El nombre de Marguerite Davis debería estar en los libros de historia, junto al de Marie Curie o Ada Lovelace; pero, más bien, es el ejemplo favorito de las instituciones para justificar las prácticas de “trabaja por amor al arte”. Porque claro, ¿quién necesita un salario cuando tienes la oportunidad de alimentar ratas para descubrir vitaminas?
Créditos: Mujeresconciencia, Surnamearts, Scichi y Research Gate.
Nacida el 16 de septiembre de 1887 en Racine, Wisconsin, Marguerite ya venía con el combo de «inteligente y desafortunada» activado desde pequeña. A los diez años, un accidente con una fogata prendió fuego a su ropa y la dejó discapacitada de por vida. Pero, como toda heroína, en lugar de rendirse, decidió convertir su vida en una novela de superación personal.
Y no hablamos de esas novelas en donde la protagonista se enamora de un millonario guapo y seductor, sino de esas donde una mujer decide que su misión es salvar a la humanidad de la ceguera y el raquitismo, aunque sea a costa de su propio bienestar financiero.
Marguerite Davis: el precio de ser inteligente (y mujer) en 1910
Con un cerebro que funcionaba mejor que Google en un día de exámenes, Marguerite comenzó estudiando en la Universidad de Wisconsin en 1906. Dos años después, como «buena millennial adelantada», decidió cambiar de aires y se graduó en la Universidad de California en Berkeley con un título en economía doméstica. Porque, claro, la única forma de que tomaran en serio a las mujeres de la época apasionadas por la ciencia era disfrazar sus estudios con algo relacionado con ahorrar en el hogar.
Pero Marguerite siempre quiso más y se convirtió en asistente del laboratorio de Elmer Verner McCollum, el típico científico que pasa a la historia mientras ella hacía el trabajo pesado. Su labor consistía en alimentar ratas para estudiar los efectos de la dieta en su salud.
Básicamente, Marguerite fue la madre fundadora de los estudios de nutrición mientras McCollum se llevaba los aplausos. Y lo mejor: no le pagaron ni un centavo durante cinco años, hasta que finalmente le entregaron un cheque de 600 dólares. ¡Eso sí es vocación!
Lo cierto es que para 1913, Marguerite y McCollum descubrieron las vitaminas A y B, aunque por ese entonces las llamaron “fat-soluble A” y “water-soluble B”. Este hallazgo revolucionó la nutrición y nos salvó de una dieta a base de pan blanco y desesperanza. Sin embargo, McCollum se llevó toda la gloria (y los cheques), mientras Marguerite recibía la misma atención que los vegetales en el plato de un adolescente.
Grasa de leche, aceite de oliva y tocino: cuando las ratas comían mejor que los científicos

La misión de Marguerite en el laboratorio de McCollum era averiguar si todas las grasas eran iguales o si alguna era la reina del colágeno antes de que existiera el término “superfood”.
Todo comenzó cuando decidieron servir a las ratas tres tipos de grasa: leche, aceite de oliva y tocino. Las ratas alimentadas con leche crecieron y se desarrollaron como niños en comercial de vitaminas, mientras que las del grupo del aceite de oliva y el tocino, aunque parecían bien al principio, pronto dejaron de crecer y empezaron a enfermarse. La lección: ni el aceite de oliva ni el tocino podían hacer milagros, al menos no en ratas. Una decepción para los fans de la dieta mediterránea y los adoradores del bacon.
La noticia de que la leche tenía un efecto protector llegó como música para los oídos de los ganaderos locales, porque claro, si hay algo que los agricultores americanos aman más que sus vacas es encontrar una excusa científica para seguir ordeñándolas.
Con el apoyo económico asegurado, Davis y McCollum siguieron exprimiendo la leche (literal y metafóricamente) para descubrir qué tenía de especial. Al mezclar los componentes liposolubles de la leche con aceite de oliva y tocino, las ratas volvían a estar felices y saludables. ¿La conclusión? Habían descubierto lo que más tarde se conocería como vitamina A, aunque McCollum se encargó de llevarse los aplausos, y probablemente hasta los ratones de laboratorio…
Pero claro, la historia no acaba aquí. Si la vitamina A solo estaba en la leche, los adultos que no la bebían tendrían que estar cayéndose a pedazos.
