Eva Gonzalès: la impresionista que no pudo escapar de la sombra de Manet

Eva Gonzalès: la impresionista que no pudo escapar de la sombra de Manet

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Créditos: The National Gallery, Clark Art Institute, Aware Women Artists, Denver Art Museum,

Si la historia del arte fuera justa, el nombre de Eva Gonzalès estaría escrito con mayúsculas junto al de Monet, Renoir, Degas o Pissarro. Pero ya sabemos que el siglo XIX no se caracterizó precisamente por ser festín de igualdad; y si eras mujer, más te valía pintar flores o angelitos para que te tomaran en serio. Eva, sin embargo, decidió salirse de ese prototipo, y armarse con pinceles afilados y una paleta que desafiaba la monotonía.

Nacida en París en 19 de abril de 1849 en el seno de una familia de la alta sociedad, tuvo la ventaja de educarse entre intelectuales y artistas: su padre, Emmanuel,  era escritor; su madre, Marie Céline, música. Con semejante entorno, su destino estaba más que marcado; siempre estuvo rodeada de un ambiente cultural.

Eva comenzó su formación artística en 1865 bajo la tutela del retratista Charles Joshua Chaplin (no con el Chaplin de cine mudo). Este Chaplin fue un pintor francés del siglo XIX, especializado en retratos de mujeres etéreas y refinadas. Mientras los impresionistas sacudían el mundo del arte con pinceladas ondulantes, texturizadas y atrevidas, Chaplin se aferraba a su estilo “académico”, pintando a señoritas de piel inmaculada y vestidos vaporosos, perfectas para adornar salones burgueses. Sin arriesgar demasiado (de ahí que para muchos haya pasado “sin pena ni gloria”), este Chaplin se convirtió en el pintor favorito de quienes apreciaban belleza sin sobresaltos.

De izquierda a derecha: «The Pearl» y «The Soak Bubbles», Charles Chaplin.

 

Eva Gonzalès: alumna y musa

Irónicamente, hoy se le recuerda más por haber enseñado a Eva Gonzalès y a la artista estadounidense Mary Cassatt (1844-1926), dos artistas revolucionarias que sí se atrevieron a desafiar las normas. Por ahora, recordaremos al Chaplin pintor por obras como “El collar de perlas” y “Las burbujas de jabón”, entre otros.

En 1869, la joven Eva captó la atención del “enfant terrible del arte”: Édouard Manet; y pronto, se convirtió en su única alumna formal y en su musa ocasional (pintó varios retratos de ella incluido el notable Eva Gonzalès (1870), donde la representa frente a su caballete; aunque, para variar, la historia recuerda a Eva más como “la que posó para Manet” que por su propio talento.

Porque algo sí queda claro en la historia del arte, y es que para destacar en el siglo XIX, ser mujer y talentosa no bastaba; había que tener un padrino artístico, y Eva encontró el suyo en Manet. Él la introdujo al realismo y a la representación de la vida contemporánea; y fue Gracias a esa cercanía que Gonzalès logró entrar al selecto y exquisito círculo del arte parisino y debutar en el Salón de 1870, un logro que, de otro modo, habría sido una cuesta aún más empinada.

«Lalcôve», Eva Gonzàles.

Sin embargo, Eva nunca se unió oficialmente a los impresionistas, pero su pincelada delataba la influencia de Manet. En obras como «Un palco en el Théâtre des Italiens (1874) , su dominio de la luz y las sombras y el uso de composiciones intrigantes reflejan un claro eco de su mentor. Y aunque fue inicialmente rechazado por el Salón —porque claro, el jurado no estaba preparado para tanto “vigor masculino” en una obra femenina, fue aceptado en 1879, la crítica tuvo que tragarse sus prejuicios y rendirse ante su genialidad. Aunque la historia del arte insiste en encasillarla como la «alumna de Manet», lo cierto es que Gonzalès tenía su propia voz, aunque el sistema, con su sutileza habitual, prefirió que sonara en un volumen más bajo.

Entonces, ¿podríamos decir que el trabajo de Eva fue impresionista? Técnicamente no, porque nunca expuso con el movimiento, pero su pincelada era libre, de tonos vibrantes, y el tratamiento que le dio a la luz, su estilo y temas, gritaban lo contrario.

Y aquí viene la ironía: mientras Manet, su mentor, era el rebelde oficial que desafiaba al Salón pero nunca se unió a los impresionistas, Eva seguía el mismo camino, pero sin el reconocimiento ni el escándalo. Su obra, a menudo representaba escenas domésticas y retratos, utilizando con frecuencia a su hermana Jeanne y a su esposo Henri Guérard como modelos. Una de sus obras más aclamadas es Un palco en el Théâtre des Italiens (1874), que inicialmente fue rechazada por el Salón pero luego celebrada por su «vigor masculino».

«The Water», Eva Gonzàles.

Como tantas historias de mujeres artistas, la vida de Gonzalès terminó demasiado pronto. Se vio trágicamente interrumpida tras el parto, apenas cinco días después de la muerte de Manet. Trágico y casi poético. Su viudo, Henri,  terminó casándose con su hermana Jeanne, en un giro digno de novela decimonónica.

Pero pesar de su corta trayectoria, dejó un importante legado artístico que sigue siendo reconocido por su destreza técnica y su sensibilidad en el uso del color, especialmente en sus pasteles. Su legado perdura a través de exposiciones y su influencia en la percepción de las mujeres artistas en el siglo XIX.

Al día de hoy, Gonzalès sigue siendo una figura a la sombra de Manet, mencionada más por su conexión con él que por su propia obra. Pero para quienes saben mirar más allá de la narrativa fácil, su legado brilla con la intensidad de una artista que, sin necesitar etiquetas, dejó claro que su talento estaba muy por encima de cualquier padrinazgo masculino.

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