El sentido más antiguo y subestimado, no solo nos conecta con un mundo aromático y gustativo sino que nos vincula con nuestras emociones. De ahí que ejercitar el olfato es el mejor antídoto para no perder la memoria y detectar de manera temprana de enfermedades como Alzheimer y Parkinson.
El Dr. José Ricardo Sánchez Santana, otorrinolaringólogo, cirujano de cabeza del Centro Médico ABC Observatorio, y quien me realizó una cirugía de cornetes, estuvo de visita en el programa de radio hablando del olfato, de qué sucede cuando lo pierdes y de cómo lo recuperas; también me reveló secretos de cómo este sentido tan infravalorado se conecta directamente con la memoria, las emociones y hasta con la forma en que tomamos decisiones.
Pero lo más importante, y en lo cual se centra este reportaje, es en la conexión estrecha entre el olfato y la memoria, entre los aromas que nos desencadenan emociones, y sobre la memoria más poderosa, la olfativa, que siempre nos permite recordar.
El olfato como alerta temprana de Alzheimer y Parkinson
Hay algo muy importante que muy poca gente sabe, y es que las personas que padecen demencia tipo Alzheimer o Parkinson, comienzan a perder el sentido del olfato hasta cinco años antes de ser diagnosticados.
No solo lo asegura el Dr. Sánchez Santana, también la National Library of Medicine. En su artículo Olfactory deficit: a Potential Functional Marker Across the Alzheimer’s Disease Continuum, publicado en 2024, dice que la disfunción olfativa indica un deterioro en la capacidad de detectar, identificar o recordar olores.
De hecho, el deterioro en la identificación olfativa precede en varios años a las alteraciones cognitivas detectables, incluyendo el deterioro cognitivo leve e incluso la etapa de declive cognitivo subjetivo.
Así que esa alteración olfativa está estrechamente relacionada con los síntomas clínicos y los biomarcadores neuropatológicos del Alzheimer, sumado a las anormalidades estructurales y funcionales significativas que se presentan en el cerebro.
El hallazgo también sostiene que un examen del comportamiento olfativo puede evaluar de forma subjetiva las habilidades de identificación, umbral y discriminación olfativa; al igual que una resonancia magnética funcional olfativa puede proporcionar una evaluación de las capacidades olfativas, con el potencial de convertirse en una herramienta prometedora para explorar los mecanismos neuronales del daño olfativo producido por la demencia.
Por su parte, la Alzheimer’s Association, en su estudio: Rapid Olfactory Decline During Aging Predicts Dementia and GMV Loss in AD Brain Regions, sostiene que la rápida disminución del sentido del olfato, durante un período de cognición normal, predice fuertemente múltiples características de la enfermedad de Alzheimer; incluyendo un menor volumen de materia gris en las regiones cerebrales asociadas al olfato y la memoria, peor rendimiento cognitivo y mayor riesgo de diagnóstico de deterioro cognitivo leve y demencia en adultos mayores.
Por lo tanto, la trayectoria de la disminución olfativa proporciona una métrica de deterioro funcional y demencia durante una etapa preclínica del Alzheimer.
De ahí la importancia de identificar a individuos de alto riesgo durante este período asintomático para luego tener un pronóstico e influir en la toma de decisiones clínicas, incluyendo la participación en ensayos clínicos para nuevas terapias, por ejemplo.
Así que si tienes un familiar o amigo que sospechas que puede tener Alzheimer, es importante que su doctor de cabecera le realice una prueba olfatoria o comience entrenamientos olfatorios como los que el Dr. Sánchez Santana, menciona más adelante en este artículo.
Es una realidad que si una persona comienza a perder poco a poco el olfato, y no es cuestión de una gripa o un tratamiento para una enfermedad, es mejor que acuda a un especialista. Si se trata y se vigila a tiempo, puede mejorar a través de estos entrenamientos o al menos predecir que pronto presentará una enfermedad neurodegenerativa mientras se fortalece su mente y su memoria.
Por otro lado, el olfato está directamente ligado con la memoria porque, a diferencia de la vista, no necesitas que el objeto o la persona estén presentes para poder saber que están o estuvieron ahí. “Puedes oler un perro aunque el perro no esté ahí al frente, o llegar a casa y decir: ‘huele a galletas’ siendo que ya fueron horneadas y ya se las comieron”, comenta el Dr. Sánchez Santana.
