Paranoid de Black Sabbath cambió mi vida para siempre, ¡ Ozzy Osbourne le dio sentido! Aquí les dejo un playlist con mis canciones favoritas de Black Sabbath y de Ozzy.
Por: Jacobo Celnik*
*Escritor, editor, docente, asesor editorial y periodista colombiano. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2023. Ha publicado 11 libros, entre ellos: Melómanos: Historias de una obsesión (2020), El pintor de Auschwitz (2021), y Guerra y Paz en Irlanda del Norte. FB, IG y Spotify: @jacobocelnik Podcast Sonidos del Mundo
Murió Ozzy y con su partida se terminó una parte de nuestra educación sentimental, una era feliz donde la música era sinónimo de identidad, esfuerzos, alegrías profundas y conexiones entrañables.
La música de Black Sabbath, y de Ozzy en solitario, está íntimamente relacionada con mi formación como melómano y mi pasión por el rock británico. ¡Es la banda sonora de mi vida! Para mí, hubo un antes y un después de Black Sabbath y esos cuatro evangelizadores que nos iluminaron por un camino inquietante y fascinante de la música. La vida no fue igual y no exagero, hay que vivirlo para entenderlo.
Luego, hubo otros momentos memorables en mi melomanía, no lo niego: con Pink Floyd, Genesis, King Crimson, The Who, los Rolling Stones, The Beatles, Led Zeppelin y Deep Purple. Sin embargo, con Black Sabbath y Ozzy hay una conexión emocional mucho más profunda e inquietante. Cuando oigo temas como “War Pigs”, “Paranoid” o “Iron Man”, es imposible no recordar el proceso anterior que le dio sentido a mi pasión por la música y por eso, como lo dice David Hepworth en su libro A Fabulous Creation, conservamos y acumulamos nuestros discos, porque son la conexión directa a momentos felices de nuestra vida.
Cuando conocí a Black Sabbath

A mis 14 o 15 años, cuando supe de la existencia de Black Sabbath, ya contaba con unos cuantos álbumes “propios” en casete, LP y CD: Superhéroe de Charly García, el famoso álbum “amarillo” de los Prisioneros, una selección de éxitos de los Hombres G, un disco (terrible) de La Trinca, un variado de éxitos de los Toreros Muertos y unos discos de Genesis, Queen, Erasure y los Pet Shop Boys.
En 1994, conocí a alguien, que con el tiempo se convirtió en uno de mis mejores amigos, y quien me dio la oportunidad de vender compact disc a cambio de comisión por venta. Pronto aparecieron varios clientes: un profesor del colegio, un compañero de clase y unos vecinos, y cuando llegó el momento de reclamar la recompensa, las opciones eran variadas y todas tentadoras: había discos de Pink Floyd, Rolling Stones, Queen, Michael Jackson, Bon Jovi, Nirvana, Phil Collins. Pero hubo uno en particular que me llamó la atención: Paranoid de Black Sabbath.
Aprender de música, de la mano de Black Sabbath
Pocas veces en mi vida un disco me impactó tanto como el segundo de Black Sabbath. Era una aplanadora para mis oídos y la vida no fue igual después de entender lo que esta banda proponía en estética y sonido. “War Pigs” me parecía escabrosa y enigmática; “Iron Man” alucinante, fascinante, emocionante e inspiradora, quería aprender a tocar ese riff a toda costa y creo que no hubo un solo fan de ese grupo que no hiciera air drumming con ese tema; “Palnet Caravan” era un ave rara y suavizante en un universo de sonidos pesados; “Electric Funeral” era incómoda por un sonido distorsionado que nunca tuvo cabida en mis oídos; “Hand of Doom” y las posibilidades de que el rock conviviera con el jazz; “Rat Salad” me recordaba por una extraña razón a Deep Purple y me llevaba a afirmar que el baterista Bill Ward era el mejor del mundo; “Fairies wear Boots (Jack The Stripper)”, el mejor cierre para un disco de esa generación. Durante años fue una de mis canciones preferidas de la vida.
Me volví un fanático creyente y devoto de Black Sabbath. Hablaba de Ozzy y Tony Iommi con mis amigos como si fueran conocidos. Iba a Unicentro a la Librería Nacional, y a la Librería Francesa de la 86 con 15, a buscar revistas de rock que incluyeran fotos o artículos sobre Sabbath. Y por supuesto que aparecieron. Todavía conservo una Metal Attack española, con Steve Vai en la portada, que incluía un afiche y biografía de Tonny Iommi. Black Sabbath se volvió una obsesión para mí a tal punto de que en menos de seis meses llegaron a mi vida el Master of Reality, Sabbath Bloody Sabbath, Sabotage y el Vol. 4, comprados en el Centro Comercial OMNI 19 en Bogotá.
