La historia de la familia Warman se teje entre Polonia y México, enmarcada en su tradición relojera. Desafíos y esperanzas marcaron su viaje, desde las diásporas del siglo XX hasta la llegada a América. A través de las palabras mi tío, el doctor Alberto Warman, descubrimos el vínculo entre el pasado y el presente de una familia que encontró en México su hogar.
Antes que nada, quiero informarte que con este artículo comenzamos una nueva sección en nuestro portal Eddy Warman TV, llamada Refugiados e Inmigrantes.
Los artículos que vas a encontrar publicados todos los miércoles cada quince días, rinden homenaje a todas aquellas personas que tuvieron que salir de su país, sin importar su nacionalidad, religión, raza u origen.
Los protagonistas de estas historias son reales. Huyeron de sus hogares por genocidio, discriminación o racismo; por cuestiones políticas y/o económicas.
En esta oportunidad comienzo con mi propia historia, la de la familia Warman. Así que te invito a que veas este video, que aunque fue grabado durante la pandemia, narra cómo llegó mi abuelo Bernardo de Polonia a México:
La historia de los Warman
Mi tío paterno es el doctor Alberto “Beto” Warman. Un famoso oftalmólogo en la Ciudad de México. Este año cumplió 90 años.
Lo invité en esta ocasión a que contara su historia, nuestra historia, porque como he comentado en varios programas de radio, mi familia tuvo que huir de Polonia, una vez finalizada la Primera Guerra Mundial.
De la mano de mi tío Alberto, no solo les contaré cuál fue el origen de esa “diáspora”, de esa emigración de Europa a América, a principios del siglo XX, sino varias anécdotas e historias que hacen parte de nuestras vidas.
“Diásporas” de principios del siglo XX
De acuerdo con el Programa Regional sobre Migración de la Organización de las Naciones Unidas, se entiende por diásporas aquellos “grupos de personas migrantes, descendientes de migrantes o comunidades específicas, quienes mediante su identidad y sentimiento de pertenencia a su país de origen, crean experiencias comunes en el país de destino, y mantienen vínculos culturales, sociales o políticos con su lugar de origen.”
Así mismo, esta dispersión de un grupo étnico o cultural se debe a factores como el exilio, la migración forzada, o la búsqueda de oportunidades económicas o educativas en otros países.
Pero por qué tuvieron que salir de Europa tanto judíos como no judíos a principios del siglo XX?
Hablamos de migrantes que llegaron a Argentina, Chile, México, Estados Unidos, Canadá “sin un peso en el bolsillo”, “con una mano por delante y por detrás”, con “lo que traían puesto”. Algunos camuflaron joyas entre sus pocas pertenencias: estas les permitieron pagar su supervivencia y la de sus familias, durante los viajes en barco.
En esta ocasión, nos centraremos en la emigración de los judíos que vinieron a América.
Familia de tradición relojera

Mi tío Beto cuenta que sus padres, es decir mis abuelos Bernardo y Esther, emigraron a América cuando terminó la Primera Guerra Mundial, entre los años 1918 y 1920 en adelante. Durante esta época, muchos europeos de diferentes religiones, migraron principalmente a Estados Unidos.
Volviendo al inicio de la historia de mi abuelo Bernardo, él nació en un pueblito en Polonia, más cerca de la parte oriental, y provenía de una familia de relojeros.
De hecho, mi prima Susi, hija de mi tío Beto, hizo un viaje a Polonia hace tres o cuatro años con el objetivo de buscar nuestras raíces; con tan buena suerte de que encontró el acta de nacimiento de mi bisabuelo, David Warman; quien nació en 1824, y también se desempeñaba como maestro relojero. Es decir, el bisabuelo David y el abuelo Bernardo fueron relojeros.
Para que nos ubiquemos en el tiempo, mi abuelo Bernardo nació en 1901.
Cuenta la historia que Bernardo, este joven relojero, fue en busca de trabajo a otro pueblo de Polonia que se llama Zamość. Lo contrató el dueño de una tienda de relojes de apellido Grieg. ¡De hecho mi abuelo Bernardo terminó casándose con la hija del dueño de la tienda!

