En el siglo XX, el arte dejó de ser solo una expresión estética para convertirse en una mercancía codiciada. Pinturas, esculturas, joyas y antigüedades comenzaron a circular en un mercado global que, lejos de estar regulado, se convirtió en terreno fértil para el crimen.
En 1911, un electricista italiano llamado Vincenzo Peruggia escondió bajo su abrigo el cuadro más famoso del mundo: La Mona Lisa. Caminó tranquilamente fuera del Louvre y desapareció con la obra durante más de dos años. Cuando finalmente fue capturado en Florencia, declaró que lo había hecho “por patriotismo”, convencido de que la pintura debía regresar a Italia. Aquella anécdota marcó un punto de inflexión: el siglo XX comenzaba y con él también la edad dorada de los robos de arte.
¿Qué provocó esta explosión de robos de arte? ¿Por qué el siglo pasado fue testigo de algunos de los atracos más audaces y sofisticados de la historia?
Un mercado negro multimillonario
Desde el Renacimiento, el arte ha sido símbolo de estatus y riqueza. Pero fue en el siglo XX cuando su valor económico se disparó. Con el auge de las casas de subastas como Sotheby’s y Christie’s, las obras comenzaron a cotizarse como activos financieros. Esto atrajo no solo a coleccionistas legítimos, sino también a ladrones y traficantes.
Según el FBI, el robo de arte es el cuarto delito más lucrativo del mundo, después del narcotráfico, el lavado de dinero y el tráfico de armas.
Se calcula que mueve entre 6,000 y 10,000 millones de dólares anuales, una cifra que comenzó a escalar exponencialmente a mediados del siglo XX, cuando el valor simbólico y económico del arte alcanzó niveles sin precedentes.
Los museos, las galerías privadas y las mansiones de coleccionistas se convirtieron en los nuevos bancos: bóvedas llenas de valor, pero con sistemas de seguridad aún rudimentarios hasta bien entrada la década de 1970. Las guerras, los saqueos estatales y el crecimiento del mercado internacional del arte sentaron las bases perfectas para una industria del robo tan sofisticada como cinematográfica.
La guerra: el mayor saqueo de la historia
El siglo XX fue un siglo de guerras, y con ellas, el arte se convirtió en botín. Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis confiscaron alrededor de 600,000 obras de arte en Europa, desde pinturas de Van Gogh y Klimt hasta esculturas romanas. Fue el mayor saqueo cultural de la historia moderna.
Adolf Hitler, frustrado artista rechazado por la Academia de Bellas Artes de Viena, soñaba con crear el “Führermuseum” en Linz, Austria, un museo monumental donde exhibir las piezas más valiosas del mundo. Su ejército tenía una unidad especial, el Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg, dedicada exclusivamente a identificar, confiscar y trasladar las obras a Alemania.
Al final de la guerra, los Monuments Men, un grupo de historiadores y restauradores aliados, lograron recuperar más de 5 millones de piezas robadas. Sin embargo, miles de ellas siguen desaparecidas hasta hoy.
El auge del coleccionismo privado
Tras la guerra, el arte se transformó en símbolo de estatus y poder. Los grandes millonarios del siglo XX —desde Peggy Guggenheim hasta los Rockefeller— comenzaron a invertir en arte como si fueran acciones. Y donde hay dinero, hay delito.
La demanda de piezas únicas impulsó la creación de redes clandestinas de intermediarios, falsificadores y ladrones profesionales. A menudo, las obras robadas no se vendían en subastas, sino que circulaban en el mercado negro entre coleccionistas privados dispuestos a pagar millones por posesiones “exclusivas”, sin importar su procedencia.
Un ejemplo emblemático fue el robo del Museo Isabella Stewart Gardner en Boston, en 1990, considerado el mayor robo de arte de la historia: 13 obras desaparecieron, entre ellas piezas de Vermeer, Rembrandt y Degas, valuadas hoy en más de 500 millones de dólares. Hasta la fecha, ninguna ha sido recuperada.
Los ladrones del siglo XX: de criminales a leyendas
El siglo XX también creó un nuevo tipo de ladrón: el ladrón de arte romántico, inteligente y sofisticado. Casos como el de Stéphane Breitwieser, un francés que entre 1995 y 2001 robó más de 230 obras de museos europeos —no para venderlas, sino para admirarlas en su habitación—, alimentaron el mito del “amante del arte fuera de la ley”.
Otros lo hicieron por dinero, como la banda que en 1972 robó obras de Munch y Picasso del Museo Nacional de Oslo, o los misteriosos hombres que se llevaron el famoso cuadro “El grito” en 2004, dejando una nota que decía: “Gracias por la falta de seguridad”.
Otro caso emblemático fue el robo de 140 piezas prehispánicas del Museo Nacional de Antropología de México en 1985. Los ladrones estudiaron las rutinas del personal y usaron los ductos de aire acondicionado para infiltrarse.
El misterio como valor agregado
Paradójicamente, muchas obras robadas aumentaron su valor por el simple hecho de haber sido robadas. “El robo convierte una pintura en una leyenda”, afirma Noah Charney, fundador de la Asociación para la Investigación del Crimen de Arte. Algunas piezas robadas incluso regresaron al mercado legal décadas después, tras haber pasado por manos de traficantes, herederos o coleccionistas arrepentidos.
En otros casos, los ladrones ni siquiera sabían lo que tenían: una investigación del FBI reveló que más del 70% de los robos de arte son cometidos por delincuentes comunes, sin conocimiento del valor real de la pieza.
¿Arte o piedras preciosas?
En décadas recientes, los robos se han enfocado más en joyas y metales preciosos que en pinturas. El atraco al Louvre en octubre de 2025 lo ejemplifica: los ladrones ignoraron obras maestras y se dirigieron a la Galería de Apolo, donde sustrajeron joyas de la corona francesa. ¿La razón? Las piedras pueden desmontarse, fundirse y venderse sin dejar rastro.
- La tiara robada contenía 24 zafiros de Ceilán y 1,083 diamantes.
- La corona de la emperatriz Eugenia tenía 2,490 diamantes y 56 esmeraldas
Un problema aún vigente
Aunque muchos imaginan que los grandes robos de arte son cosa del pasado, cada año se reportan más de 50,000 piezas culturales robadas en todo el mundo, según datos de la UNESCO. Los países más afectados son Italia, Francia, Estados Unidos y México, este último por su riqueza arqueológica y patrimonial.
El siglo XX no solo vio nacer la era de los robos de arte; también creó un nuevo ecosistema donde el arte se convirtió en una moneda de poder, prestigio y rebelión. En palabras del historiador Jonathan Petropoulos:
“Cada obra robada cuenta dos historias: la del artista que la creó y la del hombre que creyó merecerla más que nadie”.
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