Crédito: Magritte Gallery
A diferencia de otros pintores surrealistas como Salvador Dalí, Leonora Carrington o Remedios Varo, las obras del pintor belga René Magritte no estaban inspiradas 100% en sueños, sino que destilaban la realidad sacando su esencia. Por un lado, conseguían dar vida a imágenes absolutamente sorprendentes e ingeniosas, y por otro, cuestionaba la realidad.
Magritte fue, por así decirlo, un surrealista conceptual muy interesado en la ambigüedad de las imágenes y de las palabras, al igual que en investigar la extraña relación entre lo pintado y lo real. Para lograrlo, exploró “lo que hay de mágico” en lo cotidiano de la vida.
El pintor belga, fue influenciado por Giorgio de Chirico (1888–1978), pintor y escultor italiano, considerado uno de los principales precursores del surrealismo y creador del movimiento pintura metafísica (Pittura Metafisica).
El estilo de Chirico influyó profundamente en el arte del siglo XX, especialmente en los artistas surrealistas. De ahí que sea importante conocer las características de sus obras destacada, para poder entender el legado que dejó en la propuesta de Magritte.
Obras como “El enigma de un día” (1914), “Melancolía y misterio de una calle” (1914), “El retorno de Ulises” (1924) y “El gran metafísico” (1917), representan plazas vacías, arquitecturas clásicas, y atmósferas melancólicas y misteriosas propias de paisajes oníricos; en tanto el uso del simbolismo, incorpora elementos como maniquíes sin rostro, sombras largas y perspectivas distorsionadas. En cuanto a la inspiración filosófica, la obra de Chirico fue influenciada por Friedrich Nietzsche, quien explora temas como el tiempo, la existencia, y “lo oculto” detrás de lo visible.
Es así como Magritte empieza a pintar paisajes misteriosos con significados ocultos, silencio y mucho sentido del humor. Para él una ilusión es una trampa por así decirlo y por ello explora a lo largo de su carrera el espacio real frente a la ilusión espacial, que es la pintura misma.
“El poeta de las imágenes”, siempre se mantuvo muy independiente, alejado del “surrealismo militante” y dogmático de André Breton, (1896–1966), padre del surrealismo, que buscaba liberar la creatividad del subconsciente a como diera lugar, para así explorar el mundo de los sueños y de la imaginación.
Peso a lo subversivo de muchas de las pinturas de Magritte, siempre tuvo una vida tranquila y burguesa, de clase media, que transcurrió entre París y Bélgica. De hecho, sus actividades de rutina, fueron en cierto modo su máxima inspiración para pintar sus extraordinarios cuadros.
El sombrero bombín: símbolo, máscara y misterio en Magritte

De ahí el gusto de René por pintar sombreros bombín o “chapeau melon”, entre otras razones. De hecho, no es casualidad y está profundamente conectado con su historia y visión artística.
Magritte creció entre prendas elegantes y sombreros, accesorio que formaba parte del atuendo cotidiano de los hombres de su época. Y este ambiente definitivamente influyó en su interés por elementos representativos de la vestimenta formal.
De hecho, el sombrero bombín era un símbolo clásico del hombre trabajador de la época, y su uso en sus pinturas no solo refleja esta vida rutinaria, sino también una especie de ironía o crítica al anonimato y conformismo que representa este objeto.
Los sombreros para Magritte eran más que simples accesorios, eran emblemas visuales que integraban sus obras. Al ser colocado en contextos surrealistas, desafiaban las expectativas del espectador.
En obras como «El hijo del hombre», por ejemplo, el sombrero es parte de una figura que parece común, pero cuya cabeza está cubierta por una manzana, generando una contradicción entre lo familiar y lo desconcertante.
Asimismo, el sombrero es visto como máscara en la obra de Magritte porque funciona como una especie de “barrera” que oculta la individualidad de la persona, acentuando su anonimato y dejando al espectador con una sensación de incertidumbre, y de qué es apariencia y realidad.
Velos de dolor: el origen de un simbolismo en Magritte

De la infancia de Magritte solo se sabe que tomó clases de dibujo, y un dato muy doloroso para un chico de tan solo trece años: que su madre se suicidó ahogándose en el río Sambre. Y lo peor de todo es que durante años Regina había tratado de quitarse la vida en varias ocasiones, lo que llevó a su esposo a encerrarla en su habitación. Sin embargo, un día logró escapar, estuvo desaparecida durante días y su cuerpo fue encontrado río abajo, a poco más de un kilómetro.
Cuenta la leyenda que Magritte estuvo presente cuando recuperaron el cuerpo de su madre del agua, pero investigaciones recientes han desacreditado esta historia, que podría haber sido inventada por la enfermera de la familia. También dicen que, supuestamente, cuando hallaron a la madre, su vestido cubría su rostro, de ahí que esa imagen se ha sugerido como inspiración de varias pinturas al óleo que Magritte realizó entre 1927 y 1928, donde aparecen personas con telas cubriendo sus rostros, como en su famosa obra “Los Amantes”.
Tras el suicidio de su madre, Magritte también desarrolló una fascinación por la ocultación y las identidades ambiguas. Volviendo al tema de su obsesión con los sombreros, y aunque estos no ocultan completamente el rostro, sí aportan un elemento de formalidad que puede ser visto como una barrera simbólica entre la persona y el mundo.
De los inicios impresionistas al encuentro con el surrealismo

