Cabrón, chispa y casual

Por: Eddy Warman
Columna de opinión:

Cabrón, chispa y casual

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Cabrón, chispa y casual

Por: Eddy Warman
Cuando el útero de mujeres y niñas se convierte en un campo de batalla

Cuando el útero de mujeres y niñas se convierte en un campo de batalla

Demonios en Etiopía experimentan de manera macabra y siniestra con el útero de niñas y mujeres, imponiendo una nueva forma de “control poblacional”. ¿Cómo le llamamos a esta “aberración” que están a punto de conocer?                             

Crédito: El País

utero, mujeres

Imaginen a una mujer, muy humilde, que ha sido violada y que acude a un centro de salud porque no puede soportar el dolor abdominal ni el olor vaginal fétido.
Los médicos la revisan y le extraen del interior de su cuello uterino ocho tornillos, un cortaúñas, escombros y un trozo de papel plastificado que dice lo siguiente: “Nos aseguraremos de que las mujeres de Tigray no puedan tener hijos”. Esto sucedió en marzo de 2025.

¿Cómo llamamos a esta “aberración”? ¿Por qué nadie hace absolutamente nada a nivel internacional para ayudar a estas mujeres? ¿Cómo puede haber tanta maldad en el corazón humano? ¡Qué crueldad!

Esta historia supera la ficción, al igual que el relato de un psicólogo que narra cómo las fuerzas eritreas (Shabia) le rompieron el brazo a una joven tigrayana antes de violarla, al intentar extraerle un implante anticonceptivo con el objetivo de obligarla a quedar embarazada: querían que diera a luz a uno de sus hijos, no a un miembro de la etnia tigrayana…

A todas estas mujeres las violan frente a sus familias y/o frente a la comunidad; incluso, una de ellas fue obligada a tener relaciones sexuales con el cadáver de su esposo previamente asesinado, y a otra le asesinaron a su hijo para luego poder agredirla sexualmente, todo porque esa madre no quería desprenderse de su niño…

Los perpetradores (prefiero llamarlos demonios) de estas salvajadas son integrantes del ejército eritreo, el gobierno etíope y grupos armados como la Fuerza de Defensa Nacional de Etiopía (ENDF), las Fuerzas Especiales de Amhara y las milicias Fano. Las víctimas son las mujeres, adolescentes y niñas tigrayanas a las que “les rompen su cuerpo” para negarles su derecho a la reproducción. Básicamente, quieren impedir que nazcan más tigrayanos y tigrayanas.

Es insoportable saber que sigan ocurriendo estas cosas en pleno siglo XXI. Ya con la mutilación genital femenina (MGF) en África y Medio Oriente estábamos más que consternados; y ahora, estos casos de violencia sexual y reproductiva salen a la luz gracias a informes, estudios e investigaciones realizadas por personal sanitario, líderes comunitarios, enfermeros, médicos y psiquiatras, que trabajan con las uñas, en esta tierra olvidada por Dios.

Estos crímenes contra mujeres y niñas son de lesa humanidad, porque a esta lista de atrocidades se suman violaciones grupales, quemaduras, embarazos forzados y el contagio de infecciones de transmisión sexual (ITS) como el VIH.
La impotencia es tremenda. Y, por supuesto, la rabia se mezcla con la tristeza, porque sabemos que la justicia no existe, ni aquí, ni allá.

Estos abusos son armas de guerra que están quedando impunes. Y el hecho de que cada vez los gobiernos, como el de EE. UU., recorten más y más ayuda humanitaria internacional y servicios médicos básicos (no hay medicamentos para el dolor, y los servicios de salud en zonas remotas están destruidos), hace que la esperanza de que los demonios paguen y que las víctimas superen los traumas físicos y psicológicos de estas atrocidades, se esfume como un suspiro en la boca del tiempo.
Mientras estos demonios no enfrenten las consecuencias de sus actos, la violencia va a seguir normalizándose…

¿Cómo es posible que estas mujeres tengan que pagar por sus medicamentos o por psicoterapia después de que las han violado?
¿Cómo es posible que no cuenten con servicio de laboratorio para saber si tienen una enfermedad venérea? ¿Quién va a rehabilitarlas y recuperar sus cuerpos, almas y corazones después de una violación masiva?
Son víctimas abandonadas a su propia suerte, porque tampoco existen mecanismos internacionales que castiguen, ni curen.

Esa promesa de “nunca más” sigue siendo una mentira, y hasta que la comunidad internacional intervenga, deshaga ese infierno y haga rendir cuentas a los culpables, no va a haber esperanza: ya van 600.000 muertos y 10.000 personas sometidas a violaciones y agresiones…

El útero de las mujeres y niñas no puede convertirse en un campo de batalla. La violencia sexual no puede convertirse en un arma para borrar la identidad de un pueblo.

Después de enterarme de esto, creo que no solo hay países de primer, segundo -y lamentablemente- del tercer mundo, sino países de otro mundo o del infierno.

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