En los años noventa, para nuestra generación, aprender de música dependía de: la radio, el entorno familiar (la colección de discos de mis padres), los amigos, las revisas, la prensa y las discotiendas y el “disquero”, ese personaje con la respuesta acertada para todo, de la misma manera que sucede con los libreros. Aprender y conocer de música era un proceso más lento, de paciencia, de recomendar y sorprenderse. Por eso, muchas de esas melodías están tan arraigadas en nuestra memoria, en nuestro ADN. Por eso las muertes de David Bowie, Leonard Cohen, George Michael, Freddie Mercury, Keith Emerson y Ozzy Osbourne, en mi caso, pegaron tan duro. Especialmente la de Ozzy, porque se ha muerto un “amigo”, que nos acompañó durante muchos momentos felices, tristes, memorables, inolvidables, de nuestra vida.
Ozzy sabía perfectamente lo que estaba haciendo en su concierto de despedida

¿No More Tears por Ozzy? Imposible, tomará tiempo recuperarse de este mazazo. Se murió el bacán más bacán del rock, que hizo de su muerte, de la misma manera que lo planificó Bowie, una obra de arte. Ozzy sabía perfectamente lo que estaba haciendo en su concierto de despedida. No nos dimos cuenta de los pequeños detalles, de las pistas que nos fue dejando para prepararnos emocionalmente para este golpe. Por eso su muerte y la de Bowie están tan “emparentadas. No se iban a ir de este mundo sin dejar un golpe contundente, una huella memorable por los días de los días. Y no podía ser de otra forma: Ozzy no fue cualquier rockero, fue mucho más de los mitos absurdos que lo rodearon y que han sido amplificados, sin parar, por los medios tradicionales que no encuentran nada más que decir, como la historia del murciélago, sus robos, su paso por la cárcel, el show de televisión, sus adicciones, su supuesto satanismo, o las palizas que recibió en el colegio. Pero pocos se han detenido a conocer o comprender a esa persona común y corriente, a ese working class hero que encontró en la música si razón de ser.
Ozzy fue el frontman que cambió la estética del vocalista líder, que además le dio luz propia al heavy metal a partir de 1981, con disco debut Blizzard of Ozz, y lo llevó a las masas gracias a coequiperos de lujo como el inmortal guitarrista Randy Rhoads. Juntos, crearon una marca sonora propia e inspiraron a toda una generación a seguirlos. “No había Ozzy antes de Ozzy”, dijo Gene Simmons. Y es verdad: él lo creó todo, con imperfecciones memorables, como su notoria desafinación nasal, un valor agregado a su voz tan única y particular. No podemos olvidar eso. Sí, a Ozzy le gustaban los Beatles y su vida cambió cuando escuchó “She Loves You” y compró With the Beatles. Pero Ozzy no era un imitador de Lennon. Él se inspiró en ellos para encontrar su propia voz y para inspirar a generaciones enteras de músicos a seguir sus pasos.
Por eso, los integrantes de Pantera, Anthrax, Iron Maiden, Judas Priest, Deep Purple, Metallica, Slayer, Kiss, Testament, Megadeth y tantos y tantos otros como Rick Wakeman o Alice Cooper, lloran su muerte de forma desconsolada (hasta Elton John y Robert Plant se han manifestado): se murió el hombre que le dio sentido a sus vidas, quien los inspiró a seguir sus pasos. Oigan “Under the Sun” del disco 4 de Black Sabbath para entender a qué me refiero. Es difícil tratar de resumir una carrera tan sólida y exitosa en unos cuantos párrafos. Sin embargo, si tuviera que elegir un solo momento de la carrera de Ozzy, me quedaría con el álbum No More Tears (1991), porque lo vivimos en tiempo real, cuando salió y sonó en la radio rock bogotana; porque vimos sus videos en MTV y el mito dejó de ser una ilusión borrosa; porque canciones como “Mama I´m Coming Home” y “Desire” nos hicieron llorar de emoción. Porque, me parece, fue el mejor Ozzy, el más maduro, el más centrado, enamorado y compenetrado con Sharon, la otra mitad determinante de su éxito. Sin ella, tampoco hubiésemos tenido Ozzy para rato.
Podría escribir un tratado sobre Ozzy, pero la tristeza me lo impide y debo pensar en lo que viene, en el futuro, en mi próximo libro que muy pronto, a partir de la primera semana de agosto, estará en librerías y que de alguna manera está emparentado con el Ozzy ochentero (sincronicidades extrañas, dirían algunos). Pero esa es otra historia, para otro momento.
Buen viaje, Ozzy. We Will Miss You!