La razón fue porque mi abuelo le dijo al hijo señor Grief que quería casarse, y éste le respondió que “por qué no se casaba con su hermana, pero que tenía que la más grande, Esther”. Así que a mi abuelo le gustó y enseguida arreglaron el matrimonio.
Los Warman llegan a América
El tema es que la posición económica y “la perspectiva del mundo” que tenía mi abuelo Bernardo, era muy limitada.
Pero en ese entonces, existía una corriente entre los jóvenes de emigrar a América, aunque no fuera para nada fácil. Así que tanto él como sus amigos, decidieron empacar maletas y viajar al nuevo continente.
En ese entonces, México era un país tropical, prácticamente desconocido en Europa. Pero por otro lado, el movimiento de emigración muy fuerte se presentaba hacia nuestro vecino, Estados Unidos.
Beto recuerda que “te tenía que ‘pedir’ algún familiar o conocido que viviera en Estados Unidos”. Afortunadamente mi abuelo Bernardo tenía unas medias hermanas que vivían en San Francisco.
Al abuelo Bernardo solo le bastó con saber el hombre de sus familiares para embarcarse, solo en un bardo, de Polonia a Estados Unidos. Así es: dejó a mi abuela Esther, a mi papá David, y a mi tía Sara de dos años. Mi tío Beto aún no había nacido, él nació en México.
Pero para mi abuelo Bernardo fue muy doloroso dejar a su familia, y viajar a un lugar desconocido a establecer un negocio, para luego traerse a su familia.
Falta de oportunidades y pobreza
Más allá de la “moda” de emigrar a América, existía una complicada realidad social, política y económica en la Europa de principios de siglo XX, que impulsó a estos jóvenes a buscar nuevos horizontes, nuevas oportunidades.
Mi tío Beto explica que después de la Primera Guerra Mundial, en Europa Oriental, Polonia y en la parte oriental de Rusia, hubo una epidemia muy fuerte; y gran parte de la población estaba enferma. Pero por otro lado, la situación económica era aún peor.
“Había gente muy pobre en esa parte de Europa, en especial los judíos, porque no tenían oportunidades en las universidades”, comenta mi tío. “En la mayoría de las instituciones, por ejemplo, no aceptaban judíos. En Varsovia sí, pero solamente dos por ciento de la población universitaria podía ser judía”, asegura.
México: destino final

Volviendo a la historia de mi abuelo Bernardo, imagínense esta travesía interoceánica. Decenas de horas, solo, metido en un barco rumbo a Estados Unidos.
Pero la historia se pone más interesante aún, porque aquí es cuando le pregunto a mi tío Beto si sabe cómo terminó mi abuelo Bernardo en México.
Resulta que el barco en el que venía llegó a Veracruz con otros viajeros, porque Estados Unidos había cerrado la “cuota de migrantes” y no los dejaron entrar a Nueva York.
Entonces, unos compañeros del barco le preguntaron a mi abuelo qué iba a hacer en Estados Unidos. “ No seas tonto”, le dijeron. “Bájate aquí, en Veracruz, México es una tierra maravillosa. Tenemos familiares en la ciudad que están muy bien, aquí tienes porvenir.”
Y así fue como terminaron convenciendo a mi abuelo de construir su vida en México, aunque el pobre no hablara ni una pizca de español.
Es importante mencionar que esos familiares de los que hablaban los compañeros del barco, eran vendedores ambulantes en la zona de la Merced en Ciudad de México. Ofrecían corbatas, casimires, zapatos y lo que pudieran, a los transeúntes.
Y aunque no hablaban español ni conocieran la cultura mexicana, corrieron con la buena suerte de toparse con gente buena, que les ayudó a sobrevivir.
Por otro lado, el abuelo Bernardo era todo un intelectual. Pertenecía a una corriente de hombres con ideas revolucionarias, inspiradas en pensadores como Marx y Engels, que eran llamados ‘libre pensadores’.
