Las vitaminas no son moda ni tendencia. Son necesidad biológica. Si queremos dejar de «medicalizar» la alimentación, necesitamos reaprender a comer. Porque entre más comida falsa consumimos, más suplementos compramos. Y entre más cápsulas tomamos, más nos alejamos del origen del problema: una desconexión profunda con lo esencial.
Crédito: Mataix J, Aranceta J, Serra L. Epidemiología nutiricional, principios básicos. 1997: GUYTON, A.C. Tratado de fisiología médica. Ed. McGraw-Hill Interamericana. 2001. Madrid.FARRERAS, P. Medicina interna. Ed. Harcourt. 2000. Barcelona
Por más “superfoods” y envases minimalistas repletos de promesas que nos venden, la verdad es que vivimos agotados, inflamados y carentes de nutrientes. Bien lo dice Soda Stereo en su canción: Oye, ¿te hacen falta vitaminas?
Irónicamente, en una época donde “comer bien y saludable” jamás fue tan promovido, lo hacemos peor que nunca. Y como buenos humanos del siglo XXI, buscamos soluciones rápidas: batidos, cápsulas, polvos solubles y gomitas que prometen lo que una dieta equilibrada y natural ya debería ofrecer.
Por otro lado las vitaminas, micronutrientes esenciales que alguna vez fueron sinónimo de salud, se han convertido en parte del consumo compulsivo de nuestro bienestar y performance; lo curioso es que, entre más acceso tenemos a la información, menos entendemos cómo y para qué sirven.
Comenzando porque se nos olvida que las vitaminas no se sintetizan solas, que algunas se disuelven en agua y otras en grasa; que hay que combinarlas con alimentos reales y que los suplementos no reemplazan ni reemplazarán los buenos hábitos alimenticios. Lastimosamente, esa información te la pierdes porque no cabe en un reel de 15 segundos de Instagram, ni en la sección de “tips wellness” de tu influencer favorita…Así que nos dimos a la tarea de profundizar sobre las vitaminas.
Un sistema que nos empuja al déficit
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la FAO lo dicen sin rodeos: las vitaminas son nutrientes reguladores, son esenciales para el correcto funcionamiento de procesos metabólicos, el desarrollo celular, la formación de tejidos, la inmunidad y la energía; sin ellas, el cuerpo simplemente no funciona.
El problema es que vivimos en modo automático. Nuestro desayuno se ha convertido es un café con alguna “leche vegetal sin azúcar”, la comida casi siempre es rápida, empaquetada, mientras nos las comemos frente a una pantalla; y la cena… pues lo que haya sobrano en el refri. Mientras tanto, en el medio, picamos snacks “saludables” que nos prometen ser fuente de vitaminas D y B12, y Omega 3 por mencionar algunas. Pero resulta que no lo son…
No es que los alimentos funcionales sean los enemigos (algunos tienen su lugar), lo que sucede es que hemos creado una dependencia absurda a los productos que “simulan bienestar”, en lugar de planear con conciencia nuestros alimentos, desde la compra hasta la preparación y la ingesta. De ahí la importancia de conocer el tipo de vitaminas que consumimos a través de los alimentos, y para qué sirven.
Vitaminas hidrosolubles: no se almacenan, pero se olvidan

De las vitaminas hidrosolubles debemos saber que se disuelven en agua, que el cuerpo no puede almacenarlas por mucho tiempo; y que por lo tanto deben consumirse todos los días. Aquí tenemos a la famosa vitamina C y todas las del complejo B.
La vitamina C es el escudo antioxidante por excelencia, participa en la formación de colágeno, cicatrización y refuerza el sistema inmune; pero no basta con consumir una pastilla efervescente: lo ideal es consumir frutas frescas, como guayaba, kiwi, fresas o brócoli, alimentos que además aportan fibra, enzimas y otros fitonutrientes.
Por otro lado, las vitaminas del complejo B son fascinantes. La B1 (tiamina) ayuda a transformar los carbohidratos en energía; la B2 (riboflavina), cuida tus ojos y tu piel; la B3 (niacina), es clave para el buen funcionamiento de tu sistema nervioso; la B6 participa en el metabolismo de las proteínas; la B8 (biotina), es la que todas las marcas de belleza usan para “venderte un cabello fuerte”; la B9 (ácido fólico) es indispensable en el embarazo; y la B12, estrella de las dietas veganas, es responsable de formar los glóbulos rojos y cuidar tu sistema nervioso.
¿Y dónde se encuentran? Principalmente en cereales integrales, huevos, lácteos, vísceras, frutas, vegetales…Sin embargo, preferimos buscar estos nutrientes en píldoras, en vez de ir a la plaza de mercado a buscar nuestros nutrientes.
Vitaminas liposolubles: las que necesitan grasa para brillar

