¿Franceses en el trópico? El legado de los Couturier en México

¿Franceses en el trópico? El legado de los Couturier en México

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Acompáñame a descubrir cómo una encantadora pequeña comunidad de inmigrantes franceses, cambió para siempre el rostro de nuestro país. 

Hoy, Carlos Couturier compartirá la historia de su familia, que llegó desde Francia a Veracruz, hacia el año de 1830. Hay que recordar que «la gran inmigración francesa» a nuestro país fue en el siglo XVI, cuando comenzaron a llegar avances en la medicina, la ciencia y la cultura; sumado a la migración de empresarios de la industria textil, y grandes comerciantes del sector avícola, agrícola y vitivinícola.

 Los franceses que encontraron su «tierra prometida» cerca al río Nautla

Carlos Couturier, cuenta la historia de su bisabuelo, Théophile y su llegada a México desde Francia.

Me causa curiosidad saber por qué algunos franceses migraron precisamente a una tierra cerca del río Nautla, en Veracruz. Carlos me explica que en esta zona se estableció una comunidad visionaria que deseaba formar una colonia en México. «Suena casi como una idea socialista el querer fundar una colectividad», comenta Carlos. Fue así como llegaron en barco a esta tierra prometida. En total, fueron 300 personas las que tomaron la decisión de emigrar a estas tierras cercanas al río Nautla, aunque muchas no sobrevivieron para el año 1890, por causa de enfermedades.

Al principio, en estas tierras no había «nada». Así que comenzaron a salir adelante, a punta de sacrificio y de trabajo, y comenzaron a construir chozas y a cultivar. La tierra fue tan fértil, que comenzaron a prosperar, y a invitar a amigos y familiares en Francia a que vinieran «a esta nueva tierra de riqueza y progreso», convirtiéndose en una colonia agrícola.

«Cuando ves fotos, la verdad te das cuenta de que el pueblo literalmente lo empieza a hacer». Parece uno del lejano oeste, pero con la influencia francesa. «Ya sabes que los franceses tienen gusto siempre por la belleza, la buena arquitectura y la buena comida», comenta Carlos.

En 1890, el joven de 18 años, Théophile Couturier, bisabuelo de Carlos, decidió seguir los pasos de los primeros inmigrantes, proveniente de la Alta Saboya, en los Alpes; gracias a un primo que se había casado con una de las descendientes de esos primeros inmigrantes que habían llegado en 1830. En ese entonces, la colonia ya llevaba 60 años de establecida.

Retrato del bisabuelo de Carlos, Théophile Couturier, y su esposa.

Una de las razones por las que Théophile aceptó venir, fue porque se quedó sin empleo. Trabajaba en la industria de los licores, y de repente llegó la plaga de la filoxera que arrasó con las raíces y las hojas de todas las vides, principalmente en Francia, España e Italia. Esto trajo una crisis económica, que hizo que Théophile, junto a sus hermanos, vieran una gran oportunidad de rehacer su vida en esta zona de nuestro país, de reproducir su vida en pleno trópico veracruzano, entre mosquitos y calor. Fue así como tuvieron el empeño de salir adelante y construyeron unas fincas preciosas y fábricas que generaban empleo en la población local. Vale la pena mencionar que tampoco había la posibilidad, ni el interés, de regresar a Francia. «Se puede ver en las fotos que venían con sus roperos y con sus muebles de sus casas en Francia», describe Carlos.

Lo mejor de todo es que esta comunidad de franceses dio con «una tierra buena», en donde principalmente se cultivaba la vainilla. De ahí que comenzaran a producir, comercializar y exportar estos frutos. Lo anterior los puso en una posición especial que detonó el progreso de la región. Y aunque este no fue el caso del bisabuelo Théophile, vale la pena mencionarlo.

Un nuevo rumbo para Théophile

Entonces, ¿a qué se dedicó Théophile cuando llegó a México? Bueno, llegó a trabajar en una destilería que había construido su primo, ese que lo había invitado. Así que comenzó como gerente y progresó muy rápido, “porque para ser honestos, el alcohol vende, imagínate en un lugar así», comenta Carlos. Además, Théophile traía el «savoir-faire”, y todos estos conocimientos adquiridos en su experiencia trabajando en destilerías europeas, sumado a la experiencia trabajando la tierra, que era óptima para el cultivo de la vid y cereales; y a la disciplina del trabajo.

