Desde su invención en el siglo XIX, las fotografías han revolucionado la forma en que capturamos momentos y recuerdos.
Los primeros experimentos fotográficos, como el daguerrotipo desarrollado por Louis Daguerre en 1839, marcaron el inicio de una nueva era visual. En sus inicios, la fotografía era un proceso complejo y costoso, reservado para ocasiones especiales y personas de alto estatus.
Con el paso del tiempo, la tecnología evolucionó y la fotografía se hizo más accesible, pero un detalle curioso se mantiene en los retratos más antiguos: las personas rara vez sonríen.
Si alguna vez has visto fotos del siglo XIX o principios del XX, seguramente te habrás percatado de este fenómeno. Los retratos de esa época muestran expresiones serias, solemnes e incluso melancólicas. Las expresiones sombrías que se conservan en las primeras fotografías podrían llevarnos a suponer que las generaciones pasadas llevaron vidas austeras y sin alegría. Pero ¿a qué se debe esto? Existen varias teorías que explican esta peculiaridad.
Los largos tiempos de exposición
Una de las razones más técnicas es que las primeras cámaras requerían largos tiempos de exposición para capturar una imagen.
La fotografía más antigua conservada, Vista desde la ventana de Le Gras (1826) de Nicéphore Niépce, necesitó ocho horas de exposición. Más de una década después, el daguerrotipo de Louis Daguerre (1839) permitió retratos más prácticos, aunque aún requerían que una persona tuviera que quedarse quieta por varios minutos mientras se tomaba la foto.
Mantener una sonrisa natural durante tanto tiempo era complicado y poco práctico, por lo que la expresión neutral era más fácil de sostener.
Las fotografías como un evento serio
Antes de la invención de la fotografía, los retratos pintados eran la única forma de conservar la imagen de una persona para la posteridad. Pintarse un retrato estaba asociado con la riqueza y el estatus social, por lo que esta práctica tenía reglas y expectativas bien definidas.
Este tipo de arte, formal y elaborado, dejó una huella profunda en los primeros fotógrafos, quienes adoptaron enfoques similares al retratar a sus sujetos, destacando su estatus, ocupación u otros aspectos personales.
La gente se tomaba sus retratos con la misma seriedad con la que se hacía una pintura. En la cultura de la época, una expresión serena y formal era considerada más apropiada que una sonrisa efusiva, que podía parecer frívola o poco digna.
Una sesión fotográfica costaba a una persona promedio hasta tres meses o más de salario, y una persona podía ser fotografiada solo unas pocas veces en su vida.
Cuestiones de higiene dental
Otra explicación curiosa es que, en aquella época, la salud dental no era la mejor. Los tratamientos odontológicos eran rudimentarios y muchas personas tenían dientes en mal estado. Mostrar una sonrisa con dientes imperfectos podía no ser considerado apropiado o deseable en una fotografía que se conservaría por generaciones.
La idea de la fotografía como un reflejo del alma
Algunas creencias populares también influyeron en la seriedad de las fotografías. Se pensaba que una imagen capturada reflejaba el alma de la persona, por lo que una expresión seria y compuesta era vista como un signo de respeto y dignidad.
El cambio con el tiempo
Con la evolución de la tecnología y la cultura, las fotografías fueron volviéndose más accesibles y cotidianas. Con el advenimiento de las cámaras de bolsillo y los tiempos de exposición más rápidos, la gente comenzó a relajarse más ante la cámara. Además, en el siglo XX, la publicidad y el cine popularizaron la sonrisa como un símbolo de felicidad y atractivo, lo que influyó en la forma en que la gente posaba para las fotos.
En la actualidad, una sonrisa es casi un requisito en las fotografías, pero no siempre fue así. Los retratos serios del pasado reflejan no solo las limitaciones técnicas de la época, sino también las costumbres y valores culturales de cada periodo. Así que, la próxima vez que veas una fotografía antigua, recuerda que detrás de esas expresiones solemnes hay toda una historia fascinante.
También puedes leer: De comida para prisioneros a manjar de lujo: La sorprendente historia de la langosta