En este artículo de nuestra serie ‘Refugiados e Inmigrantes’, exploramos el viaje épico de un joven noble que se vio envuelto en la Revolución Rusa, encontró amor en Tabasco y forjó su legado a través de las notas del piano que tanto amaba.
Al igual que la historia de mi familia, Warman: de Polonia a México, en esta oportunidad también se recuperaron relatos, recuerdos tristes; momentos alegres de la familia Olhovich que también tuvo que emigrar de su país de origen para salvarse, sobrevivir y así formar una familia en México. Y fue gracias al piano que pudieron salir adelante.
Te invito a ver su historia, a continuación:
Alex comienza a contarnos la historia de su abuelo, Vladimir Olhovich. De acuerdo con el registro del árbol genealógico, se sabe que la familia asciende de los grandes príncipes de Rusia que datan del siglo XII, específicamente de Bezdebol II Olhovich (1146). Y aunque Vladimir nació en Ucrania, en 1900, vivió gran parte de su niñez y juventud en Moscú.
Era un chico de la alta sociedad, lleno de energía, y el piano era su pasión. Vivía en un rico entorno cultural, con una excelente educación y una vida familiar muy plena. Se sabe que su madre le organizaba fiestas con grandes cantantes de ópera del momento.
Hasta que se atravesó la Revolución Rusa en 1917, y sin querer, Vladimir se vio envuelto en una guerra que no quería, junto con su padre. Ambos pelearon contra los comunistas, y en algún momento del conflicto se separaron.
Vladimir contaba con mucho enojo, una anécdota entre su papá y su tío, creo que lo arrestan por culpa de este último. Vladimir tomó una pistola con la intención de disparar a su tío. Después decía que “gracias a Dios no se murió, porque si no no hubiera podido vivir con eso”. Lo curioso es que después, por alguna razón, ambos vinieron juntos a México.
Cuando terminó la guerra, Vladimir fue a la Universidad de San Petersburgo a estudiar piano. Pero no lo aceptaron. Le dijeron que solamente eran bienvenidos campesinos y trabajadores, no un chico considerado “de familia noble.” Fue en ese momento que su vida cambió totalmente.
Entre el piano y la minería en Tabasco
En este punto existen dos versiones de la familia de lo que sucedió con Vladimir a partir de este momento. Por un lado, Alex asegura que su abuelo, quien tenía 19 años en ese entonces, conoció al embajador americano en Rusia, y este le ofreció una beca en Washington si llegaba por su cuenta a Estados Unidos; mientras que por el otro lado, Adolfo, el otro nieto de Vladimir, sostiene que Plutarco Elías Calles, presidente mexicano entre 1924 y 1928, patrocinaba barcos que viajaran de Rusia a México. Esta información llegó a oídos de Vladimir, así que ubicó en el mapa dónde quedaba México, vio que limitaba con Estados Unidos, y tomó un barco rumbo a Veracruz, con el objetivo de cumplir su sueño.
Vladimir llegó al puerto de Veracruz “con una mano por delante y otra por detrás.” Caminó rumbo a Pachuca, en Hidalgo, y allí comenzó a trabajar como minero. No hablaba una gota de español.
Un día, pasaba frente a una casa en donde tocaban piano, propiedad de una familia adinerada de Pachuca. La puerta estaba abierta, así pidió permiso a la señora de la casa para ingresar y tocar el piano. Iba cubierto de tierra, con su casco de minero. Pero cuando la señora lo escuchó tocar, le pidió encarecidamente que le dictara clases a su hija.
El rumor del talento de Vladimir se fue esparciendo por el pueblo, a tal punto que se convirtió el maestro de piano de todos los niños y niñas de las familias de la alta sociedad de Pachuca. De esta manera juntó el dinero suficiente para estudiar ingeniería sismológica.
Encuentro en Tabasco: explosión y romance
Su primer trabajo fue en Tabasco. Allí fue donde conoció a Catalina, su esposa y abuela de Alex y Alfredo.
Como parte de su función como ingeniero sismólogo, Vladimir realizó algunas explosiones en La Venta, un importante centro ecoturístico ubicado en Tabasco, que alberga una gran diversidad de flora y fauna, y resguarda sitios arqueológicos de la cultura Olmeca. De hecho, el Parque Museo La Venta, exhibe monumentos y esculturas de cabezas colosales olmecas, emblemáticas de esta cultura.
El cuento es que se cree que fue gracias a estas explosiones que realizó Vladimir, que aparecieron las cabezas olmecas originales que hoy en día se ven en La Venta.
También se dice que durante esta visita, Vladimir se contagió de dengue o de alguna enfermedad “de la selva”, y fue a casa del doctor Green para que lo curara. Greene era el médico de Cárdenas, el pueblo más cercano. Allí conoció a Catalina Greene, quien se convertiría en su futura esposa e hija del doctor. La pareja tuvo tres hijos: Alex (tío de Alex quien está contando esta historia), Sergio e Irene.
Y qué sucedió con el piano? Una vez Vladimir y Catalina llegaron a Ciudad de México, Vladimir trabajó como ingeniero pero también tocando piano para película de cine mudo.
Legado de los Olhovich: Una familia dividida entre dos mundos
Alex (tío de Alex), y el primogénito de la familia, estudió en Canadá. Siempre fue muy pro americano, “de derecha y católico”. Pero lo más irónico es que mientras Vladimir luchó por salir de Unión Soviética a como diera lugar, su hijo Sergio, años después, regresó a estudiar cine este país. Por su parte Irene, la hija menor, se mantuvo en la mitad, entre sus hermanos, “con tintes de las dos cosas”, disfrutando de los dos mundos. Esta discrepancia, esta contraposición de sistemas, siempre ha estado presente en la familia Olhovich.
Lo anterior no significa que no se quieran mucho, pero piensan totalmente distinto. De hecho, alguna vez al abuelo Vladimir le hicieron una entrevista y le preguntaron sobre el comunismo. Respondió que “el comunismo que planteó inicialmente Lenin, fue algo ideal”.
En cuanto a las vivencias con su abuelo Vladimir, Alex, en nieto, recuerda que existía la tradición de que las tres familias se juntaran en casa de los abuelos los domingos.
Siendo niños les servían caviar con galletas y mantequilla en la comida. “Éramos una familia, en ese sentido, rara, especial, porque sí, nos daban caviar y éramos chiquitos. También nos daban rompope para no darnos vodka.”
La Revolución Rusa forjó destinos inesperados, y el piano se convirtió en la melodía que guió el camino de Vladimir hacia una nueva tierra. La historia de la familia Olhovich es un reflejo de las experiencias de tantas familias que buscaron refugio y oportunidades en nuestro país, y su legado perdura como un testimonio de coraje, perseverancia y la capacidad del ser humano para adaptarse y florecer.
