De comida para prisioneros a manjar de lujo: La sorprendente historia de la langosta

De comida para prisioneros a manjar de lujo: La sorprendente historia de la langosta

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Hoy en día, la langosta es sinónimo de lujo y sofisticación, un platillo reservado para cenas elegantes y restaurantes de alta gama. Sin embargo, en la América colonial, particularmente en Nueva Inglaterra, tenía una reputación muy diferente.

Abundante y fácil de capturar, era considerado un alimento indeseable, al punto de que se usaba para alimentar a prisioneros, sirvientes y esclavos. Su consumo frecuente era visto como un castigo más que como un privilegio, y algunos trabajadores incluso exigían en sus contratos que no se les sirviera langosta más de unas pocas veces por semana.

¿Cómo pasó de ser un símbolo de pobreza a un manjar exclusivo?

¿Por qué era un alimento indeseable?

langosta

Las langostas se encontraban en enormes cantidades en las costas de Nueva Inglaterra y otras regiones de la América colonial. Después de las tormentas, a menudo aparecían varadas en grandes cantidades en las playas, lo que hacía que la gente las viera como un recurso barato y de fácil acceso.

Debido a su disponibilidad y bajo costo, eran consideradas comida para los pobres. Comer langosta con demasiada frecuencia podía ser motivo de vergüenza social.

Su asociación con la pobreza en la América colonial

Para los colonos europeos,  no solo era un alimento barato, sino también un recordatorio de la precariedad. Comerla regularmente implicaba una falta de recursos para obtener otros productos más valorados, como carne de res, cerdo o pan elaborado con trigo, que eran más costosos y difíciles de conseguir.

Mientras que las clases altas se alimentaban con carnes importadas y productos refinados, los sirvientes, esclavos e incluso los prisioneros eran alimentados con langosta, junto con maíz y otros ingredientes considerados «rústicos».

Eran tan despreciada que los trabajadores contratados y sirvientes se quejaban de recibirla demasiado seguido. Existen registros que muestran que algunos acuerdos de servidumbre incluían cláusulas que limitaban la cantidad de veces que se podía servir langosta a la semana, ya que alimentarlos con este crustáceo en exceso era visto como una forma de maltrato.

Para las clases más acomodadas,  era un alimento que evocaba tiempos de dificultad y carestía. A medida que las colonias se desarrollaban y se diversificaban los alimentos disponibles, quienes podían permitírselo evitaban comer langosta para no ser asociados con la pobreza.

La percepción negativa persistió durante años, y no fue hasta el siglo XIX que comenzó a cambiar, cuando nuevas técnicas de conservación y preparación la transformaron en un producto más refinado y codiciado.

La «cucaracha del mar» en la América colonial

En la América colonial, a las langostas las comparaban con insectos terrestres, especialmente con cucarachas, debido a su exoesqueleto duro, sus múltiples patas articuladas y sus largas antenas. Esta similitud visual, sumada a la falta de costumbre en su consumo, hizo que fueran vistas con desconfianza y repulsión.

En el Viejo Mundo, los mariscos y crustáceos no eran tan consumidos como los pescados, y los que sí se comían solían ser más pequeños y menos intimidantes visualmente. En contraste, las langostas americanas (Homarus americanus) podían crecer hasta tamaños considerablemente grandes, lo que acentuaba su semejanza con criaturas terrestres poco apetecibles.

Los colonos veían con desconfianza a cualquier animal que consumiera desechos o restos de otros animales, ya que en la Europa del siglo XVII y XVIII existía una fuerte creencia de que la alimentación influía en la «calidad» de la carne. Los animales que comían basura o carroña eran considerados poco saludables y, por lo tanto, no aptos para el consumo humano.

El cambio en la percepción de la langosta

La reputación de la langosta no comenzó a cambiar realmente hasta el siglo XIX, cuando la mejora del transporte permitió que la langosta fresca llegara a los comensales del interior, muchos de los cuales, a fines del siglo XIX, disfrutaban de las vacaciones en Nueva Inglaterra y veían el marisco como un lujo poco común.

Después, se introdujo en los menús de los trenes y hoteles de lujo. A medida que la demanda creció, también lo hicieron los precios, y con mejores técnicas de cocina en el siglo XX, la langosta se transformó de una humilde plaga marina a un alimento digno de un rey.

Hoy en día, la langosta es uno de los mariscos más valorados en la cocina internacional, con precios elevados en restaurantes de lujo, lo que contrasta radicalmente con su estatus en la América colonial.

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