Cuando las “metidas de pata” cambiaron el mundo

Cuando las “metidas de pata” cambiaron el mundo

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¿Genialidad o simple descuido? Seamos sinceros: algunos de los inventos más revolucionarios de la historia surgieron de errores espectaculares y accidentes casi cómicos. Desde el moho olvidado de Fleming hasta el caramelo derretido en el bolsillo de Spencer, parece que la creatividad a veces necesita un buen tropezón. Y si no, pregúntenle a los de “Bubble Wrap”, que querían reinventar el papel tapiz y terminaron inventando el mejor desestresante de la historia. Descubre por qué el secreto de la innovación no radica en la genialidad sino en saber aprovechar ‘la metida de pata’.

Cortesía: Iván Fernández Amil, OMS, “A History of Invention”, “The Innovators”, Smithonian Magazine.

A lo largo de la historia, algunos de los descubrimientos más innovadores han surgido de la forma más gloriosa y absurda posible: ¡por errores y accidentes! Sí, esos momentos de “genialidad” cuando alguien mete la pata tan espectacularmente que termina cambiando el curso de la humanidad.

Cuando la genialidad se confunde con… torpeza

Empecemos con Alexander Fleming, el médico y microbiólogo escocés que descubrió la penicilina. ¿Un visionario? Más bien un descuidado. Se fue de vacaciones dejando sus placas de Petri a su suerte y, al volver, encontró moho creciendo en ellas. ¡Sorpresa! Ese moho estaba matando bacterias. Sí, el primer antibiótico del mundo surgió porque alguien no supo limpiar su escritorio.

Después tenemos al ingeniero e inventor estadounidense Percy Spencer, que mientras jugaba con un magnetrón, se dio cuenta de que las ondas microondas derretían la barra de caramelo en su bolsillo. Porque claro, ¿quién no lleva dulces cerca de un aparato experimental de alta energía? ¡Voilà! Nació el horno microondas. ¿Ciencia o gula? Todavía no estamos seguros.

¿Y qué decir de Wilson Greatbatch? Este ingeniero e inventor estadounidense intentó grabar el sonido del corazón, pero el dispositivo que utilizó comenzó a producir pulsos eléctricos. Imagínatelo: allí, rascándose la cabeza mientras su máquina hacía “bip, bip”, preguntándose cómo demonios había pasado. ¿Solución? Hacer de la torpeza una virtud y patentar el marcapasos. Sí, el error le salvó la carrera y, de paso, millones de vidas.

Ahora, Georges de Mestral, el ingeniero eléctrico suizo que, después de una caminata, descubrió semillas pegadas a su ropa y a su perro. ¡Qué observador! La mayoría las sacamos con fastidio y seguimos con nuestras vidas, pero no, Georges vio oro en ellas. Se encerró a estudiar su estructura y creó el Velcro. Eso sí, lo que no inventó fue una forma de evitar que las abuelas lo usaran en zapatillas ortopédicas.

Pasando al físico alemán Wilhelm Roentgen, quien, jugando con tubos catódicos, notó que unos papeles fluorescentes se iluminaban. En lugar de salir corriendo, pensó: “¿Qué pasaría si meto mi mano ahí?” Y así fue como inventó los rayos X. No sabemos si fue curiosidad científica o ganas de ganar una apuesta, pero gracias a su imprudencia ahora podemos ver nuestros huesos sin necesidad de un hacha.

Y claro, no podía faltar el químico belga Leo Hendrik Baekeland, que buscaba un sustituto para la goma laca y accidentalmente creó el plástico. Un material tan versátil que lo usamos en absolutamente todo… y lo tiramos en absolutamente todo el planeta. ¡Gracias, Leo!

Pero quizá el más impactante y, seamos honestos, el más gracioso, fue el descubrimiento del Viagra. Porque, ¿quién iba a pensar que un medicamento para la hipertensión arterial y la angina de pecho terminaría siendo el mejor amigo de millones de hombres?

Durante los ensayos clínicos, los voluntarios informaron de un “efecto secundario” interesante: mejoras en su función eréctil. Pfizer, ni corta ni perezosa, abandonó la idea original y se lanzó de cabeza al negocio de la virilidad. La FDA aprobó el medicamento en marzo de 1998 y, desde entonces, el mundo no ha vuelto a ser el mismo. Se estima que alrededor de 322 millones de hombres han dicho “gracias, ciencia” en todo el mundo, según la OMS.

Cuando la decoración fallida se convirtió en terapia antiestrés

Ahora, pasando a algo menos excitante (literalmente), tenemos el error que revolucionó el embalaje: el plástico de burbujas. Porque, seamos francos, ¿quién no ama aplastar esas burbujas una por una? Nada dice “adulto responsable” como pasar horas explotando bolitas de aire.

En 1957, el ingeniero estadounidense Alfred Fielding y el químico suizo Marc Chavannes estaban experimentando para crear un papel tapiz con textura innovadora. Porque claro, el mundo realmente necesitaba paredes esponjosas.
Decidieron unir dos cortinas de ducha utilizando un soporte de papel y una selladora térmica. ¡Oh, sorpresa! Obtuvieron una lámina plástica con burbujas de aire atrapadas. Fue un desastre como papel tapiz (a menos que busques una estética “manicomio acolchonado”), así que comenzaron a buscarle otro uso.

Pensaron: “Es ligero, es acolchonado… ¿y si cubrimos invernaderos con esto?” (Porque sí, nada más natural que un invernadero envuelto en plástico). Obviamente, no funcionó. Pero, durante un vuelo, Chavannes observó cómo las nubes envolvían suavemente el avión y se le ocurrió usar el plástico de burbujas como material protector para embalajes. ¡Eureka! Al fin algo de sentido común.

En 1960, fundaron la Sealed Air Corporation y registraron la marca «Bubble Wrap». Pero las ventas fueron más lentas que una fila en el banco. Todo cambió cuando IBM les pidió ayuda para transportar su revolucionaria computadora IBM 1401, que pesaba cuatro toneladas y necesitaba una protección adecuada. Bubble Wrap fue la solución perfecta, y el resto es historia… y millones de burbujas explotadas por diversión.

¿El resultado? Bubble Wrap se convirtió en un estándar del embalaje y hasta tiene un lugar en el MoMA (The Museum of Modern Art) de Nueva York. Porque, claro, ¿por qué no?

Si algo nos enseñan estas historias es que los errores, los descuidos y los accidentes pueden ser más útiles de lo que parecen… siempre y cuando sepamos cómo venderlos. Así que ya sabes, la próxima vez que metas la pata, no te sientas mal… ¡quizás acabes revolucionando el mundo!

Total, si el Viagra nació por “accidente” y el Bubble Wrap fue un papel tapiz fallido, claramente el éxito está solo a un error épico de distancia. Ah, y para terminar va un dato curioso: en Japón, el plástico de burbujas se llama «puchipuchi»… porque, claro, ¿quién necesita estrés cuando puedes explotar burbujitas todo el día?

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