Las vitaminas liposolubles son las A, D, E y K. A diferencia de las anteriores, estas sí se almacenan en el cuerpo, particularmente en el hígado y en el tejido graso.
La vitamina A mejora la visión, la piel, el sistema inmune; y la encontramos en alimentos como hígado, zanahorias, mantequilla y espinacas. Solamente para que tengamos en cuenta que, hoy en día, preferimos quitarle la grasa a todas las carnes, eliminar las vísceras de nuestro plan alimenticio, y reemplazar los vegetales reales por jugos verdes industrializados, dejando de lado a la vitamina A y todas sus propiedades…
La vitamina D, por su parte, es la más polémica del grupo y se activa nada más con la luz solar; aunque irónicamente vivimos encerrados mientras nos esparcimos bloqueador con SPF 50 cada cuatro horas, y esperamos que una cápsula supla lo que podríamos obtener con tan solo 20 minutos de sol diario. Afortunadamente, la encontramos en pescados grasos (atún, salmón, bacalao), yema de huevo y lácteos enteros, aunque estos últimos ya se encuentran en la “lista negra del marketing dietético.”
Le sigue la vitamina E del grupo de hiposolubles. Esta es un antioxidante potente que protege las células y mejora la fertilidad. Está presente en aceites vegetales como el germen de trigo, semillas y vegetales de hoja verde.
Para finalizar está la K, vital para la coagulación sanguínea y la salud ósea; y presente en vegetales como brócoli, espinaca y coles de Bruselas. Sin embargo, estos alimentos suelen ausentarse en dietas low-carb extremas y/o en planes restrictivos.
El problema no son las vitaminas, somos nosotros
Las vitaminas no tienen la culpa. De hecho, son pequeñas heroínas invisibles. El problema es la forma en que nosotros decidimos consumirlas; o peor, en que las ignoramos en su estado natural, mientras nos convencemos de que estamos “comiendo limpio”.
Hoy tenemos más déficit de nutrientes que nunca, a pesar de la abundancia. Y eso es responsabilidad de no solo de un sistema alimentario industrializado, sin del marketing de lo “healthy” y de una cultura que busca resultados inmediatos, promovida a través de redes sociales, estrategias de marketing digital e influencers.
Lo más complejo del asunto, es que muchas deficiencias se podrían prevenir simplemente volviendo a comer comida de verdad, volviendo a cocinar, y desenterrando la idea de que la salud comienza en el mercado, en la cocina y no en el pastillero.
Una cultura que prefiere pastillas a platos

Cada vez más, médicos, nutriólogos, influencers fit y la publicidad en general, refuerza la idea de que los suplementos son la vía más rápida (y chic) para tener bienestar. Acaso una cápsula con 10,000% de la dosis diaria recomendada de vitamina C puede curarte el resfriado? O una gomita con colágeno y biotina harán crecer tu pelo como el de Rapunzel?
Cuidado porque no estamos diciendo que los suplementos no sirven: claro que sí sirven, pero en casos puntuales como el embarazo, deficiencias diagnosticadas o dietas vegetarianas estrictas…pero no pueden ni deben reemplazar una alimentación viva, real y variada.
La verdad es que el problema es que nos da pereza dedicar tiempo a nuestra alimentación conciente, y preferimos tomar una cápsula antes que cocinar un filete de salmón, consumir un polvo proteico antes que un plato de legumbres, o un shot de jengibre antes, que dormir durante horas seguidas.
En este orden de ideas la solución la conocemos: es comer mejor, no más caro; es leer menos etiquetas y comprar más ingredientes frescos; es poner en el plato comida verdadera que tu abuela reconocería.
Aceptemos de una vez por todas que la salud no viene en sobrecitos con sabor a frutos rojos. Esta es una invitación a entender que las vitaminas hacen su magia en nuestro cuerpo solo cuando les damos el entorno adecuado.
Así que si quieres más energía, vuelve a lo básico y duerme bien; si quieres una piel sana, bebe agua y consume grasas buenas como el aceite de oliva y de aguacate; para una mejor digestión, come fibra, mastica lento y no te atiborres; y si buscas mejorar tu salud en general, vuelve a los básico y come comida real.