Las primeras pinturas al óleo de Magritte datan de 1915 aproximadamente, y contrario a lo que pensaríamos, eran de estilo impresionista. Ya entre 1916 y 1918, estudió en la Academia Real de Bellas Artes de Bruselas, bajo la tutela del pintor y muralista Constant Montald, conocido principalmente por su obra en el campo del simbolismo, el arte decorativo, y la expresión emocional y espiritual. Aunque, a decir verdad, Magritte encontró poco inspiradora la obra de su maestro.
Continuando con su obra, lo cierto es que las pinturas que produjo los siete años siguientes, estuvieron influenciadas por el futurismo y el cubismo practicado por el pintor Jean Metzinger, exponente de esta corriente. Lo curioso es que, la mayoría de las obras de Magritte en este período, representan desnudos femeninos.
En 1922, René se casó con Georgette Berger, a quien había conocido cuando era niño, en tanto durante 1920 y 1921, sirvió en la infantería belga en la ciudad de Beverlo, cerca de Leopoldsburg.
Los dos años siguientes, trabajó como dibujante en una fábrica de papel tapiz y diseñó carteles y anuncios hasta 1926, cuando firmó un atractivo contrato con la Galería La Centaure en Bruselas, que le permitió dedicarse por completo a lo que más amaba: la pintura.
Ese mismo año, Magritte realizó su primera pintura surrealista al óleo, “El jinete perdido”; y en 1927 llevó a cabo su primera exposición en Bruselas. Sin embargo, los críticos destrozaron la muestra, y deprimido por “el fracaso”, Magritte se mudó a París, en donde entabló amistad con André Breton y se unió al grupo surrealista. Dos años después la galería cerró, lo que puso fin a los ingresos de su contrato.
René la tuvo difícil pero corrió con buena suerte. Como su trabajo logró poco impacto en París, regresó a Bruselas en 1930, retomó su trabajo en publicidad; y junto con su hermano Paul fundó una agencia que le permitió tener un ingreso estable.
Afortunadamente el mecenas surrealista Edward James, le permitió a Magritte vivir sin pagar renta en su casa de Londres mientras pintaba. De hecho, James aparece en dos de sus obras: “El principio del placer” y “La reproducción prohibida”.
Segunda Guerra, periodo Renoir y la resistencia surrealista de Magritte

Durante la ocupación alemana de Bélgica en la Segunda Guerra Mundial, Magritte permaneció en Bruselas y adoptó un estilo colorido y pictórico, conocido como su «Período Renoir». De hecho, sus pinturas, violentas y pesimistas, reflejaban la reacción a los sentimientos de alienación y abandono que le generaba vivir en su Bélgica ocupada.
Una vez finalizada la guerra, firmó el manifiesto “Surrealismo a plena luz del sol” junto con otros artistas belgas; y dio inicio a su «Período Vache», en donde sus pinturas reflejan un estilo provocador y crudo, similar al fauvismo, movimiento que se caracteriza por el uso intenso del color.
Lo que pocos saben es que durante esta etapa, Magritte tuvo que acudir a producir falsificaciones de obras de Picasso, Van Gogh, Manet y Cézanne, para poderse mantenerse. Asimismo tuvo que imprimir billetes falsos durante el difícil período de posguerra, actividad que emprendió con su hermano Paul y el surrealista Marcel Mariën, encargado de vender las falsificaciones.
Ya a finales de 1948, Magritte pudo regresar a su estilo y a los temas surrealistas de su arte, anterior a la guerra.
Magritte: sobriedad, repetición y legado inmortal

Si observas sus pinturas, podrás ver que la repetición es una estrategia importante para él, al igual que el uso de motivos dentro de una misma obra y la creación de múltiples versiones de algunas de sus grandes piezas.
Esta idea quizás fue inspirada por el psicoanálisis freudiano, en donde la repetición es un signo de trauma. Seguramente también influyó su experiencia en el arte comercial, que lo llevó a cuestionarse la creencia modernista en la exclusividad de una obra de arte.
Lo cierto es que interés popular por la obra de Magritte creció considerablemente en la década de 1960, y su estilo influyó en el arte pop, minimalista y conceptual. El artista ya gozaba de un reconocimiento mundial por sus obras surrealistas, caracterizadas por su capacidad para transformar objetos cotidianos en imágenes misteriosas y desafiantes para la percepción.

Una vez su obra fue reconocida y apreciada por la comunidad mundial, fue exhibida en en Nueva York en 1936, y nuevamente, en dos exposiciones retrospectivas: una en el Museo de Arte Moderno (MoMA) en 1965 y otra en el Museo Metropolitano de Arte en 1992. Asimismo, continuó trabajando activamente hasta poco antes de su fallecimiento.
En 1967, Magritte murió de cáncer de páncreas, enfermedad que le fue diagnosticada en sus últimos años y que deterioró su salud de manera progresiva, y fue enterrado junto a su esposa Georgette en el Cementerio de Schaerbeek, en Evere, Bruselas.
Dos años después de su muerte, se abrió un museo en su honor, en su ciudad natal, Bruselas. Y desde 2009, el Musée Magritte Museum alberga una de las colecciones más completas de sus obras.
Es innegable que su legado artístico es invaluable, ya que era considerado uno de los mayores exponentes del surrealismo, y su influencia se extendía más allá del ámbito artístico, impactando también la publicidad y el diseño. Su capacidad para cuestionar la realidad y la percepción a través de imágenes icónicas como «Esto no es una pipa» o «El hijo del hombre», por ejemplo, siempre seguirá latente en nuestros corazones.