Evangelina Villegas tomó el maíz, ese humilde grano que todo el mundo da por sentado, y le dio un upgrade nutricional digno de superalimento. ¿La base de los tacos? Sí. ¿El salvador de la desnutrición? También. Su legado prueba que algunas revoluciones empiezan en un laboratorio y terminan en el plato.
Créditos: New Scientist, ACS, National Geographic, World Food Prize.
Evangelina Villegas no solo revolucionó el maíz, sino también el papel de la mujer en la ciencia, a golpe de inteligencia y sin necesidad de pedir permiso.
Nacida en la Ciudad de México el 24 de octubre de 1924, estudió química y biología en el Instituto Politécnico Nacional; realizó un máster en tecnología de cereales en la Universidad Estatal de Kansas y un doctorado en química y mejoramiento de cereales en la Universidad Estatal de Dakota del Norte, demostrando que no llegó a los laboratorios “a calentar la silla”.
Villegas no solo mejoró el maíz, también desafió el terreno infértil del machismo en la ciencia. En una época en la que a las mujeres se les esperaba más en la cocina que en los laboratorios, decidió que su lugar estaba donde se mezclaban reactivos y no recetas.
Además de estudiar carreras en cuyas aulas todavía olían a exclusión y escepticismo, cuando entró al mundo científico no le dieron precisamente una bienvenida con bombos y platillos: siempre trabajó en un ambiente en donde la igualdad de género era tan escasa como el triptófano en el maíz común.
Pero en lugar de rendirse, hizo lo que mejor sabía: transformar lo deficiente en algo poderoso. Y mientras algunos colegas dudaban de su capacidad, ella y su método revolucionario elevaron el maíz a un nuevo nivel, demostrando que la ciencia no tiene género, pero sí tiene quien la haga avanzar, aunque sea a contracorriente.
El maíz turboalimentado: la revolución de Evangelina Villegas
En los años 70, mientras muchos seguían viendo el maíz como un simple ingrediente para hacer tortillas y rellenar tacos, ella, junto con el fitomejorador y científico indio Surinder Vasal, logró que el grano más consumido en México –y otras partes del mundo– dejara de ser solo un vehículo de carbohidratos y se convirtiera en una fuente de proteínas mejorada.
Durante más de una década, juntos mejoraron el perfil nutricional del maíz y desarrollaron lo que hoy se conoce como Quality Protein Maize (QPM), duplicando los niveles de lisina y triptófano, haciendo del QPM un maíz turboalimentado en comparación con el tradicional. Porque si vas a comer tortillas, tamales y atoles toda la vida, al menos que nutran, ¿no?
Evangelina no se preocupó por vender la idea con discursos pomposos y rimbombantes; su trabajo habló por ella. Y cuando en el 2000 recibió el Premio Mundial de la Alimentación, siendo la primera mujer en lograrlo, quedó claro que esta científica mexicana no solo cambió la forma en que nos nutrimos, sino que les dejó un mensaje a quienes dudaban de ella: la ciencia, como el buen maíz, se mejora con trabajo duro, no con prejuicios.
Se puede decir que es una heroína para los menos afortunados; decidió que debía alimentar al mundo como es debido. Mientras otros científicos se entretenían en teorías y discursos altisonantes, ella se puso manos a la obra en el International Maize and Wheat Improvement Center (CIMMYT) para darle un giro proteico al grano dorado.
¿El resultado? Un maíz con el doble de lisina y triptófano, hablamos de aquellos aminoácidos que el cuerpo humano –y en especial el de los niños que sufren de desnutrición– imploran en silencio.
En Etiopía, por ejemplo, los niños que comieron su maíz crecieron un 15 % más que los que se alimentaron con maíz tradicional, demostrando que un grano bien trabajado puede hacer más por la infancia que mil campañas de concienciación y beneficencia. De ahí que su legado, servido en millones de platos, demuestre con hechos que la verdadera innovación no necesita alardes, solo resultados que hablen por sí mismos.
Asimismo, en 2023, Canal Once le rindió un homenaje en su aniversario de nacimiento, porque si hay algo que los medios mexicanos saben hacer bien es darse cuenta (años después) de que deberían aplaudir a sus verdaderas heroínas. Pero bueno, más vale tarde que nunca.
Ni qué decir del reconocimiento que le otorgó el Instituto Politécnico Nacional (IPN), incluyéndola en su lista de «Politécnicas que inspiran», lo cual es un gran gesto… considerando que cuando Evangelina estudió ahí, las mujeres en la ciencia eran tan raras como un taco sin tortilla.
Pero ella, siempre perseverante, se metió a los laboratorios, ignoró los prejuicios y terminó mejorando el maíz en lugar de conformarse con cocinarlo.
Asimismo, medios y organizaciones continúan destacando el trabajo de Evangelina porque, aunque en vida tuvo que demostrar mil veces que sabía lo que hacía, ahora “todos quieren subirse al tren de su legado”. En fin, la historia de siempre: primero te ignoran, luego te aplauden y después le ponen tu nombre a cosas importantes. Al fin de cuentas, esto demuestra que, aunque ya no esté entre nosotros, su legado sigue vivo.
