Les doy la bienvenida a otra historia, conmovedora y emocionante, de la serie de refugiados e inmigrantes.
En esta oportunidad, hablaremos de un personaje que tuvo que apartar la vista de su amada patria española, hasta que esta se perdió en su mirada. Porque quienes dejan su país, no saben cuándo volverán a ver a sus familias y amigos. Y quienes se quedan, quizás no tienen noticias de sus seres queridos durante mucho tiempo. De ahí que este relato hable de lucha, esperanza, ilusiones.
Se quedan enterradas para siempre y con ellas nuestra juventud, esa que dimos íntegra, íntegra por un ideal. Ahí quedan nuestros compañeros que murieron con la esperanza de que un sacrificio no fuera inútil y que con la ofrenda de sus vidas estaban forjando un mundo mejor y más justo. Los últimos vestigios de tierra española se pierden en el horizonte, pero yo sigo tratando de verla.
No te pierdas el programa completo, a continuación:
Antes de continuar, los invito a leer este verso:
“Me resisto a perder de vista el último girón de tierra española. Las lágrimas cubren mis mejillas y una mano amiga me toca el hombro. Manolo, Manolo, es hora de olvidar.
Me dice Juan José, vámonos al bar, vamos a tomar unas copas. Tienes razón Juan José, le contesto. Vamos, pero sí te diré alguna cosa.
Y esa cosa es que un día, algún día volveré. No sé cuándo ni cómo, pero volveré a España. ¡Ut! Tómalo la montilla, llévate tu libro, por favor, que me acaba de conmover.
Se me hace un nudo en la garganta cuando leo estas palabras escritas por Manuel Montilla, papá de Dolores Montilla, mi invitada de hoy.
La historia de Manolo Montilla: un piloto republicano y refugiado en México
Comencemos contando que el padre de Lola tuvo una infancia muy feliz. Su madre fue una mujer muy amorosa y alegre, de Andalucía. Su familia era del sur de España, de Córdoba, para ser exactos.
No obstante, si fue un chico un poco rebelde para su época, pero muy astuto. Iba a un colegio de curas siendo ateo’ porque su papá también era liberal y no tenía ninguna creencia religiosa. “Le gustaba andar por la calle, y llevarse con todo tipo de gente: de clase media, gente más humilde, y gente como él, aristocrática”, comenta Lola.
Cuando Manolo tenía 11 años, su papá murió a causa de una hernia estrangulada. Y es curioso, porque combatió en la guerra de Cuba y de Filipinas y se salvó de todas las balas. Así que el chico quedó a cargo de su hermano Julio y de su mamá.
“Es curioso, porque, como buenos españoles, mi abuela era monárquica, mi papá republicano y mi tío Julio, franquista”, comenta Lola. Lo anterior habla mucho de la libertad de ideas que podía haber dentro de una sola casa, pero al mismo tiempo, hay que reconocer que la Guerra Civil Española fue una lucha fraternal muy dolorosa.
Cuenta Dolores que, Manolo se afilió al partido fundando las Juventudes Republicanas desde los 14 años. Siendo casi un adolescente, empezó como militar en tierra y después se alistó para ser piloto con tan solo 19 años.
Sin embargo, antes ingresó a la carrera de ciencias exactas, que era algo así como contaduría, porque le gustaban mucho los números. Al mismo tiempo, entró a la academia militar, a los 18 años, y en ese preciso instante estalló la guerra, y tuvo que irse al frente de batalla y hacerse piloto.
Mientras tanto a Julio, su hermano, lo asesinaron en el cuartel de la montaña, muy rápido. Se me viene a la cabeza el sufrimiento de la mamá de Manolo, con sus hijos luchando cada uno en diferente bando, y sin saber nada de ellos.
Pronto, Manolo recibió su entrenamiento en la URSS y empezó a luchar, contra los Nacionalistas, hasta que terminó la Guerra Civil Española, aquel conflicto político que se llevó a cabo desde 1936 hasta 1939, tras un golpe de Estado militar fallido contra el gobierno de la Segunda República Española.
Recordemos que este enfrentamiento, se produjo entre dos grandes bandos: los Republicanos, que defendían el régimen democrático; y los nacionalistas, liderados por el general Francisco Franco, quienes querían imponer un régimen autoritario.
