La vida en el barco no solo era una lucha constante contra enemigos y tormentas, sino también contra enfermedades que podían devastar a la tripulación. Mantenerse sano a bordo, era una batalla diaria tanto o más ardua que cualquier combate en alta mar.
Por: Ivana Von Retteg*
*Escritora, guionista, gran conocedora y lectora apasionada de la ficción náutica y la piratería. IG: @ivana_von_retteg X: @IvanavonRetteg
Imagina a cientos de hombres a bordo de un majestuoso barco pirata, tirando de los cabos para izar las velas y hacerse a la aventura en altamar. ¿Cuántos? Podía haber más de cien en una misma tripulación, compartiendo no solo la cubierta sino también el piso de coyes, donde dormirían sobre amontonadas hamacas en espacios de poquísima ventilación.
El aliento de uno era el oxígeno del otro, e inevitablemente, un frenesí de bacterias y parásitos. Y si bien el capitán se encargaba de abastecer la nave de provisiones antes de una travesía, estas podían extenderse el suficiente tiempo para que la comida comenzara a pudrirse y el agua perdiera su pureza.
Puede que el mar abierto en sí, fuera una lucha de supervivencia entre espadazos y disparos, pero mantenerse sano abordo era una batalla no menos complicada. Así que, ¿cuáles eran las enfermedades que aquejaban a todos abordo de los barcos?
Enfermedades que aquejaban a bordo de los barcos
Escorbuto
No es que hubiera mucha fruta en la cocina de un barco pirata, preferían la carne seca o las galletas. Y sin una fuente de vitamina C para nutrirse, sus encías comenzaban a hincharse y sangrar. Es por eso que, al menos en La Marina Real Británica, se servía a los marineros un jugo de limón y lima como parte de sus raciones.
Disentería
El agua potable en los barriles, eventualmente terminaba por colmarse de bacterias. Esto provocaba en los hombres una diarrea severa, dolor abdominal intenso, fiebre y deshidratación. Para calmar los síntomas, se utilizaba la corteza de roble para preparar un té. Esta contiene taninos naturales que al menos reducirían la diarrea. El vinagre diluido en agua y vino también era otra opción y se utilizaba como antiséptico. Y si los dolores abdominales eran insoportables (o cualquier otro dolor en realidad), los piratas optaban por triturar un poco de opio y consumirlo.
Tifus
Si tan solo uno de los hombres tenía piojos, era cuestión de horas para que cada uno abordo los tuviese también; y una plaga de piojos no controlada podría transmitir sin ningún problema bacterias que provocaban fiebre alta, dolor de cabeza, sarpullidos y hasta delirios. Para combatirlos, se empleaba un sistema parecido a la fumigación, donde, después de lavar toda la ropa con agua salada, el piso de coyes se llenaba de humo y vapores a propósito para aniquilar a los piojos.

Malaria
En las regiones tropicales resultaba imposible, como sucede todavía a la fecha, escapar de los enjambres de mosquitos y sus picaduras. En ese entonces, tales cosas podían llevar a un hombre a su muerte, a menos que fuese tratado a tiempo. Ya se utilizaba la quina en contra de los molestos insectos; proveniente de la corteza del árbol chinchona en los Andes, se disolvía en agua o vino, y con un poco de suerte, podía ayudar a solucionar el problema. Otra hierba utilizada con este fin era la Artemisa Annua (ajenjo dulce).
Viruela
Dado el espacio confinado, era imposible que un solo caso de viruela no se transformara en un brote. Era algo tan común, que la mayoría de los buques contaba con un cuartel de enfermos para confinar a los contagiados. Sin embargo, un método verdaderamente arriesgado pero interesante era aquel de la inoculación (variolización); consistía en la introducción deliberada de material de una lesión de viruela en una persona no infectada para inducir una infección más leve, y crear inmunidad. ¿Un intento bárbaro de vacuna? Poner pus ajena sobre piel sana, llegaba a ser la única opción.
Sífilis
Noches alocadas en la isla de Tortuga o prostíbulos colmados de hombres y mujeres lujuriosos en Hog Island (o en donde fuera); el sexo desprotegido estaba a la orden, a diestra y siniestra. De pronto ya era demasiado tarde, aparecerían las úlceras, erupciones cutáneas de aspecto horrible, fiebre y daño en órganos internos. Piratas famosos como Edward Teach (Barbanegra) no escaparon de este mal. El supuesto antídoto estaba en el mercurio, que era directamente aplicado sobre las lesiones, pero como también era tóxico, terminaba por causar daño renal, problemas neurológicos, y eventualmente, la muerte.
Esta era la vida de los hombres de mar, no solo piratas sino marineros y oficiales respetables. Es cierto que en ese entonces el acceso a médicos era limitado así como a medicinas de alto nivel, tan solo en antibiótico no se conoció hasta el siglo XX, pero esto no detuvo a las tripulaciones de encontrar soluciones pasajeras a los síntomas entre infusiones, vapores, plantas y otras técnicas ingeniosas de su tiempo.