Este era el empaque en el que venían los limones de la familia Couturier, en Veracruz.

Y aunque fue relativamente fácil «salir adelante rápido», no podían olvidar factores como el clima, la salud y el ambiente político tenso que se respiraba en esa época a principios del siglo XX: el inicio de la Revolución Mexicana. Sin embargo, esto no fue un obstáculo para que el bisabuelo y el abuelo de Carlos, comenzaran a prosperar con el cultivo y exportación de cítricos, principalmente de limón.

A propósito, Carlos hace una pausa para contar una anécdota sobre sus bisabuelos. Al partir de Francia, el bisabuelo Théophile dejó a su novia, pero volvió de nuevo para casarse con ella, con la condición de volver a México en un lapso de 40 días. Al pedir la mano al padre de su novia, este le dijo que su primera aún no se había casado, y que si quería, ¡le daba la mano pero de su primogénita! Y al bisabuelo no le quedó de otra porque ya tenía que regresar, ¡a no ser de que le hubiese encontrado novio a la primogénita! Entonces, en lugar de casarse con la que era su novia de siempre, se terminó casando con la hermana, con la cual tuvo 12 hijos.

Volviendo al tema de la migración de su bisabuelo, Carlos nos cuenta sobre una novela, “Siempre un destierro”, que escribió una prima suya. “Cuenta la realidad que viven los emigrantes, que es como un eterno destierro porque dejas tu tierra para llegar a una nueva, pero siempre estás en esa constante búsqueda de entender tu nuevo terroir”, comenta Carlos.

Era evidente que, aunque el bisabuelo, viviera en buenas condiciones en Ton, un pueblo cercano a Annecy, una ciudad en la región de Alta Saboya, emigró a México por necesidad y buscando una mejor vida.

De hecho, construyó una finca preciosa en San Rafael, Veracruz, lugar en donde también se estableció una comunidad de franceses inmigrantes, a finales del siglo XIX y principios del XX. Este asentamiento fue parte de un movimiento más amplio de colonización en México, donde llegaron en busca de tierras agrícolas y oportunidades económicas.

De hecho, en esa época la mayoría hablaba francés, se vestían como franceses,  se casaban entre ellos, y seguían comiendo como en Francia. «Con la diferencia de que, cuando ves las fotos, están todos vestidos de negro, de corbata y con sombrero, en el calor del verano en Veracruz. ¡Increíble!, relata Carlos.

Abrazo y rechazo entre culturas en tiempos de cambio

Para Carlos, es increíble visitar el norte de Veracruz. Desde que llega, siente que «hay algo diferente». Y es precisamente la presencia de la cultura francesa en la arquitectura y jardines, en la gastronomía, y en la forma de ser de los habitantes. Como tercera generación de los Couturier, se siente orgulloso de que se haya mantenido este legado, no sin antes recordar que se fue enriqueciendo con «la tercera inmigración francesa», importantísima para el país, hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Tampoco se puede dejar a un lado el aporte de quienes llegaron durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Hablamos de una población superior a la inmigración española durante la Guerra Civil Española, por ejemplo, cuando en la década de los años 30 y 40 llegaron los refugiados.

Así lucía Veracruz durante la Revolución Mexicana, en 1913.

Carlos nos comparte un dato curioso histórico. ¿Sabías que después de la Primera Guerra Mundial, los franceses que vivían en México rompieron lazos con Francia?

Básicamente, los lazos se rompieron por una combinación de los peligros locales de la Revolución Mexicana, el desgaste de Francia por la Primera Guerra Mundial y la falta de una conexión formal cuando el consulado francés cerró. Así que la comunidad francesa en México se vio obligada a adaptarse a su nueva realidad, priorizando su supervivencia en un contexto mexicano.

De hecho, la comunidad francesa estaba más preocupada por sobrevivir en un México convulso durante la Revolución Mexicana; y no podían permitirse el lujo de enviar a sus hijos a pelear en una guerra europea , cuando ellos mismos estaban lidiando con una guerra civil. ¡La prioridad era proteger a sus familias, más que apoyar a Francia en la Primera Guerra Mundial!

