¿Qué tienen en común los productos que habitan en el refrigerador y en la despensa con el estado civil? Échenle un vistazo al interior de tus compañeros culinarios y verán de qué te estoy hablando.
Por: Carolina Riaño * IG @errederiano @rderiano
*Escritora, periodista, reportera, storyteller culinaria. Desde hace 16 años cuenta historias sobre el fascinante mundo de la cultura gastronómica, los vinos y los licores.
El refri y la despensa que más recordamos con cariño, son los de nuestra infancia. Siempre abundantes, generosos, nutritivos. En ellos convivía un demo del súper, y la responsabilidad de que hubiese un gran surtido, recaía en mamá, quien conocía cada uno de los gustos de la familia.
Cuando los abríamos, estaban repletos de nuestros alimentos favoritos y de una que otra sorpresa hecha con amor. Porque insisto: el amor se transmite a través de la comida.
Qué emoción era llegar de la escuela hambrientos, abrir el refri y prepararnos un tazón de leche con Chococrispis; o un batido de plátano. ¡Tortillas, queso oaxaca, jamón. Todos al comal y listas las sincronizadas! Un snack de queso Filadelfia con galletas Ritz, rollitos de jamón y queso; salchichas con jugo sazonador Maggi y limón; una manzana verde helada, un jugo Frutsi sediento de ser bebido.
En la despensa, Sabritas, Gansitos, ChocoRoles, Pingüinos, galletas con chispas de chocolate, donitas del Costco y pan dulce, esperaban ansiosos y listos para ser devorados. ¡Un premio para el paladar!
Pronto crecemos. Nos convertimos en adolescentes detestables. Y algunos de esos productos que habitan en el refri y en la despensa -y que antes mirábamos con desprecio-, comienzan a llamar “demasiado” nuestra atención.
La cerveza comienza a esfumarse de la puerta del refri “como por arte de magia”, al igual que la botella de vino que guarda mamá para desglasar y hacer salsas. Aún recuerdo a la mía, desconcertada, ¡preguntando quién se estaba bebiendo el vino blanco para cocinar!
De la misma manera, desaparecen, en cuestión de segundos, jamones, quesos, salchichas. Estábamos creciendo.
Ahora nos hemos convertido en adultos jóvenes. Estamos en la universidad o quizás en nuestro primer trabajo. Nos independizamos de nuestros padres y nos fuimos a vivir solos a un departamento.
Necesitamos comprar un refri pequeño, o quizás pedir uno prestado, como fue mi caso. Recuerdo con cariño el refri que me prestó mi tío, setentero, verde menta, pesado como un elefante.
El refri marca Centrales, era saludable pero básico. Exhibía tuppers con fruta, huevos, jamón, quesos, leche de almendras, vegetales de la semana, vino de caja para cocinar, vino blanco para beber y cerveza, por supuesto.
Mi alacena era un bufé, que a su vez era mesa de centro, comedor y buró. En su cajón reposaban las primeras especias que tuve: páprika, sal Maldon, jengibre en polvo, pimienta en grano, tomillo, laurel, orégano, pepperoncino. También pan tostado, enlatados, spaguetti, salsas, papas fritas, y algunas botellas de vino chileno y argentino.
Mientras tanto, descubría que la antítesis de mi refri y de mi alacena, era la de mis amigos solteros, en donde siempre había medio limón dañado, un jamón “con moretones”, cerveza “a la lata” y un tetrapack de algún destilado.
“A barriga llena, corazón contento”
Cuando nos casamos, el refri, ahora refri smart, se recupera. Vuelve a ser el centro de atención de la casa. Por algo dice el refrán: “a barriga llena, corazón contento”.
Ahora, productos exquisitos como quesos franceses, jamones curados y embutidos españoles se apoderan de los estantes, al igual que un sinnúmero de salsas que recolecto en todos los super del mundo.
En la de nosotros no pueden faltar mantequilla francesa, quesos italianos y franceses; cerveza, agua mineral, leche de almendras, huevos, salsas de todas las clases, alcaparras, mostazas, pickels. Aún continúan los tuppers con fruta, quibbes, tortilla de papa española, papas a la francesa sabor a páprika, salmón y steaks. Le sumo a la alacena mejillones, cebollitas crujientes y anchoas.
Estado civil: barriga llega, corazón triste
Algunas parejas, quedan “con la barriga llena pero con el corazón triste.” Es el caso de los separados, divorciados, que vuelven a su refri básico para una sola persona; con la diferencia de que ahora los domicilios y la casa de los papás son comodines para no pasar hambre. Hay huevos, queso, jamón, uno que otro vegetal, fruta, jugo de naranja y, claro, cerveza y vino.
Otras personas logran vivir muchos años con “un refri lleno y su corazón, contento.” Hasta que un día llega la muerte, y no solo les arrebata para siempre a su pareja sino también el apetito de quien se queda. Porque jamás, jamás vuelves a a comer igual. Cambia tu estado civil, tu apetito, y de nuevo tu refri y alacena.
De nuevo están vacíos porque el corazón está triste. Quizás el compartimiento más lleno es el freezer, en donde se almacenan tuppers y tuppers de comidas y cenas para uno. Aunque cuando los nietos van de visitan, lo compañeros de aventuras culinarias se llenan de alegría con las botanas favoritas de los niños. Esos niños que alguna vez fuimos.
Es cierto. Los ecosistemas del refri y la alacena están directamente relacionados con el estado civil de su dueño, convirtiéndose en un ciclo interminable, porque los de los abuelos siempre se convierten en la de los nietos.
