sacada de una película. La consuegra de Rafa (la otra nonna de la familia), llegó con un gelatto di fior di latte de su autoría. Me explicó que fue preparado con la primera capa de la leche y que se acompaña con fruta fresca. El sacerdote del pueblo, por su parte, nos compartió  grissinis de su autoría, recién horneados.

Recuerdo la mesa de madera cubierta por una cúpula de vides, ubicada frente a los montes Apeninos. Sobre ella, posaba un queso Robiola di Roccaverano con aceite de tartufo y una botella de vino barbera, sin etiqueta, elaborado por il nonno en el sótano de su casa.

Rafa, por su parte, sirvió ensalada de pulpo con olivas negras y papa, y farinata de harina de garbanzo; mientras disfrutábamos del primi piati: tagliatelle al pesto. Le siguió jabalí al vino tinto con polenta.

Antes de terminar de comer, il nonno (el abuelo) me ofreció un pomodoro coure di buoe recién desprendido de un árbol de su huerta. Me dijo que  le pegada un mordisco como si se tratase de una jugosa manzana. Ahora sí entiendo por qué el tomate italiano es una bendición para salsas, pizzas, ensaladas. Aún cierro los ojos y recuerdo su dulzura, como los besos de mi nonna, Beatriz.

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