El precio de la «caridad»: el lado oscuro de las adopciones católicas

El precio de la «caridad»: el lado oscuro de las adopciones católicas

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La agrupación Hijos y Madres del Silencio (HMS) busca a niños adoptados irregularmente durante la dictadura de Augusto Pinochet.Crédito: DW.

 

Detrás del discurso de misericordia y de ayudar a los necesitados, la Iglesia Católica fue parte de una red de tráfico que destruyó la identidad de miles de madres e hijos. Esta investigación revela las cifras, testimonios y la lucha por la verdad, bajo ese oscuro manto que cubría el cuidado de los huérfanos.

Créditos: El País, El Mundo, Newsweek en Español, CIPER Chile y CNN.

¿Qué pasó con esas mamás que nunca dieron la autorización para que sus niños fueran adoptados por otras familias?
La respuesta reside en un doloroso cóctel de vergüenza, estigma social y un poder institucional abrumador disfrazado de caridad.

Durante siglos, la Iglesia Católica se ha posicionado como protectora de los más vulnerables, realizando una labor de caridad basada en principios bíblicos.
Desde los monasterios de la Edad Media hasta los orfanatos del siglo XX, la institución ha asumido el rol de protectora no solo de los pobres y desfavorecidos, sino también de los huérfanos.

Sin embargo, bajo ese velo de piedad, ayuda y misericordia, se esconde una historia oscura: un sistema de adopciones ilegales que traficó con la vida y la identidad de miles de niños, en cierto periodo de la historia.

Este reportaje, basado en testimonios, investigaciones y datos recopilados, explora no solo la dolorosa realidad de esos bebés robados, sino también el papel de las instituciones religiosas en estos crímenes, junto con la incansable lucha de las víctimas por encontrar la verdad y hacer justicia.

Una historia de engaño y coerción: el silencio roto

La historia oficial de la Iglesia con los huérfanos se centra en la caridad y la protección. Pero el relato de las víctimas es radicalmente diferente.

Por ejemplo, para miles de madres, especialmente solteras y viudas, el encuentro con estas instituciones religiosas se convirtió en una pesadilla. ¿Por qué se ha convertido en un tema del que poco se ha hablado?

El pecado de ser madre soltera

Ser madre soltera en el siglo XX era sinónimo de pecado y deshonra.
Esta presión social, combinada con la autoridad impuesta por monjas y sacerdotes, hacía casi imposible que las madres se atrevieran a cuestionar las órdenes e, incluso, el destino de sus hijos.

A aquellas madres que se atrevían a negarse, se les aplicaban tácticas coercitivas: desde el engaño (les decían que sus bebés habían muerto) hasta amenazarlas con denunciarlas.
En muchos casos, se les prohibía entablar algún tipo de conexión con sus hijos, dejándoles un trauma que las marcó de por vida.

Por otro lado, ¿qué pasaba con las madres que quedaban viudas y no tenían dinero para mantener a los niños? La sociedad y la Iglesia las veían con compasión y como víctimas de la tragedia; así que, por lo general, les ofrecían ayuda en parroquias y hogares de acogida para que pudieran mantener a sus hijos.

Sin embargo, en algunas ocasiones, si una viuda caía en las redes criminales que operaban bajo el paraguas de las instituciones eclesiásticas, corría con la misma suerte trágica que las madres solteras: se le decía que su hijo había muerto, cuando en realidad lo habían dado en adopción de manera ilegal.

Una red de lucro y de tráfico de identidades

Guardería de niños dados en adopción en España, durante los años 60. Crédito: EFE.

Las adopciones ilegales fueron de todo, menos un acto desinteresado de caridad. ¿Cuánto se pagaba por la adopción ilegal? Y, sobre todo, ¿quién recibía, ganaba y guardaba el dinero? ¿Acaso se lo daban a la mamá?

El dinero no iba a las madres biológicas. Ellas eran las principales víctimas del sistema; incluso, en muchos casos, se les cobraba por el parto y por la estadía en los hogares de maternidad.

En cuanto al lucro, este se distribuía entre una red de intermediarios y las propias instituciones. Los precios, que variaban según el país y la década, se pagaban bajo la figura de «donativos» o «gastos de caridad».

Por ejemplo, en la España de los años 80, las adopciones costaban entre 50,000 y 1,000,000 de pesetas, lo que hoy equivaldría a entre 1,500 y 40,000 euros. Este dinero iba directamente a los intermediarios, entre los que se encontraban médicos, abogados, funcionarios y, en muchos casos, personal de las instituciones religiosas.

La huella del crimen: países y cifras

Este fenómeno, silenciado durante tanto tiempo, tuvo un alcance masivo.
A continuación, citamos los países que tienen estas operaciones documentadas, junto con sus dramáticas cifras:

  1. España: se estima que hasta 300,000 niños fueron robados entre 1940 y 1990.
  2. Chile: más de 20,000 niños fueron sustraídos, especialmente durante la dictadura de Augusto Pinochet.
  3. Argentina: cientos de hijos de desaparecidos fueron robados por el régimen militar de Jorge Rafael Videla.

También se han documentado casos en Irlanda, Bélgica, Italia, Países Bajos y México, en donde se les ha clasificado como redes de trata de personas.

El camino al reencuentro y los nombres de la verdad

A pesar de que el tiempo y la burocracia han borrado la mayoría de las pruebas, los reencuentros han sido posibles gracias a la tecnología del ADN y al trabajo incansable de las asociaciones de víctimas.

Gracias a estos avances, madres e hijos se han reencontrado tras vivir este trauma de adopción ilegal. La mayoría lo hace a través de bases de datos genéticas, que permiten encontrar coincidencias de parentesco incluso después de tantas décadas. Un dato curioso es que la edad promedio de esos hijos al reencontrarse con su madre oscila entre los 30 y 60 años.

Entre las historias más emblemáticas se encuentran la de Soledad y Juan Manuel Maestre en España, quienes, tras 29 años, se reencontraron. Otro caso es el de María Luisa y sus gemelos: a la madre le dijeron que uno de sus hijos había muerto; sin embargo, ella luchó para que se reconociera el robo.

En el caso de México, Yasir Macías y Rosalía López se reencontraron con su hijo Salvador, 16 años después de que fuera robado de una clínica.

Hilda, en Chile, se reunió con su hijo después de que un sacerdote que participó en las adopciones la contactara para ayudarla.

Tómate el tiempo e imagínate que en tu familia hubiera sucedido esto, que tu hermano, hermana o hijo hubieran sido dados en adopción a otra familia sin tu consentimiento…Imagina que fueras hijo de otra persona que nunca supiste, y que ahora a los 40 o 60 año te enteras.  ¿Qué harías con esa verdad que llega tarde? Lastimosamente el tiempo no te devuelve la infancia, pero la justicia y la memoria aún pueden devolverle la identidad a cientos de madres e hijos que aún no se han vuelvo a reencontrar.

Lo cierto es que la búsqueda de la verdad ha sido, y seguirá siendo, una batalla contra el olvido. Madres que murieron sin respuestas…hijos que crecieron con una identidad robada… familias que nunca volvieron a ser las mismas…

Todo, bajo el disfraz de una caridad que se convirtió en traición. Y lo más desgarrador: nadie, absolutamente nadie, ha pagado por el daño irreparable que causaron.

Quién le devolverá el nombre a ese hijo que vivió con un apellido que nunca fue suyo?, ¿cómo se repararán esas heridas que no sangran, pero supuran en silencio?, ¿acaso la verdad podrán sanar lo que la mentira sembró bajo el manto de la caridad?

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