Arielle Cojuc y su familia vivieron una odisea para escapar de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a la intervención del diplomático mexicano Gilberto Bosques, Arielle consiguió una visa para salir de Europa junto a cientos de personas. Este acto de valentía le permitió sobrevivir y encontrar la libertad. Hoy, después de más de 60 años de matrimonio con Georges Cojuc, comparte su historia de supervivencia y esperanza.
La historia de Arielle Cojuc, conmueve. Un gran ángel, Gilberto Bosques, un funcionario del consulado de México en Francia, le consiguió una visa junto a cientos que judíos y no judíos, para que pudieran salir de Europa. Le consiguió su libertad, la salvó de los nazis. Ariel lleva casada con Georges Cojuc más de 60 años, y hoy, ambos están frente a mí.
Había oído su historia. Diversas personas me recomendaron que platicara con Arielle. Era muy cercana a mi papá, que ya murió; a mi mamá, que ustedes la conocen, y también a mis tíos.
Ha llegado la hora de que le eches un vistazo a esta conmovedora entrevista:
El comienzo de la Segunda Guerra Mundial y la vida en Normandía

Es hora de retroceder en el tiempo. Vámonos a 1939, cuando empieza la Segunda Guerra Mundial. Arielle, de siete años, y su familia, viven en París, su ciudad natal; pero tienen una casa de verano en Normandía. Allí pasaban las vacaciones, desde julio hasta septiembre. El 3 de septiembre, estando en su casa de veraneo, en Francia declara la guerra a y Alemania. Recordemos que Polonia había sido invadida el primero de septiembre y Francia, en su pacto solidario, se manifestó también como beligerante contra Alemania.
Los padres de Arielle deciden que lo mejor es quedarse en la casa de Normandía, en Cabourg, a orillas del canal de la Mancha, e iniciar su nueva vida; aunque su papá debía viajar a París por cuestión de negocios. Por otro lado, como el hermano de Ariella prestó el servicio obligatorio para poder empezar sus estudios, se ve forzado a ingresar al ejército francés de manera formal, ya estaban reclutando.
La casa de Normandía se convierte en un punto de encuentro de familia. Su mamá, sus hermanas, sobrinos, la media hermana de mi mamá y mamá: todos iban y venían a esa casa continuamente durante las vacaciones. “Era como una población familiar flotante”, recuerda Arielle.
En mayo de 1940, su tío Simón, que trabaja en una fábrica de armamento comenta a la familia que “ve mucho sabotaje en la fábrica de armamento”, “que las noticias que llegan por radio no son verídicas”, “que realmente los alemanes avanzan mucho más de lo que se le deja saber al público”. El tío Simón ve la situación peligrosa. Hay que empacar maletas y salir pronto.
La huida de Arielle y de su familia hacia el sur por culpa de los Nazis
Enseguida, dejan Cabourg. Se desplazan hacia el sur, empiezan un recorrido continuo durante tres meses. Arielle y su familia avanzan despacio, mientras miles de personas huyen junto a ellos en autos, carretas, bicicletas, a pie. “Llevábamos dos colchones arriba del auto, porque ametrallaban. Éramos población civil, pero aun así la ametrallaban”, menciona Arielle. Se convierten en emigrantes.
Los aviones pasan a cada rato. En la cajuela, la familia de Arielle lleva lo que pudo empacar. Van dejando todo atrás. Recorren toda la costa atlántica y llegan al puerto de La Rochelle, el el 17 de junio de 1940.
Y cuando entraron por un refrigerio a un bar, Arielle se impresiona mucho y lo vivido, lo recuerda como si fuera hoy: “todo el mundo estaba llorando, hombres maduros llorando, muy impresionante”, asegura. El motivo, el mariscal Philippe Pétain, general y jefe del Estado francés, había anunciado la rendición de Francia. Afortunadamente, un día después, Charles de Gaulle, general y estadista francés que dirigió la resistencia francesa contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, devuelve la dignidad a los franceses. Desde Londres, declara que Francia “había perdido una batalla, pero que no había perdido la guerra, y que había que seguir con el espíritu de pensar que no éramos un pueblo vencido.” Así lo recuerda Arielle. Las palabras de De Gaulle, reconfortan.
La familia de Arielle sigue su camino hasta Saint Jean de Luz, una comuna francesa, situada en los Pirineos Atlánticos, en la región de Nueva Aquitania. Allí, campesinos los albergan durante un mes. Arielle recuerda que “era muy rústico, pero era vida de campo. Era julio, hacía calor y estaba agradable.”

Un mes después, parten hacia el país vasco, a la frontera con España, considerada zona libre. Sin embargo, el sur de Francia estaba gobernado por el gobierno de Vichy, quien colaboraba con el ejército alemán nazi. Allí realizaban muchas redadas para deportar y exterminar a los judíos.