Los anteriores son ejemplos de la poderosa memoria olfativa, como cuando hueles algo que te hace recordar y regresar décadas atrás a un momento o a un lugar, a la casa de tu abuela, por ejemplo, y te genera una emoción placentera; o, por ejemplo, el aroma del algodón de azúcar ligado a nuestra infancia.
Ahora que sabes que la pérdida del olfato es un primer indicativo de posibles enfermedades como Alzheimer, es importante que conozcas la historia del sentido más antiguo y subestimado, su relación con la supervivencia, el placer y la conexión social ,entre otros curiosidades como por qué olemos el estrés, y por qué cuando no nos sabe la comida, pensamos que perdimos el sentido del gusto y no del olfato.
El sentido más antiguo y subestimado
El sentido del olfato es quizás el menos valorado y el “más devaluado”. Esto tiene una razón evolutiva que el Dr. Sánchez Santana nos explica: hace 500 millones de años, los primeros organismos con un sistema del olfato primitivo, de ahí que este sentido sea el más antiguo de todos; pero cuando estos organismos desarrollan ojos, el sentido de la vista se convierte en el principal, desplazando al olfato.
Ahora vivimos en un mundo totalmente visual, lleno de pantallas, dispositivos y luces. De hecho, nuestro invitado comenta que tuvo acceso a una encuesta que asegura que la gente prefiere perder el sentido del olfato por encima del dedo gordo del pie, de una oreja, de un ojo e incluso, hasta del propio celular…
Supervivencia, placer y conexión social
Entonces, si somos “tan visuales” y preferimos perder el olfato por encima de muchas cosas, ¿para qué olemos? Bueno, principalmente, por supervivencia, por placer y por interacción social.
En un principio, olíamos para buscar comida, para huir de un depredador, para evitar comer un alimento echado a perder e intoxicarnos, pero ahora vivimos en un mundo “civilizado” en donde el olfato ya no es “indispensable” para la supervivencia, —aunque sí para aquellos que disfrutamos del mundo de los aromas, de la comida y el vino y de esa parte placentera de comer—, que va más allá de la nutrición y que va directamente ligada al gusto.
Sin embargo, hubo un momento en la historia de la humanidad en que el olfato dejó de ser tan subestimado y empezó a valorarse realmente e ir más allá de ponernos perfume todos los días.
Cuando perdemos el olfato
Entonces llegó la pandemia de COVID-19, y 8 o 9 de cada 10 personas perdieron el olfato transitoriamente durante semanas y meses; incluso algunos nunca lo recuperaron. Pronto se dieron cuenta de lo miserable que era vivir sin olfato y comenzaron a extrañar el aroma de una taza de café en las mañanas, de los aromas de una copa de vino, del aroma de un buen perfume…
De repente, la pandemia catalizó la importancia del olfato, y la gente que lo perdió comenzó a extrañarlo como nada en el mundo. Y algo increíble sucedió: las personas comenzaron a ponerle más importancia al sentido del olfato.
“Está demostrado que la gente que no huele tiene mucho menos calidad de vida”, comenta el Dr. Sánchez Santana. De hecho, se hicieron encuestas que comprobaron que la gente sufría de depresión si no huele y que se aislaba socialmente porque no se sentía bien yendo a una comida con amigos, ya que no iba a disfrutar del placer de comer. Lo anterior también lleva a bajar de peso e incluso a sufrir de trastornos alimentarios.
Ahora bien, cuando las personas pierden el olfato, también pierden la capacidad de oler su propio aroma corporal y se aíslan de actividades sociales porque no saben cómo huelen. Esto sucede de manera inconsciente; incluso, pueden llegar a aislarse porque no saben cómo huelen.
Me recuerda mucho al libro El Perfume (1985) del escritor alemán Patrick Süskind, cuando el protagonista, Jean-Baptiste Grenouille —que tiene un olfato prodigioso que le permite distinguir y memorizar cualquier aroma presente en la Tierra— descubre que carece de olor corporal, lo que lo convierte en un ser invisible para los demás; y se obsesiona con crear la fragancia perfecta que hará que todos lo amen.
