Sobrevivir a algo imposible o suicidarte, esa era el reto. El resultado: un chico descerebrado y una familia destrozada.
Crédito: revista médica clínica Las Condes, National Center for Biotechnology Information (NCBI)
-“Voy saliendo de realizar una gastrostomía y traqueostomía a un niño de 15 años. Fue necesario porque desafortunadamente el paciente está descerebrado debido al reto que hizo junto con otros cinco chicos: chocar con su moto a alta velocidad contra un muro de contención no sin antes saltar, justo antes de la colición. El chico que ganara, ganaría cinco mil pesos y el que perdiera, se suicidaba. Mi paciente se supone que perdió pero no murió, quedó descerebrado.”
Ese fue el primer mensaje de impacto, que recibí por WhatsApp hace unos días; fue enviado por una amiga cercana, la cirujana pediátrica MPGC, quien trabaja en Netcare Cowork de Salud, en el Centro Histórico de San Luis Potosí.
En el siguiente mensaje, la Dra. explicaba qué era una gastrostomía y una traqueostomía; la primera es “como un hoyito que se hace en el estómago del paciente” de donde se conecta una sonda especial con el fin de alimentarlo, ya se encuentra en estado de desnutrición, por su estado neurológico perdió todos los mecanismos de deglución; la traqueostomía es también una sonda pero que va a la tráquea, por donde el paciente respira y recibe oxígeno ya que perdió el automatismo central”.
El chico, del cual no he podido averiguar su nombre, llevaba desde el 16 de diciembre hospitalizado y falleció el 8 de enero.
El caso es desgarrador; trato de ponerme en su lugar y deducir que pudo haber pasado por su mente segundos antes del impacto que le arrebató la vida de un suspiro. ¿Acaso pensó que era “invencible” y tenía un escudo mágico o súperpoderes que lo protegerían del “madrazo”?, ¿fue presión de grupo?, ¿buscaba adrenalina?, ¿actuó por rebeldía?, ¿por ser aceptado?
Cuando se trata de actividades de alto riesgo como “madrearse contra un muro”, los adolescentes (todos lo fuimos) son los primeros en inscribirse en la lista, por curiosidad, por rebeldía, por falta de jucio y sentido común, qué importa… Son tantos los factores que los empujan al vacío, a actuar de maneras misteriosas, a tomar desiciones arriesgadas, que hacen que los adultos nos rasguemos las vestiduras al ver su osadía.
Por la mente del chico nunca pasaron las consecuencias de sus actos, quizás su único objetivo era impresionar a sus amigos o a su novia. Esa es la sensación de invulnerabilidad que sintió mientras aceleraba la moto. «A mí no me pasará nada». ¿Les suena común esta frase que hemos pronunciado todos en algún momento y que lo único que hace es subestimar los riesgos de acciones absurdas, incoherentes, imprudentes?
Estoy seguro de que la influencia de grupo, la llamada “Peer Pressure” en inglés, fue otra de las causantes de esta tragedia; El chico pensó: «si ellos lo hacen, yo también»; ¿por qué será absorbemos todas las expectativas y comportamientos de quienes nos rodean en esa etapa de nuestras vidas?
Si su grupo de amigos decidió que “hacer ese disparate” era “buena idea”, entonces ahí cayó él, “de cabeza”, sin cuestionar nada… Es como si se retaran unos con otros a ver quién puede caer en el abismo. “Ser o no ser,” “sobrevivir a algo imposible o suicidarte, esa es la cuestión.”
En su búsqueda de formar su identidad, de definirse a sí mismo, el chico cayó en realizar esa actividad arriesgada como una forma de autoafirmarse; «¡Mira lo atrevido que soy chocándome contra un muro en mi moto!» “Si no me lanzo antes de chocar, ¿quién soy realmente?” Tuvo la necesidad de transgredir normas, desafiar límites, quizás lo vio como “un rito de paso” hacia la adultez; quizás no, tal vez pensó que su valor se medía un salto en vez de decisiones sensatas.
Con solo pensar en la emoción fuerte que pudo sentir ese chico antes de desafiar sus propio límite me revuelve el estómago; pudo ser adictiva, porque el riesgo es sinónimo de diversión extrema, de altas dosis de adrenalina.
Por supuesto que actuó impulsivamente, pensó “en el momento” sin considerar las consecuencias a largo plazo; y no lo culpo, recordemos que la corteza prefrontal del cerebro en los adolescentes -responsable del pensamiento crítico y la toma de decisiones-, aún está en desarrollo.
Tampoco se puede dejar de lado el papel que jugaron las hormonas del chico en esta ecuación mortal. Está comprobado que los niveles elevados de testosterona en los adolescentes hombres aumentan su propensión de tomar riesgos. “¡Vamos a hacer algo loco!”, suena bastante temerario.
Ahora bien, quizás el chico lo hizo por rebeldía, por desafiar e ir en contra de la autoridad de sus padres. De nuevo va otra frase que todos repetimos” “como mis padres dicen que no lo haga, definitivamente lo haré”. Estoy seguro que esa actitud lo llevó a subirse a esa moto ese día y demostrar lo independiente y capaz que era de tomar sus propias decisiones.
¿Y si lo hizo por aceptación? ¿por querer “ser parte del grupo”? Esa necesidad desesperada de pertenencia y aceptación aveces nos hace “una mala jugada”, sobretodo si se trata de decisiones arriesgadas. Todos de chicos queremos ser aceptados, por eso hacemos cosas “para encajar”, incluso en donde el sentido común “no encaja en lo absoluto.”
El querer “ser parte de” está directamente relacionado con el entorno; si por ejemplo el chico vivía en un barrio en donde las actividades peligrosas con motos son comunes o aceptadas socialmente, era más probable que participara en ellas; Imagínate: si veía que todos los hacían, seguramente pensaba que era seguro. Aquí no hay señal de advertencia que funcione.
Mientras tanto, no sabemos qué sucederá o habrá sucedido con el chico de San Luis Potosí; nos solidarizamos y oramos por él y su familia y dejamos sobre la mesa la importancia de ser realistas y aceptar que queramos o no (recuerden: todos fuimos adolescentes), nuestros hijos adolescentes no son excentos de tomar malas decisiones que pueden tener consecuencias devastadoras.
En lugar de simplemente condenar y criticar, los invito a ofrecer orientación y apoyo a estos chicos para ayudarles a encontrar formas más seguras y constructivas de explorar su mundo.
Sabemos que pueden caer en estos retos absurdos (no digas que tu hijo “no lo haría”); el 16 de diciembre fue una moto contra un muro, ¿pero qué me dicen de los chicos que andan como locos por la autopista México-Cuernavaca y quedan “estampados” contra el pavimento?, ¿o de los «arrancones” clandestinos a la madrugada, a 200 kilómetros por hora? No voy a entrar en detalle en la necesidad de medidas, por parte del gobierno, más efectivas para prevenir y garantizar la seguridad de la ciudadanía, porque sabemos que nadie va a hacer nada.