Durante años, las redes sociales fueron una ventana abierta a la vida de los demás. Cumpleaños, viajes, cafés perfectamente servidos, selfies en el gym, opiniones urgentes, estados de ánimo, playlists, y hasta crisis existenciales empaquetadas en memes: todo era parte del espectáculo digital diario. Pero hoy, esa ventana se está cerrando.
Quizá ya lo notaste: tus amigos publican menos. Las historias duran apenas unas horas, los feeds están congelados desde hace meses, y los perfiles más activos parecen haberse convertido en silenciosos observadores. No eres tú. Es una tendencia global.
Según una encuesta reciente, casi un tercio de los usuarios de redes sociales publica menos contenido que hace apenas un año, siendo los adultos de la Generación Z quienes más están bajando la velocidad en su actividad digital. En paralelo, en un artículo de The New Yorker, el escritor Kyle Chayka introduce el concepto de «posting zero» («publicar cero»), una etapa cultural en la que compartir la vida en internet parece no tener ya el mismo sentido de antes.
La resaca de dos décadas de hiperconexión
Las redes sociales nacieron como espacios para conectar, compartir y descubrir. Pero en los últimos 20 años han mutado hacia escenarios de exposición, presión, performance y ruido. Publicar dejó de ser algo espontáneo. Hoy hay que pensar en el ángulo, la edición, el algoritmo, la audiencia. Hay que cuidar lo que se dice y cómo se dice. Y para muchos, simplemente ya no vale la pena.
Además, existe una fatiga digital acumulada. Después de pasar años navegando en una dinámica de constante actualización personal, las personas comienzan a preguntarse: ¿por qué lo estoy haciendo? ¿A quién le importa realmente? ¿Qué estoy ganando con esto?
El regreso de lo íntimo y lo privado
Otro motivo del silencio creciente tiene que ver con un cambio en la forma en que valoramos la intimidad. Las generaciones más jóvenes han sido criadas en un mundo hiperexpuesto. Pero también han sido testigos de cómo esa exposición puede convertirse en una trampa: desde bullying digital hasta la vigilancia de empleadores o la monetización de sus datos más personales.
Como respuesta, muchos han comenzado a replegarse hacia espacios más cerrados: grupos privados de WhatsApp, chats de Discord, servidores exclusivos, Finstas (cuentas privadas con pocos seguidores) o simplemente el viejo y confiable cara a cara. Compartir sí, pero con menos gente, más confianza y menos filtros.
No es lo mismo publicar en redes que expresarse
Una generación que creció pensando que compartir era sinónimo de expresarse, está descubriendo que no todo lo que sentimos o vivimos tiene que ser dicho públicamente. Este giro no significa que las personas ya no se estén comunicando. Al contrario, quizás están encontrando formas más auténticas de hacerlo.
Hoy, muchos prefieren consumir contenido que crearlo. Otros han reemplazado los “likes” por silenciosos mensajes directos. Algunos se limitan a observar. Lo que importa es que hay un desplazamiento del protagonismo a la contemplación, del escenario público a la conversación íntima.
Publicar ya no es seguro (ni emocional, ni socialmente)
No podemos ignorar que publicar en redes también se ha vuelto más emocionalmente riesgoso. Vivimos en un clima hipervigilante: lo que se diga puede ser malinterpretado, criticado o incluso cancelado. Y para muchas personas, especialmente las más jóvenes, la presión de tener que ser “perfecto” en lo que se publica —o peor, de tener que entretener— ya no es sostenible.
Además, la narrativa dominante ha pasado de “ser tú mismo” a “ser una marca personal”. Y no todos quieren convertirse en un producto vendible o seguir reglas de engagement para mantenerse relevantes.
El algoritmo ya no está de nuestro lado
Otro factor clave es el algoritmo. Las redes sociales, en su afán por maximizar la permanencia de los usuarios, han transformado lo que vemos y lo que mostramos. Ya no se trata de una cronología honesta de lo que nuestros amigos comparten, sino de una mezcla impersonal de contenido viral, publicidad, influencers y sugerencias que muchas veces ni pedimos.
En ese contexto, publicar algo personal puede sentirse irrelevante o incluso invisible. ¿Para qué subir esa foto si solo la verán cinco personas? ¿Para qué escribir una reflexión si el algoritmo la esconderá debajo de diez videos virales?
¿Estamos entrando en la era del silencio digital?
Puede que sí… o al menos, en la era del contenido significativo. Publicar menos no significa desaparecer. Significa, en muchos casos, redefinir la relación que tenemos con las plataformas. Quizás estemos dejando de gritarle al mundo lo que pensamos, y volviendo a susurrarlo a quien realmente nos escucha.
Como sugiere Kyle Chayka, podríamos estar entrando en la era de “publicar cero”, una suerte de detox cultural en la que lo verdaderamente valioso ya no es la visibilidad, sino el silencio, el misterio, el presente no documentado.
¿Y ahora qué?
Este fenómeno nos invita a reflexionar sobre cómo queremos compartir nuestras vidas. Tal vez no se trata de volver a publicar como antes, sino de preguntarnos qué sí queremos mostrar, con quién y por qué. Tal vez no necesitamos estar en todas partes, ni decirlo todo, ni estar disponibles 24/7. Tal vez basta con vivir… y guardar algunas cosas solo para nosotros.
En tiempos donde todo parece exigir una reacción inmediata, elegir no publicar también puede ser un acto poderoso de resistencia, autenticidad y autocuidado.
También puedes leer: El día que Gerber quiso alimentar a los adultos… ¡con comida de bebé!