Esa mentalidad hizo que, a su llegada a México en 1922 -cuando Plutarco Elías Calles estaba de presidente, y acababa de terminar la Revolución-, se sintiera muy entusiasmado; como si supiera de antemano que le iba a ir muy bien.
La relojería de la calle Peralvillo en Ciudad de México
Su primer negocio fue por supuesto una relojería, ubicada en la calle Peralvillo, cerca de Tepito.
Tras un año de intenso trabajo reparando relojes, juntó 90 dólares, que era el precio del pasaje; y se los envió a mi abuela Esther para que pudiera viajar a México.
Sin embargo, mi abuelo se llevó sorpresa cuando fue a recibir a mi abuela al puerto de Veracruz, porque el único que llegó en ese barco fue el hermano chico de mi abuela, Abraham. Estaba a punto de ingresar al ejército polaco, así que mi abuela, en un acto de amor, cedió su pasaje a su hermano, y mi abuelo lo recibió en México.
Pasado un año, juntó de nuevo otros 90 dólares para el pasaje de mi abuela Esther, quien finalmente llegó en 1924 con mi papá y mis tíos.
Inicialmente, vivieron en un departamento cerca de la Alameda. Pero tras el robo de la relojería de mi abuelo en 1930, varios amigos le recomendaron moverse a Querétaro e iniciar de nuevo su negocio. Así que todos los Warman se movieron a Querétaro, durante un tiempo, y mi abuelo abrió su relojería.
Un trágico final para el abuelo Bernardo
-¿Cómo fue Beto?-, le pregunto.
En años 40, el abuelo Bernardo abrió de nuevo una relojería en Ciudad de México, en la calle de República de Chile 14.
Un sábado de gloria, entró un individuo que quiso robarle unos relojes y mi abuelo lo agarró para defenderse. El hombre le disparó y lo asesinó. El abuelo murió cuando tenía cinco años.
De hecho, fue el mismísimo Jacobo Zabludovsky el encargado de reconocer el cuerpo de mi abuelo.
En ese entonces, Zabludovsky era un joven reportero y abogado, que por casualidad, estaba en ese momento por la zona. Trabajaba en la Cruz Verde, y le tocó ir en la ambulancia a recoger e identificar al abuelo. “Zabludovsky recuerda muy bien de ese hecho”, comenta mi tío Beto.
Ser inmigrante en México

Le pregunto a mi tío: ¿Fue duro ser un inmigrante? ¿Los recibieron con discriminación o fueron bien acogidos? ¿Les costó trabajo salir adelante?
Me cuenta que la época en que el abuelo Bernardo llegó a México, fue muy bien recibido por la sociedad mexicana.
“El antisemitismo no era notorio, por supuesto que existía, pero no se ejercía públicamente. A muchas gentes no les gustaban los judíos, pero no había un movimiento organizado. Así que mi padre la pasó bien, y los miembros conocidos de su generación, también”, asegura mi tío Beto.
Asegura también que la sociedad judía se desenvolvió con la sociedad mexicana de manera muy amigable. De hecho, mucha gente me cuestiona que si somos mexicanos o no.
“ ‘¿Pero tú eres mexicano?’, me preguntan. ‘Sí, soy mexicano’, les digo. ‘¿Pero con ese apellido?’, preguntan de nuevo. ‘Sí, con ese apellido’, respondo de nuevo’ “; comenta mi tío, quien como les dije anteriormente, nació en nuestro país y creció como todos los niños mexicanos.
Para finalizar, le pregunto a mi tío si emigraría a otro país hoy en día. Responde que no, que no tiene ningún deseo de emigrar por razones económicas, sociales o de ninguna manera. “Soy muy feliz en México”, afirma.
Finalizo este artículo agradeciendo a mi tío Beto por esta plática. Por haber desentrañado tantos recuerdos, tantas historias buenas y malas. Por haber removido tantos sentimientos. Es parte de nuestra memoria colectiva, del legado familia de los Warman, y de todos aquellos inmigrantes y refugiados que buscan un espacio para ser escuchados y lo encuentran en estos espacios periodísticos.