Pepe Mujica: cavó su túnel y gobernó su país

Pepe Mujica: cavó su túnel y gobernó su país

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Sobrevivió a la cárcel, a la tortura y a la clandestinidad… para acabar sentado en la silla presidencial de un país que lo había perseguido, pero que lo despedirá con honores en los próximos días.

Créditos: Witness History, BBC.

Recientemente, el periodista Ben Henderson, de la BBC, nos transportó al Uruguay de los años setenta a través de un episodio de Witness History, en el que narra la historia de un joven revolucionario que sobrevivió a múltiples disparos, a la prisión y a la tortura, y que años más tarde se convertiría en presidente de su país, de 2010 a 2015. Ese mismo país que, a sus 89 años, lo despedirá con honores, tras una larga lucha contra el cáncer.

Insurrección y utopía: los Tupamaros y el joven Pepe

Los últimos presos tupamaros tras su liberación en 1985. En primera fila (desde la izquierda), José Mujica, el hijo de Adolfo Wassen (muerto en prisión), Mauricio Rosencof, Jorge Zabalza, Julio Marenales y Eleuterio Fernández Huidobro. Cortesía: Centro Municipal de Montevideo.

Retrocedamos al año 1970. José “Pepe” Mujica tenía entonces 34 años y estaba decidido a encabezar una insurrección armada contra lo que consideraba un gobierno autoritario y brutal: el del presidente Jorge Pacheco Areco. Mujica era uno de los líderes del grupo guerrillero más notorio de Uruguay: los Tupamaros.

Este movimiento de liberación nacional surgió en los años sesenta como respuesta a la desigualdad, la crisis económica y la represión estatal. Inspirados por la Revolución Cubana, aunque sin ser comunistas ortodoxos, los Tupamaros promovían un cambio radical en el sistema. No estaban solos: el Frente Sandinista en Nicaragua, Sendero Luminoso y el MRTA en Perú, o las FARC en Colombia seguían caminos similares.

En sus inicios, estos grupos practicaban una rebelión no violenta al estilo Robin Hood: robaban comida para distribuirla entre campesinos pobres, se enfrentaban a burócratas corruptos, asaltaban bancos y secuestraban figuras públicas para financiar la causa, además de difundir propaganda en universidades.

Uruguay posguerra: crisis, represión y la justificación de la lucha armada

Pero el caso uruguayo tenía un matiz especial: a principios del siglo XX, Uruguay era uno de los países más prósperos y liberales de América Latina, con una democracia aparentemente estable. La crisis económica de posguerra lo cambió todo: el descontento social creció y los Tupamaros encontraron terreno fértil para surgir.

La respuesta del gobierno fue tajante: medidas de seguridad severas, represión sistemática y una democracia en declive. Los Tupamaros creían que, ante un inminente golpe militar, la única salida era una insurrección armada. Se asumieron como los Robin Hood modernos: robar para alimentar al pueblo, luchar por la igualdad.

En un informe de la BBC de los años setenta, rescatado por Henderson, se describe cómo los Tupamaros bombardearon oficinas de empresas extranjeras, sustrajeron millones de libras de bancos y casinos, y llevaron a cabo una estrategia de terrorismo selectivo meticulosamente planificada. Pasaron de ser pacíficos a radicalizarse frente a la violencia estatal, llegando incluso al asesinato.

El amor en tiempos de fuga: Mujica y Lucía

Crédito: T3.cl

Mujica fue condenado en 1971 por el asesinato de un policía, delito que él niega haber cometido. Ese mismo año, los Tupamaros secuestraron al embajador británico Geoffrey Jackson y exigieron la liberación de 150 presos, incluido Mujica. El plan para escapar de prisión era audaz: cavar un túnel desde el interior de la cárcel.

Los muros eran gruesos y de ladrillo. Para perforarlos, robaron las cadenas de los baños y comenzaron a abrir pequeños agujeros entre celdas. Pasaban la cadena como si cosieran, celda por celda. Para burlar los registros, fermentaban fruta para producir alcohol y sobornar a los guardias. Ocultaban el yeso en la harina y lo teñían con café para simular el color de las paredes.

Tras 40 días, llegó la noche de la fuga. Los esperaban en una casa tomada por los Tupamaros, justo al frente de la prisión. Fue una noche inolvidable para Mujica: al salir del túnel, vio por primera vez a Lucía Topolansky, quien más tarde sería su compañera de vida. Huyeron juntos y se unieron sentimentalmente mientras estaban prófugos.

Infierno bajo tierra: prisión, soledad y las ranas de Mujica

Pero la alegría duró poco. En 1973, llegó al poder una dictadura cívico-militar que duraría hasta 1985. Henderson sugiere ver el documental Tupamaros, donde el propio Mujica describe cómo Uruguay se convirtió en una “gigantesca cámara de tortura”, entre descargas eléctricas, sumersiones, golpes e inyecciones de drogas.

Pese a las acciones radicales del movimiento, Mujica sostiene que la dictadura no fue provocada por la guerrilla, sino que fue un desenlace inevitable en el contexto latinoamericano. En su opinión, incluso en países sin grupos armados, las dictaduras terminaron por imponerse. La democracia uruguaya ya estaba enferma: reprimía con violencia y se caía a pedazos desde dentro.

Mujica fue recapturado, sufrió torturas brutales y pasó 13 años en prisión, muchos de ellos en total aislamiento. En ese infierno, su única compañía fueron unas pequeñas ranas que criaba en secreto. Les preparaba un vasito con agua para que “se bañaran felices”, y al acercarlas al oído, las escuchaba chillar.

Una vida sin rencor: el ex guerrillero que inspiró al mundo

Crédito: AFP.

En 1985 volvió la democracia. Mujica fue liberado junto a Lucía, y se abrazaron en libertad. Pero su lucha no terminó allí: en los años noventa se integró a la vida política, y en 2009 fue electo presidente de Uruguay. En su toma de posesión, recibió la banda presidencial de manos de su esposa, la senadora más votada del país.

Mujica gobernó hasta 2015 y fue reconocido mundialmente como el presidente más humilde del mundo. Rechazó lujos, vivió en su granja a las afueras de Montevideo, donó casi todo su salario a causas sociales y nunca dejó de contar su historia.

Porque no puede segmentarse a ex presidente o ex guerrillero. Fue un símbolo de transformación. Es testimonio de cómo se puede caer al subsuelo del sistema y, aun así, emerger con dignidad, sin rencor, en aras de defender los mismos ideales por los que alguna vez fue perseguido.

Entre tantas lecciones, una se vuelve urgente en estos tiempos: que el verdadero reto no es respetar a quienes piensan como uno, sino a quienes piensan distinto. Y Mujica, hasta el último día, fue coherente con eso.

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