Así que Manolo, es considerado, por así decirlo, como uno de los “aces de la aviación” republicana. Lo anterior, llena de orgullo a Dolores y a su familia, quien recuerda que su papá volaba un “avioncito pequeñito”, el Policarpo, llamado Mosca; precisamente porque era muy pequeñito, pero llevaba nueve metralletas y era a cabina abierta.
“Cuando volaban a alturas, hacía un frío tremendo. Mi papá contaba que una vez sí bajó con las manos congeladas, y con grasa de oso le recuperaron la circulación”, asegura la hija de Montilla.
Y la verdad es que los republicanos, tenían la ilusión de ganar, su idealismo democrático, les brindaba la esperanza de que a España perdería la República. Pero no fue así.
La huida de Manuel: de los Pirineos a México, escapando del horror
En el campo, la gente moría de tristeza. Armado de resiliencia Manuel no aceptó su destino. Así que, junto a unos amigos, decidió escaparse. Poco a poco, fueron capturando a sus amigos, uno a uno, con tan buena suerte que él fue el único que no cayó de nuevo.
Sin embargo, se sentía solo, y decidió regresar al campo. Afortunadamente, al poco tiempo llegó una carta salvoconducto en donde Martínez Barrios -que era el representante de la República en México y quien había sido presidente de las cortes en España-, en donde enviaba un boleto para Manuel pudiera embarcarse rumbo a México.
Fue así como decidió escaparse de nuevo. Así como lo leen: en dos ocasiones logró escapar de un campo de concentración.
“Fue una acción de valientes. El atreverse a hacerlo y planear toda la maniobra fue increíble. De hecho, mi papá estuvo de polizón en un tren y en un barco entre 40 y 50 días; y me relataba unas escenas de aventura y de amores que vivió”, comenta Dolores.
Me causa curiosidad saber más sobre aquellos relatos. Así que Dolores continúa contando que Manuel fue polizón en un tren, para poder llegar a Burdeos. Y en el caso del barco, al no traer boleto, porque no tenía dinero, viajó de manera clandestina.
Volviendo a la historia del tren rumbo a Burdeos, hay una escena que lo conmovió mucho a Manuel. Él llevaba más de dos días sin comer. Un día, pasó por el vagón del comedor, y vio a una persona comiendo huevos estrellados. Enseguida, se puso a llorar de hambre, pero tuvo que aguantar. Sin embargo, él siempre fue un hombre muy apasionado, romántico y galán. Así que, armado de sus atributos, conoció a una chica francesa y ella le dio de comer: ¡hasta le dio cigarros!
Finalmente, llegó a Burdeos y se embarcó rumbo a México. Antes de llegar a su destino final, a Manuel le dieron una pequeña cantidad de dinero para que, llegando a México, pudiera sobrevivir. Pero hacía tanto calor en el día, que junto a unos amigos de viaje, decidió invertir su ciclo de sueño y comenzar a dormir durante el día; para que durante la noche, juntos pudieran salir a la cubierta a refrescarse, y de paso, ver las estrellas.
Durante estos momentos de convivió, por supuesto que todos gastaron el poco dinero que tenían en vino, mientras platicaban acerca de todos planes que harían cuando llegaran a México. Incluso, mencionaron la posibilidad de seguir luchando como pilotos de caza en la guerra de China, por ejemplo.
Pero no los aceptaron porque la condición era que ellos volaran los aviones portando la bandera republicana. La otra alternativa era enlistarse como pilotos de guerra a través de la embajada de Canadá y combatir en la Segunda Guerra Mundial, pero la condición era la misma: volar con la bandera republicana.
Aventuras en México
Finalmente, Manuel y sus amigos llegaron al puerto de Veracruz en 1939, justo al comienzo de la guerra. Manuel portaba su traje de campo de concentración, y de su antebrazo colgaba su traje de piloto republicano. Punto.
“Hay una historia muy conmovedora, cuando mi papá llegó a Veracruz y caminaba por los arcos. De repente, unas personas le dijeron: señor, señor, usted viene de España, viene de la guerra civil, es usted republicano. Por favor siéntense con nosotros a tomar una cerveza y unos camarones mexicanos que son buenísimos”, cuenta Dolores.
Pero Manuel les respondió que no podía, porque no tenía dinero para pagar. Ellos le dijeron que no tenía que pagar nada, que era su bienvenida a México. Cuando platicaba sobre el tema, lloraba. Decía que ese fue su primer recibimiento, por parte de un país que lo acogió con cariño, que le dio la oportunidad de poder salir adelante, aunque no fue para nada fácil.