El olfato y la interacción social
En cuanto al uso del olfato en la interacción social, el Dr. Sánchez Santana señala que científicamente está demostrado que la elección de pareja para compartir la vida depende de su olor corporal, que está compuesto por lo que comemos, nuestros genes y las bacterias que tenemos encima.
De acuerdo con un estudio realizado por un biólogo suizo en 1995, a un grupo de hombres les dieron playeras para que usaran durante dos días seguidos; luego, se las dieron a un grupo de mujeres para que las olieran y las clasificaran entre la más y la menos placentera; y después se estudiaron los genes y el sistema inmune de ambos grupos. Se encontró una correlación entre cada mujer que calificó el olor de cada playera como placentero y su sistema inmune diverso; es decir, se concluyó que los humanos nos juntamos y nos apareamos buscando siempre la diversidad general. Lo mismo sucede con los animales: el olfato evita que dos especies que no son compatibles se apareen.
“Inconscientemente, nos interesa o no nos interesa cierta persona porque somos o no somos compatibles por el olfato. Muchos le llaman amor a primera vista, pero también han descrito el amor ‘a primera olfación’, porque eso también puede abrir completamente el amor.
Sucede de la misma manera con el olfato de una mamá, que puede identificar la playera de su bebé entre varias, o cuando podemos oler el miedo o el estrés”, comenta el Dr. Sánchez Santana.
¿Podemos oler el estrés?
¿Les ha sucedido que entran a un salón de clases y “huele a estrés” por el examen, o a una oficina porque todos le temen al jefe?
Bueno, el Dr. Sánchez Santana asegura que está demostrado que podemos oler el estrés. Y lo comprueba un estudio en donde pusieron a un grupo de paracaidistas a saltar y al otro a andar en bicicleta.
Después, extrajeron el sudor de esas personas y lo pusieron a oler a un tercer grupo y enseguida les hicieron resonancias magnéticas. El hallazgo fue increíble: cuando olían el sudor de los paracaidistas, se les activaba un área del cerebro que se llama la amígdala, que es el área en donde se identifica el estrés.
Es decir, si nosotros olemos a alguien que esté estresado, también nos estresamos nosotros. ¡Definitivamente, una prueba de que el olfato sí que es cuestión de supervivencia!
“No me sabe a nada la comida: ¿acaso perdí el olfato o el gusto?”
Ahora bien, es importante aprender a diferenciar entre el gusto y el olfato porque existe mucha confusión a la hora de consultar a un especialista. Al consultorio del Dr. Sánchez Santana llegan muchos pacientes que se quejan de que no les sabe a nada la comida. “Sí les sabe la comida, lo que sucede es que no tienen olfato”, comenta.
Cuando degustamos un vino, por ejemplo, intervienen tres sistemas: la olfación ortonasal, que es cuando olemos del exterior hacia la nariz; la olfación retronasal, cuando tenemos el vino en la boca, se disuelven las moléculas y por vía retrógrada las olemos; y quimioestesis, que poca gente la conoce.
“Este último funciona a través del nervio trigémino, que es el que permite sentir la astringencia del vino, el burbujeo de las bebidas carbonatadas, el picor de la comida, la frescura de la pasta de dientes. Contrario a lo que se piensa, ese no es el sentido del gusto en plena acción: ¡es el nervio trigémino!”
Por otro lado, el gusto es el que permite decir si el vino sabe a ciruela, si es dulce, salado, amargo, ácido o umami. Así que ya sabes: si alguien te dice que “no le sabe la comida”, es porque perdió el sentido del olfato, porque la lengua y la boca están más ligadas con el olfato que con el gusto.
Sin embargo, muchas veces los pacientes que pierden el sentido del gusto cambian su plan de alimentación en un intento por compensar la ausencia de sal o dulce en su comida. “Eso es bueno y malo porque me dicen ‘ya no me huele, pero le voy a poner más sal a la comida’, o ‘voy a comer comidas más grasosas o más dulces’; desequilibrando su alimentación”, comenta nuestro invitado.
¿Y si perdimos el olfato, hay alguna manera de recuperarlo?
Todos hemos perdido el olfato alguna vez en la vida cuando tenemos gripa. Pero hay personas que presentan una pérdida olfatoria más larga debido al COVID-19, a enfermedades o a tratamientos.
Recuerdo el caso del chef estadounidense Grant Achatz de Alinea, uno de los restaurantes más reconocidos del mundo, ubicado en Chicago.