Davis, con más curiosidad que sueldo, decidió buscar más allá de los establos. Y voilà: la vitamina A apareció también en las yemas de huevo y, sorpresa, en las hojas de alfalfa y todos los vegetales de hoja verde. La moraleja: las hojas verdes no solo sirven para decorar el plato, sino también para mantenerte vivo.
Casi al mismo tiempo, Casimir Funk descubrió otra sustancia, soluble en agua, que también parecía ser vital para que la gente no se desmoronara. La llamó vitamina B, como quien bautiza a su gato como «Michi». Y así, mientras McCollum se llevaba la fama, Funk se llevaba el crédito por la vitamina B y Marguerite Davis… bueno, ella seguía cuidando ratas y acumulando descubrimientos sin sueldo.
El impacto de sus descubrimientos: más allá del Ratatouille científico
Que Marguerite descubriera las vitaminas A y B no solo evitó que anduviéramos ciegos y raquíticos, sino que también cambió el rumbo de la investigación nutricional para siempre.
Sus hallazgos abrieron la puerta para descubrir otros nutrientes esenciales y permitieron entender cómo la falta de vitaminas podía desencadenar enfermedades mortales. Así que la próxima vez que tu médico te regañe por no tomar tus suplementos, recuerda que se lo debes a Marguerite.
Pero hay más. Su trabajo también ayudó a desarrollar políticas de salud pública y la fortificación de alimentos. Gracias a ella, las marcas de cereales pudieron empezar a vendernos hojuelas enriquecidas con vitaminas.
La magia de las vitaminas A y B: el legado nutricional de Marguerite
Vitamina A: guardiana de la visión y de la piel suave
La vitamina A, además de evitar que andemos tropezando con los muebles en la oscuridad, juega un papel crucial en la visión al ayudar a convertir la luz en señales para el cerebro. También fortalece el sistema inmunitario y contribuye al crecimiento y mantenimiento de los huesos, la piel y otros tejidos. Así que la agudeza visual y la piel de porcelana se la debemos a Marguerite.
Vitamina B: un combo energético completo
Por su parte, el complejo vitamínico B es como un equipo de superhéroes para tu cuerpo. Con ocho integrantes (de la B1 a la B12), estas vitaminas ayudan a convertir los alimentos en energía, producen glóbulos rojos para que no te quedes dormido a mediodía y mantienen en forma al sistema nervioso. Además, colaboran en la producción de hormonas y en la reparación de tejidos. Básicamente, son el equivalente a tomarse un café doble pero sin la taquicardia.
En cuanto a las aplicaciones de las vitaminas A y B en la industria alimentaria descubiertas por Marguerite, no solo revolucionaron la ciencia, sino también la industria alimentaria, que encontró la forma de ‘meternos’ estas vitaminas hasta en el café soluble.
Por ejemplo, las harinas de trigo se enriquecen con vitaminas del complejo B (como tiamina, riboflavina y niacina), junto con hierro y calcio. Esto ha ayudado a combatir deficiencias nutricionales, sobre todo cuando uno se alimenta a base de pan y antojos. También se agrega el ácido fólico a las harinas para reducir defectos del tubo neural en recién nacidos. Así que, técnicamente, cada bolillo tiene un poquito de Marguerite. por otro lado, las vitaminas A y B se utilizan para fortificar el azúcar en algunos países de Centroamérica y el aceite en la India. Porque nada dice “saludable” como el azúcar enriquecido; y los cereales que prometen hacerte feliz por las mañanas, vienen cargados con vitaminas del complejo B. Básicamente, son como pastillas de suplemento disfrazadas de desayuno.
Para finalizar, nos queda clara la lección de Marguerite: no esperes aplausos, pero al menos exige el salario. Su historia es un recordatorio de que a veces las mentes más brillantes terminan escondidas detrás de los nombres de hombres con corbata. ¡Ella descubrió las vitaminas que tomamos cada mañana con nuestro jugo verde, y todo mientras el sistema la mantenía con un salario digno de prácticas no remuneradas!
Así que la próxima vez que tomes tu suplemento de vitamina A, brinda por Marguerite: la mujer que nos enseñó que hay cosas que mejoran la vida, aunque no te paguen por descubrirlas.