Ahora, había que buscar la manera de llegar de Veracruz a Ciudad de México porque se enteró de que en las oficinas de los refugiados, estaba recibiendo personas y les daban hospedaje. Así que Manuel pidió prestado dinero para agarrar un autobús.
Ya en la ciudad, comenzó a trabajar en lo que pudiera. Al inicio, pegaba cartelones de circo o de teatro en las paredes a punta de engrudo y cepillo. Luego, fue espía en una cervecería, en busca de secretos. Pero siempre terminaba tomado y soltaba los secretos que investigada, por lo cual lo corrieron. Más adelante, se dedicó a vender ropa interior femenina, de puerta en puerta.
Hasta que entró a una convocatoria que abrieron laboratorios médicos farmacéuticos en México, para convertirse en representante médico. “Él y sus amigos se presentaron, hicieron el examen y las entrevistas, y los aceptaron a todos en diferentes laboratorios.
Manolo trabajó para los laboratorios Sterling Winthrop y Sydney Ross, que tenían su filial en México. Pronto, se convirtió en visitador médico y viajaba por todo el país junto con su primera esposa (recién acababa de casarse) y su pequeña hija, María Jesús.
El retorno a la paz: el camino de Manolo para superar sus traumas de guerra
Sin embargo, sabemos que las personas que regresan de la guerra, son inestables emocionalmente, y tienen que rebuscarse la vida. Y Manolo duró tres meses dando vueltas por toda la república mexicana, hasta que finalmente decidió divorciarse.
“Mi papá relataba algo que siempre me pareció interesante, y es que por dos años, tuvo un sueño repetitivo, que sabemos que fue un sueño traumático. Iba volando en su avión, y de repente lo ametrallaban y él salía disparado en su paracaídas. Y cuando iba a llegar a tierra enemiga, también ametrallaban su paracaídas y se despertaba”, comenta Lola.
Le pregunto a Lola cómo puede interpretar este sueño, siendo psicóloga, y me responde que esos son sueños traumáticos, que se repiten porque la mente necesita ir trabajando, poco a poco, ese evento traumático; y cuando se resuelve, se deja de soñar.
Finalmente, Manolo lo resolvió. Se dio cuenta de que ya estaba en otro país, en México, y que estaba a salvo. Ya nadie lo perseguía por sus ideas. Es más, Lola nos cuenta que en España, tenía tres penas de muerte y una condena a cadena perpetua por ser militar de aviación del lado contrario al franquismo. Lo cierto es que en 1949 lo indultaron y pudo visitar España, mucho tiempo después, hasta que tuvo su pasaporte mexicano, porque no se quería arriesgar de que llegando allá, lo agarraran de nuevo.
Pasaron 15 años para que Manolo pudiera asentarse e integrarse a México. Además, porque seguía haciendo política en la clandestinidad desde México. Junto a otro grupo de colegas, fundaron el Centro Republicano y el Ateneo Español de México. Allí se reunían y fraguaban de qué manera podían regresar la democracia a España. “Él estaba haciendo la labor de la resistencia franquista como lo hicieron los franceses o los polacos en la resistencia de esos países ante la guerra y ante la invasión de Hitler”, comenta Lola.
Para concluir, podemos decir que ser hija de papás de guerra no es fácil. Existen muchas herencias transgeneracionales, dolor, tristeza, miedos. Sin embargo, nuestros padres nos dejaron un legado muy valioso: luchar por la libertad, por la justicia, por un mundo mejor, por un bienestar universal. Lo anterior sumado a la empatía y la solidaridad a los que tienen menos. Y tampoco se puede dejar a un lado la honradez por el trabajo y por la educación.
“Antes de fallecer, mi papá me decía: hija, ya me voy a morir. Yo le pregunté que qué quería que hiciéramos el día que muriera, y me dijo: ‘no me vayas a hacer misas, por favor’. Le dije que no se preocupara, que misa no le iba a hacer. Que si quería que le hiciera un cóctel con sus amigos, y me respondió que eso sí le gustaría.
Finalmente, Lola le hizo un cóctel de despedida, en donde realizaron un homenaje a su vida con vino, tortilla de patatas, jamón serrano y la música de su padre. También se pronunciaron palabras de admiración y alegría que conmovieron a todos.
“Recuerdo que cuando la gente se iba del cocktail en honor a mi padre decían, que ojalá que el día que fallecieran, su familia les hiciera algo igual”, finaliza Lola, mi gran amiga.