¿Qué sucedía cuando la tripulación se rebelaba y la figura de autoridad se tambaleaba? La historia del capitán William Kidd nos revela que la delgada línea entre el mando y la anarquía dependía no solo de la habilidad en la batalla, sino del respeto ganado—o perdido—en cada decisión.
Por: Ivana Von Retteg*
*Escritora, guionista, gran conocedora y lectora apasionada de la ficción náutica y la piratería. IG: @ivana_von_retteg X: @IvanavonRetteg
Es fascinante pensar que, a pesar de su reputación, una tripulación de piratas era un sitio de trabajo bastante democrático e igualitario. La mayoría elegían a su capitán por voto, así como si éste demostraba no estar a la altura también podían destituirlo entre todos.
Pero ¿qué pasaba cuando toda la tripulación se ponía en contra de un capitán y éste se negaba a ceder?
Imaginemos que un barco pirata es un cuerpo, la tripulación fungiría como su corazón, constantemente latiendo para mantenerlo vivo; y el capitán, indiscutiblemente, sería el cerebro.
A diferencia de la absoluta tiranía que se vivía en La Marina Real Británica, entre muchos piratas, hasta el último de los hombres a bordo tenía una voz en la toma de decisiones y ciertas elecciones se hacían en base a la opinión popular.
Sin embargo, al final del día, era el capitán quien tendría la última palabra, especialmente en momentos de crisis. Debía tomar decisiones estratégicas sobre rutas de navegación, planificar y ejecutar ataques, gestión de suministros, resolver problemas técnicos, gestionar a la tripulación, así como asegurarse de la salud y alimentación de ésta, distribuir el botín y calcular siempre los factores de riesgo de cada maniobra. Presiones que una buena botella de ron podía disolver en las noches, pero ¿y si su liderazgo dejaba que desear?
Podía ocurrir que el capitán se equivocara, como cualquiera, pero también, que su puesto de mando lo cegara ante las necesidades reales de los suyos tomando decisiones absolutistas sin oír a los demás, poniendo en riesgo a la tripulación en un ataque mal planeado o navegando una ruta equivocada que los expusiera a mal tiempo, repartir el botín injustamente, violar los códigos establecidos o, la peor de todas las ofensas, mostrar un carácter débil que creara un ambiente de inseguridad.
Un capitán blando, abría las puertas a las faltas de respeto tanto como un capitán impulsivo o insensato iba sembrando descontento día con día. Y lo que comenzaba como cuchicheos entre los hombres en las noches, en la cocina o en los coyes, se iría transformando en un plan elaborado para amotinarse.
El amotinamiento podía resultar en abandonar al capitán en el puerto más cercano, en una isla desierta con un arma de fuego, violencia física o incluso la muerte; y siempre era suplido por un hombre nuevo que la tripulación considerara digno.
El amotinamiento contra el capitán William Kidd
El amotinamiento contra William Kidd, es uno de los más notables en el contexto de piratas.
El capitán Kidd, quien había comenzado como un corsario con sus respectivas patentes, zarpó de Nueva York al mando de la nave Adventure Galley y una tripulación que conocía bien sus órdenes; la misión era cazar piratas.
A lo largo de la travesía, las dificultades fueron creciendo entre escasez de alimentos, problemas de salud y recompensas injustas o inexistentes por sus esfuerzos.
Un día, en lugar de perseguir piratas como las patentes de corso de Kidd dictaban, comenzó a atacar barcos mercantes, dando así señales a su tripulación de que su lealtad podría estar comprometida. Muchos de los hombres comenzaron a desertar y a intentar amotinarse, de ahí la fama del capitán Kidd de ser un hombre cruel y sanguinario, pues los “correctivos” que aplicaba eran verdaderamente desmedidos.
Finalmente, durante un encuentro violento del capitán Kidd contra el Mocha Frigate, su tripulación no solo se negó a atacar, sino que decidieron unirse al bando opuesto quedando únicamente trece hombres bajo su mando.
El triste final de William Kidd y su ejecución, es una historia para otro momento, pero quizá su destino no habría sido el mismo de haber escuchado a los hombres que lo rodeaban.
Los motines no eran algo poco común en la piratería, pero es justo decir que el hecho de que ocurrieran dependía más de la personalidad y el temple del capitán que de las necesidades de los tripulantes.
Recordemos que los tiempos difíciles eran cosa de todos los días a bordo de un barco de bucaneros; desde el hambre, la enfermedad, el mal clima y las bajas de batalla. Constaba de una personalidad férrea para brindar un equilibrio a los hombres entre respeto, miedo y confianza.