Padres Fundadores y «foodies»: el menú de la Independencia

Padres Fundadores y «foodies»: el menú de la Independencia

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Puede que George Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin no organizaran una parrillada para celebrar la Independencia de Estados Unidos pero te sorprenderá descubrir como comían y brindaban en su época.

Crédito: Smithsonian Magazine

Cada 4 de julio, Estados Unidos celebra su Independencia alrededor de una buena parrillada, cerveza fría, familia y amigos. Pero… ¿siempre ha sido así?
¿Acaso los Padres Fundadores, como George Washington, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson, se reunían en torno a la BBQ para discutir los últimos detalles de la Declaración de Independencia en 1776? Te sorprenderá lo que descubrimos…

De acuerdo con Smithsonian Magazine, Walter Staib, chef ejecutivo de la City Tavern de Filadelfia y conductor del programa A Taste of History, sostiene que la mayoría de quienes firmaron la Declaración de Independencia eran “foodies” en todo el sentido de la palabra. De hecho, practicaban movimientos de la alta gastronomía actuales como farm-to-table, slow food o cocina de proximidad, por pura necesidad.

¿El motivo? En tiempos del colonialismo, no contaban con un sistema de transporte adecuado para movilizar alimentos importados desde tierras lejanas; de ahí que tuvieran que consumir lo que estaba disponible en la granja: legumbres, vegetales y todo lo que se pudiera recolectar o cazar.

Por ejemplo, el gran George Washington era aficionado a los mariscos. En el menú de su plantación de tabaco, trigo y productos agrícolas —ubicada en Mount Vernon, Virginia, a orillas del río Potomac— figuraban cazuelas de cangrejo, gumbo de ostras y mousse de salmón. De hecho, durante casi 40 años, las tres pescaderías que operaban a lo largo de la costa del Potomac procesaban más de un millón de peces al año.

En cuanto a gustos y refinamientos culinarios europeos, Thomas Jefferson encabezaba la lista. Admiraba profundamente la cocina francesa, al punto de popularizar las papas a la francesa, el helado y el champán en Estados Unidos.

Las casas públicas, y más específicamente las tabernas, desempeñaron un papel especialmente importante: no eran simplemente lugares para beber. Más bien, servían como espacios para reunirse con personas afines y funcionaban como centros de intercambio y laboratorios de prueba para ideas revolucionarias. Crédito: War on the Rocks.

¿Sabías que un esclavo de Jefferson, llamado James Hemings —quien más tarde se convertiría en su chef— fue quien introdujo el famoso mac and cheese en el país naciente? Hemings se formó en el prestigioso Château de Chantilly durante un viaje de Jefferson a Francia.

En materia de postres, Abigail, esposa de John Adams, horneaba Apple Pan Dowdy, una especie de pay combinado con cobbler muy popular en Nueva Inglaterra a principios del siglo XIX. Por su parte, Dolley, esposa de James Madison, lo consentía con helados y pasteles creativos.

John Jay, por otro lado, llevaba chocolate en sus largos viajes y lo consumía como bebida caliente; incluso disfrutaba “raspando la olla”, tal como lo explica Kevin Paschall, chocolatero de la histórica Shane Confectionery de Filadelfia.

¿Y las bebidas en la Independencia?

Así lucía una taverna en Virginia, durante la colonia. Crédito: Smithsonian Magazine.

Aunque cueste creerlo, los estadounidenses coloniales bebían tres veces más que los actuales, principalmente cerveza, sidra y whisky. Así lo asegura Steven Grasse en su libro Colonial Spirits: A Toast to Our Drunken History. Incluso un reverendo llamado Michael Alan lo resume así: “Desde la mañana hasta la noche, en el siglo XVIII, la gente bebía”.

Benjamin Franklin, por ejemplo, disfrutaba con frecuencia del vino y de los primeros cócteles artesanales. Es más, escribió una crónica llamada Drinkers’ Dictionary (1737), en la cual recopilaba jerga para describir los grados de embriaguez. Su bebida favorita, según Alan, era el milk punch, a base de brandy, leche de vaca y jugo de limón.

Washington, por su parte, solía invitar a sus amigos a rondas de Madeira, clarete y ponche. ¡Sí que sabía cómo celebrar! En tanto Jefferson bebía Madeira portuguesa desde muy joven (y en grandes cantidades), y una vez retirado de la política, intentó cultivar uvas en su viñedo de la finca Monticello, en Virginia, específicamente en las estribaciones de las montañas Blue Ridge, cerca de la ciudad de Charlottesville.

Pero, ¿por qué bebían tanto en esa época? Porque el alcohol era una cuestión de supervivencia. El agua potable escaseaba y, además, solía estar contaminada con enfermedades como viruela, tétano y la temida “vómito negro” o fiebre amarilla, producida por un flavivirus transmitido por la picadura de mosquitos infectados.

Así que beber agua era un riesgo, y quienes podían evitarlo, lo hacían. Incluso los niños se mantenían hidratados con un tipo de sidra con melaza conocida como ciderkin.

Los Padres Fundadores también visitaban las tabernas casi a diario, ya que eran el lugar perfecto para enterarse de los movimientos de sus adversarios, poner sobre la mesa sus propias agendas y entablar relaciones diplomáticas —al mejor estilo de Franklin, por ejemplo. Allí no solo comían y bebían, sino que se enteraban de los últimos chismes del momento. Y, con un par de tragos encima, probablemente se llenaban de coraje para dar vida a la Declaración de Independencia y la Constitución.

Así que ya lo sabes: existió, sin duda, un vínculo especial entre la comida, la bebida y la historia revolucionaria de Estados Unidos. Quién quita que, en una de esas “conversaciones locas de una noche de tragos”, haya surgido la idea de que las Trece Colonias británicas rompieran sus lazos con el Imperio Británico y proclamaran la creación de un nuevo país.

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