Hay temas controversiales que “sacan ampolla” en la sociedad. Son tan sensibles, que hacen que las familias discutan, las parejas se peleen, y los amigos se dejen de hablar.
Me refiero a asuntos relacionados con el aborto, la eutanasia, la religión, la legalización de la droga; y por supuesto, las corridas de toros.
La “irritación”, comenzó el pasado domingo en la reinauguración de la temporada taurina en la plaza de toros La Monumental de la Ciudad de México, tras tres años de litigio.
Mientras 42.000 pro taurinos celebraban volver a la plaza gracias a la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; cientos de jóvenes antitaurinos marchaban y protestaban:“sí a los toros, no a los toreros.”
Antes de argumentar mi posición frente a las corridas de toros, es importante analizar el contexto.
La herida “volvió a supurar”. En 2022, un juez federal, le había concedido a una organización antitaurina la suspensión definitiva de las corridas. Su argumento era que “la sociedad estaba interesada en que se respetara la integridad física y emocional de todos los animales”.
Hasta ahí, todo andaba bien para los animalistas. Pero en diciembre de 2023, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, desechó el amparo dando “bandera verde” a las corridas de toros. Ahora, “la bola pasaba a la cancha” de los protaurinos. Estaban felices.
Tras las protestas e inconformismo del pasado domingo, esta semana una jueza federal otorgó una suspensión provisional en un nuevo amparo, que cuestiona la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos capitalina, promovida por la asociación Todas y Todos por Amor a los Toros.
En otras palabras, otra vez frenaron las corridas de toros en México. Habrá suspensión provisional.
A lo anterior se suma la propuesta de AMLO. Tenía que “meter su cucharada” proselitista.
Dijo que el mejor método para resolver la permanencia o clausura de las corridas de toros, es a través de la democracia. ¡No me digas!
Entonces, una de sus iniciativas, es reducir el número de participantes en las consultas populares, para que sea más accesible la democracia participativa. Y para que esto sea posible, se necesita el 40 por ciento de participación en el padrón electoral.
Por otro lado, hace un par de días, su respuesta a los protaurinos en “La Mañanera desde el Palacio Nacional” fue la siguiente: “tengan confianza en la gente, en el voto del pueblo. Porque la gente sabe muy bien qué conviene y qué no conviene.” Una postura muy propia, y bastante tibia, de nuestro presidente.
Me gusta la tauromaquia. La considero tradición y expresión cultural. Disfruto de la fiesta brava, del precopeo en las tascas alrededor de una buena paella; de tomar manzanilla y vermouth en la bota. Aprecio la técnica y habilidades que el torero pone en práctica cuando se enfrenta al toro.
También entiendo que los aficionados, llevan la tauromaquia en su alma y en su corazón. Hace parte de su historia, de su identidad.
La consideran un arte que genera emoción y conexión. Y eso hay que respetarlo, reconocerlo y valorarlo, porque es su derecho.
De la misma manera, comparto la idea de que los antitaurinos quieran abolir las corridas; de que los animalistas sientan la responsabilidad moral de rechazar cualquier tipo de actividad que implique el maltrato animal.
También apoyo que busquen alternativas culturales o deportivas para construir una sociedad más compasiva y empática con los seres vivos. Esa postura hay que respetarla, reconocerla y valorarla, porque es su derecho.
Pero… (siempre hay un pero), con lo que más me identifico, es con el respeto al libre pensar.
La reflexión es la siguiente: hay que considerar y aceptar ambas partes. Es su derecho. Lo que hacen es legal.
Benito Juárez lo dijo mejor: «El respeto al derecho ajeno es la paz”. O quizás Abraham Lincoln, cuando afirmaba que “…el sentido del respeto hacia los demás es el fruto de la madurez.»
Más allá de la propuesta “democrática” de AMLO, de los performances de los antitaurinos esparciéndose sangre en sus cuerpos; y del inconformismo de los taurinos, es hora de madurar como sociedad.
Aceptemos de una vez por todas, que todos tenemos derecho a que nuestras opiniones y acciones, tengan cabida y resonancia en este mundo.
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