Desde la década de 1980, el concepto de muerte cerebral ha planteado preguntas profundas sobre la naturaleza de la vida y la muerte.
El estado de las personas con este diagnóstico un tema altamente debatido que desafía las definiciones tradicionales de vida y muerte. Desde un punto de vista legal y médico, una persona con muerte cerebral se considera legalmente muerta, ya que ha perdido de forma irreversible la actividad cerebral. Sin embargo, algunos argumentan que, desde una perspectiva biológica, estas personas aún pueden mostrar signos de actividad corporal, lo que plantea preguntas sobre si realmente están muertas en un sentido completo.
Este debate refleja la complejidad de entender la muerte cerebral y destaca la necesidad de continuar investigando y reflexionando sobre este tema para desarrollar una comprensión más completa y precisa.
¿Qué significa “muerte cerebral”?
El diagnóstico de muerte cerebral está definido como “muerte basada en la ausencia total de funciones neurológicas”. Muerte cerebral es una definición legal de muerte. Es la terminación (paro) completa e irreversible de toda función cerebral. Esto significa que, como resultado de daño o injuria al cerebro, el aporte de sangre al cerebro queda bloqueado y el cerebro muere. La muerte cerebral es permanentemente irreversible.
Algunas de las causas de muerte cerebral son: trauma en la cabeza por un accidente en un vehículo de motor, caídas, heridas de bala, hemorragias en el cerebro por aneurismas y ataques, sobredosis de medicamentos, ahogo y envenenamiento entre otros.
¿Cómo se decide que un paciente esta cerebralmente muerto?
Un médico ejecuta las pruebas médicas requeridas para llegar al diagnóstico de muerte cerebral. Estas pruebas están basadas en directrices médicas que son razonables y aceptadas. Además de otros aspectos, las pruebas incluyen un examen clínico para determinar si el paciente no tiene reflejos cerebrales y si no puede respirar por sí mismo. En la mayoría de los casos, las pruebas son hechas dos veces, con varias horas de intervalo para asegurar un resultado veraz.
En su libro «La falacia de la muerte cerebral», la Dra. Heidi Klessig, comparte una experiencia impactante durante su formación como anestesióloga. Preparando a un donante de órganos con muerte cerebral para una cirugía, se enfrentó a la paradoja de un paciente aparentemente vivo, con signos vitales estables, pero declarado legalmente muerto por criterios neurológicos.
Este caso ilustra la complejidad de definir la muerte cerebral. Legalmente, implica la pérdida irreversible de la actividad cerebral, pero ¿es esta definición suficiente para determinar la muerte completa de una persona? La controversia se intensifica con la revelación de que algunas áreas del cerebro pueden permanecer activas en pacientes con muerte cerebral. El debate se extiende incluso a la ética de la obtención de órganos, con discusiones sobre si los pacientes pudieran experimentar dolor durante el procedimiento.
El Dr. James Bernat, profesor de Neurología, en la Escuela de Medicina Dartmouth Geisel, en Estados Unidos, argumenta que, aunque los cuerpos de las personas con ausencia de actividad cerebral pueden estar biológicamente activos, ya no funcionan como organismos completos.
Sin embargo, otros, como el Dr. Robert Truog, profesor de Ética Médica, Anestesiología y Pediatría en la Escuela de Medicina de Harvard y Boston, y el Dr. Franklin Miller, miembro del cuerpo docente senior del Departamento de Bioética de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), cuestionan esta noción, sugiriendo que estas personas podrían considerarse vivas en un sentido biológico, aunque improbablemente se recuperen.
El caso de Jahi McMath, una paciente quien mostró signos de actividad cerebral después de ser declarada con muerte cerebral, desafía aún más nuestras concepciones sobre la muerte cerebral y la posibilidad de recuperación.
La evaluación de este diagnóstico es un proceso delicado y sujeto a errores. Las pruebas, como la apnea, conllevan riesgos significativos y pueden influir en el diagnóstico final. Por lo tanto, la precisión y la ética de estas evaluaciones son fundamentales para abordar este debate en curso. En última instancia, el tema de la muerte cerebral plantea preguntas profundas sobre la naturaleza de la vida y la dignidad humana. Requiere una reflexión cuidadosa sobre cómo definimos y comprendemos la muerte en un contexto médico y ético en constante evolución.
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