Asimismo, el cierre del consulado francés en 1917, también simbolizó una desconexión formal entre los franceses en México y su patria de origen. Así que, sin la presencia de una representación oficial y con los vínculos debilitándose debido a la guerra, la comunidad francesa dejó de registrarse como tal.

La americanización de los Couturier en México

Retrato de los abuelos de Carlos.

Ahora bien, mientras que llega la Segunda Guerra Mundial a Europa, y sus conocidas repercusiones, en el caso de México se presentó una época de crecimiento, desarrollo y progreso entre los años 40 y 60. Era la oportunidad perfecta para que el papá de Carlos comenzara a poner sus ojos en un mercado como el de Estados Unidos. «Él quería que nos fuéramos a Texas y tener su nuevo coche Ford», comenta Carlos.

Poco a poco, la familia franco-mexicana Couturier se va americanizando. Carlos recuerda que, de niño, todo era «tecnología americana»: el nuevo tractor, la lavadora. Esto sumado a que sus papás se dieron cuenta de que tenían que aprender a hablar inglés.

Este estilo de vida, comparado con las secuelas y recuperación de Europa después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, poco o nada tenía que ver con la revolución industrial moderna y cultural de una potencia como Estados Unidos. Es así como «se impone», un estilo de vida para los mexicanos que vivíamos al lado de Estados Unidos; mientras que la segunda generación de franco-mexicanos se alejó de su origen francés; porque, según recuerda Carlos, en la casa de sus abuelos hablaban francés entre ellos, y se comían platos franceses, en tanto el rigor de la educación era propio de este país.

Es una realidad, que los franceses que llegaron en un principio a México, no hablaban español. Luego, la generación del abuelo de Carlos, sí fue bilingüe. Y curiosamente, la generación de su papá quería era aprender inglés. «Recuerdo decirle a mi papá que quería aprender francés y me decía: ¿para qué si hablas inglés?», comenta.

Reconectando con las raíces francesas

Santa Rosalía, en Baja California Sur, es pueblo minero francés.

Lo cierto es que no se quedó con las ganas y a los 18 años se fue a Francia y descubrió su riqueza cultural. Esto le ayudó a entender mejor la colonia -y su desarrollo evidente-, al igual que su familia y su origen. Por ejemplo, Puebla también cuenta con una importante colonia francesa, al igual que  Jalisco. Cuando va a Guadalajara, percibe la influencia francesa al día de hoy, en la sociedad.

Y en Baja California Sur, también ha descubierto la herencia francesa. Nos cuenta que su hijo, quien desarrolló el Hotel Baja Club para Grupo Habita, descubrió una enorme comunidad de mineros y cultivadores de perlas. Esta última industria, era manejada por franceses, en el pasado. “Luego está Santa Rosalía, un pueblo minero de franceses, lo que demuestra que vas descubriendo franceses por todos lados. Cuando comienzo a leer la historia de los franceses en Chihuahua, por ejemplo, descubro que se dedicaban al lujo”, comenta Carlos.

Para finalizar, quiero que sepan que Carlos es un gran emprendedor de la tercera generación de la familia Couturier, y continúa, no solo exportando limón mexicano, sino que es uno de los creadores del Grupo Habita, la cadena de hoteles boutique de lujo orgullosamente mexicana, con su enfoque innovador en el diseño y en la experiencia de la hospitalidad.

Maison Couturier queda ubicada en San Rafael, Veracruz, y hace parte del grupo Habita.

En cuanto al legado de su abuelo, su antigua finca en Veracruz terminó convertida en el hotel Maison Couturier, rodeada por plantaciones de plátano, limonares y vegetación tropical. Es una pequeña “pensión agrícola” de dieciocho cuartos con terrazas privadas y detalles de mobiliario antiguo. En sus alrededores, continúa la tradición francesa: encuentras quesos artesanales, pan de agua hecho en hornos de leña, sumado a la sazón francesa de su restaurante,  basada en antiguas recetas de la familia. Al fin y al cabo, la idea es preservar esa herencia francesa de su familia, la familia Couturier.

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