Cada aroma guarda un secreto, una historia que espera ser contada. Existe una profunda conexión entre nuestro olfato y nuestras memorias. Cada olor tiene el poder de transportarnos a otro tiempo y lugar, revelando conexiones que permanecen escondidas en lo más profundo de nuestro ser.
Por Carolina Riaño * IG @errederiano
*Escritora, periodista, reportera y storyteller culinaria. Desde hace 16 años cuenta historias sobre el fascinante mundo de la cultura gastronómica, los vinos y los licores.
Hace unos años, me encontraba dictando un taller sobre aromas y recuerdos en una prestigiosa universidad de Bogotá, en donde era profesora.
Pedí a los asistentes que se vendaran los ojos y pusieran las manos bajo la mesa. Mientras tanto, pasaba puesto por puesto, acerando a sus narices una variedad de aromas para que los identificaran, en un intento de agudizar su sentido del olfato.
Comenzamos con los básicos: sal de mar, pimienta negra, ajo, clavos, canela. Siguieron unos un poco más avanzados: azafrán, enebro, achiote, cúrcuma y jengibre. Llegó el turno de los lujosos: trufa negra, caviar, sándalo y haba tonka. Y finalmente, el de las hierbas aromáticas: albahaca, romero, orégano, laurel, perejil, cilantro, y hierbabuena. Pero algo sucedió.
Al codificar a la distancia las moléculas aromáticas de la hierbabuena, una de las participantes, María Paula, frenó mi mano, se alejó y murmuró con ansiedad: “No. No puedo olerla”. Su cara de disgusto, de asco, de repudio, de repulsión y de mareo me llamaron mucho la atención.
–Pero si es hierbabuena, no huele tan mal como reflejan sus gestos. Debería evocar un recuerdo de frescura– Pensé en voz baja-.

Al terminar el taller, María Paula se excusó por su reacción. Tras su explicación deduje que esas moléculas olfativas de la hierbabuena habían viajaron directo a un recuerdo que se encontraba incrustado en su mente: el de un exceso de Mojitos en una noche de fiesta excesiva; y el de una madrugada destemplada entre vómito y cruda.
Conexión entre aromas y recuerdos
De esta misma manera que la hierbabuena disparó un «trigger» en María Paula, miles de aromas viajan todos los días a nuestras nostálgicas reminiscencias y hacen link con algún recuerdo o sensación. Solamente basta con entrar en contacto, «en conexión», con una simple oleada de un aroma que llega a nuestras fosas nasales, de manera repentina.
Como el del pan caliente recién salido del horno, el de la tortilla nixtamalizada de los puestos de tacos, el del postre de tres leches de la mamá, el de las papitas a la francesa dorándose y alistándose para escoltar una jugosa hamburguesa; el de la salsa de ciruelas en Navidad que baña un trozo de pernil de cerdo; el de un tamal humeante cuando se desnuda de sus hojas, el de las láminas de trufa cayend sobre una pasta fresca, el de un pescado frito frente del mar Caribe.
Le pregunté a algunos chefs colombianos, sobre la conexión entre los aromas y sus recuerdos. Lácydes Moreno, el único gastrónomo que ha tenido Colombia, recuerda con nostalgia en su libro «Diccionario de voces culinanarias» el olor del arroz con coco y pasitas de su casa en Cartagena. El gran Jorge Rausch, jamás olvida el aroma del caldo de pollo de la casa de su abuela. Harry Sasson revive el recuerdo de los huevos fritos con mantequilla de su mamá. Y la chef Leonor Espinosa, siempre trae a la memoria los aromas de los ahumados y de la leña de la cocina propia de la sabana del estado de Sucre, en Colombia.
Retomando la mala experiencia de María Paula, que conectó un noble aroma con un desastroso recuerdo, personalmente no soporto el aroma del melón ni el del ron (ya se imaginarán por qué). El recuerdo que me invade de «nostalgia infantil» es el del “dulce de nube”: una barra de dulce artificial, larga y rimbombante, que olía a cereza y que vendían en el colegio.
De mi rancho, jamás olvidaré el aroma aceitoso que quedaba impregnado en mis huellas, cuando despojaba una uchuva de su capullo; o el de las guayabas maduras pudriéndose en el pasto. De mi abuela, recuerdo el aroma de su lápiz labial que hoy encuentro en algunos Pinot Noir de Argentina y Chile. Y el aroma de mi casa paterna siempre será el de una chimenea, cuyas brasas se preparaban para recibir un robusto lomo al trapo los fines de semana. Ese aroma me tranquiliza, me reconforta. Es el aroma de mi hogar. Y cada vez que viene esa oleada de humo, esté donde esté, siento que abraza mi alma.
Cada uno de nosotros va guardando esencias olfativas en una especie de «caja de aromas» en nuestro cerebro, de manera hiperpersonalizada. Porque el aroma que a ti evoca un recuerdo, puede transmitir otra sensación en mi… Lo cierto es que a cada aroma le pertenece un recuerdo, o cada recuerdo se adueña de su aroma; y no solo gastronómico sino de la vida, de personas, lugares, situaciones que vivimos en este recorrido por el mundo, y que nos hacen recordar lo que muchas veces olvidamos: que somos seres sensoriales por naturaleza. Permitámonos el placer de ‘gozarnos’ los aromas y la oportunidad de recordar.