Con tan solo 33 años, en 2007 perdió temporalmente los sentidos del gusto y del olfato durante un tratamiento contra cáncer de lengua. Afortunadamente, después de un año recuperó gradualmente el sentido del gusto: primero el dulce, luego lo salado, seguido de lo ácido, lo amargo y, finalmente, la sensación de picor. Pasado el tiempo, su sentido del olfato también mejoró.
La experiencia de Achatz con la enfermedad transformó su comprensión de la comida. Se convirtió en defensor de los pacientes con cáncer, fomentando la esperanza y la perseverancia. Sus experiencias también lo llevaron a participar en iniciativas destinadas a apoyar a los pacientes en tratamiento. Entre ellas se encuentra Tasting Notes, una campaña educativa lanzada en colaboración con Johnson & Johnson para abordar el problema común de las alteraciones del gusto y el olfato que experimentan los pacientes con cáncer.
Basándose en su propia historia, Achatz trabaja con nutriólogos especializados para ofrecer consejos prácticos y apoyo emocional a quienes lidian con la pérdida de ambos sentidos durante el tratamiento.
Por otro lado, el Dr. Sánchez Santana habla del entrenamiento olfatorio, que es una maravilla y que, aunque existe desde hace muchos años, se puso de moda con el COVID-19.
¿Habías escuchado hablar de entrenamiento olfatorio o rehabilitación del olfato?
¿Pero de qué se trata el entrenamiento olfatorio o rehabilitación del olfato? “Es poner a la nariz a oler, a oler y a oler aromas”, comenta nuestro invitado.
Nos explica que en el techo de la nariz se encuentra el bulbo olfatorio, que cuenta con neuronas que se regeneran. De hecho, nacemos y morimos con la misma cantidad de neuronas cerebrales, pero las neuronas olfativas son las únicas que se regeneran cada mes. Esa “plasticidad cerebral” de estas neuronas olfatorias permite recuperar la olfación.
Existen diferentes protocolos, pero consiste básicamente en ponerte a oler cuatro grupos olfativos: florales, frutales, especiados y resinosos. De esta manera comienzas a entrenar tu nariz desde cero y puedes tardar hasta 12 semanas en recuperar tu sentido del olfato.
Le comento al Dr. Sánchez Santana que me recuerda a los Sommeliers que entrenan su nariz. A ese conjunto de aromas que desprende el vino cuando lo hueles o la fase olfativa de la cata le llaman la nariz del vino y te permite descifrar las notas primarias: frutas, flores, hierbas; las secundarias: pan tostado, mantequilla, fermentación maloláctica, levaduras; y las terciarias: cuero, tabaco, chocolate, especias, trufa y balsámico.
Asimismo, los perfumistas desarrollan más la materia gris del cerebro relacionada con su entrenamiento olfativo. Cuando huelo un vino, un mezcal, un tequila, por ejemplo, siempre me traen recuerdos. Guardo en ‘cajoncitos’ el aroma de la vainilla, del chocolate, del alcanfor, etcétera.
¿Ven por qué les digo que el olfato es memoria y por qué la memoria olfatoria es tan poderosa e importante?
Si queremos entrenar nuestro cerebro, qué mejor manera que hacerlo a través de esa conexión genuina entre el olfato, las emociones y la memoria. De ahí que el Dr. Sánchez Santana nos recomiende realizar entrenamientos olfatorios para proteger la pérdida de la memoria. Así es: menos sudoku, más detección de aromas florales, frutales, especiados y resinosos.
Por supuesto que si aprendes un idioma nuevo o un instrumento musical, también estimulas el cerebro, pero es una realidad que el entrenamiento olfatorio fortalece aún más la memoria.
Para finalizar, aprendí varias cosas: que el olfato, más allá de ser un sentido que muchas veces damos por sentado, se revela como un vínculo poderoso entre la memoria, las emociones y nuestra salud cerebral. Desde la supervivencia hasta el placer, desde la conexión social hasta la alerta temprana de Alzheimer o Parkinson, este sentido demuestra su relevancia en todos los aspectos de la vida.
Entrenar y cuidar nuestra capacidad olfativa no solo nos permite disfrutar del mundo aromático que nos rodea, sino también fortalecer nuestra memoria y lo más importante: anticiparnos a posibles riesgos neurodegenerativos.