La familia sabe que tiene que guardar un perfil muy bajo. Entre menos la vieran, mejor. En las rancherías, por ejemplo, pueden adquirir mantequilla, huevos, leche, queso, en el mercado negro y a un precio muy elevado. Incluso, las autoridades les dan cupones para alimentarse.
El incidente en Marsella y la valentía de la mamá de Arielle
Es 30 de septiembre. La familia parte hacia Marsella. El tío Arturo, quien estaba en comunicación con el papá de Arielle por telegrama, informa que pronto recibirían las visas para ingresar a México.
Mientras están en el hotel en Marsella, sucede un episodio que marca la vida de la familia para siempre.
Estaba prohibido usar energía eléctrica. En la habitación se encuentran Arielle, su mamá, sus sobrinos y hermanos. El papá y una hermana han salido. Preparan un atole para uno de los niños, en una parrilla eléctrica.
De repente, tocan a la puerta. La mamá de Arielle pregunta quién es. Dicen que es la policía. Enseguida, la mamá de Arielle desenchufa la parrilla. La esconde bajo la cama, abre la puerta y le pregunta al inspector de policía que se ofrece.
-“Quiero ver sus papeles”, -dice el hombre.-
-¿“Por qué? –pregunta la madre de Arielle.-
– ¿Es usted de confesión judía? -cuestiona de nuevo el inspector.-
-“Si, y que me enorgullezco de ello”,-responde la mamá.-
El inspector pide de nuevo ver los papeles, los revisa y le pide a la mamá de Arielle que lo siga.
-“No lo puedo seguir. Tengo cuatro niños aquí en la recámara”-, dice la mamá de Arielle.-
– “Me va usted a seguir con los niños.”-responde el inspector.-
– No, no lo voy a seguirlo con los niños”.-dice la mamá.
-“Entonces si no viene usted por la buena, me la voy a llevar por la fuerza” -responde el inspector.-
– “Si usted toca un cabello de la cabeza de estos niños, le voy a hacer el escándalo más grande que Francia haya conocido desde Charlotte Calder”- responde la mamá de Arielle.-
– “Perdón, señora, son órdenes, -continúa el inspector.-»
-“No, no dijo perdón, dijo, son órdenes. Y siendo miembro de la policía francesa, debería de darle vergüenza ejecutarlas» -dijo la mamá de Arielle, y enseguida cerró la puerta.
En un acto de valentía, la mamá de Arielle salva a toda su familia. Poco después, se entera de que fueron los únicos judíos que quedaron en ese hotel. A los demás se los llevan a los campos de concentración. Los deportan a todos.
Sabían que al siguiente día iban a regresar. Salen a las cinco de la mañana rumbo a los Pirineos.
En los siguientes días, el padre de Arielle va al Consulado de México. Conoce al licenciado Gilberto Bosques, encargado de expedir visas por parte del gobierno mexicano para los republicanos españoles, que también eran perseguidos; y también para los judíos.
Cruzando fronteras: la huida de Arielle y su familia hacia México
Así que la aventura continúa. Para embarcarse hacia México, atraviesan España y llegan a la costa atlántica de Portugal. Y es que llegar a México para Arielle y su familia, se convirtió en un sinónimo de sobrevivir, de salvar sis vidas, “porque en Europa cada vez cerraban más el cerco a los judíos”, menciona Arielle.
Durante la travesía en tren rumbo a Madrid, el invierno es muy crudo. Hace un frío tremendo. La gente brinca para tratar de mantenerse con calor y se flotaban los brazos. Ya en la ciudad, la familia llega a casa de los Fernández, unas amistades de los padres de Arielle. Les ofrecen quedarse unos días, pero eran ocho personas, y la prioridad era llegar a Lisboa lo antes posible para embarcarse a México.
En Lisboa esperan un mes. Hay mucha demanda en los barcos cargueros de marina mercantil, acondicionados como barcos de turismo, para poder desplazar refugiados hacia Cuba, Estados Unidos y, por último, México.
Travesía en barco y llegada a México
Me causa curiosidad preguntar a Arielle cómo era el barco, qué veía, qué hacía durante ese viaje que duraba 31 días, sorteando submarinos alemanes, navegando a oscuras.
“Yo entonces tenía 10 años. Íbamos en la parte baja del barco. Me mareo todavía porque se movía muchísimo. Éramos ocho y había que cubrir los pasajes para todos. Viajamos muy amigablemente con los demás refugiados”, comenta.
Incluso, hizo amigas en el barco. Una de ellas es Michelline Deca, que vive en México, se ven con mucha frecuencia.
Para finalizar, le pregunto a Arielle cuál fue su primera impresión cuando llegó a México. Me cuenta que sintió mucha cordialidad, que es país muy cálido, y la gente es extraordinaria. En tanto la gente de Veracruz es bella, como todos sabemos. De hecho, recuerda a Veracruz como “un bálsamo de paz.” Pero más que de paz, también de amor.
Definitivamente, para Arielle y su familia fue una sensación muy bonita llegar a México. Recuerda mucho a las personas de ayuda de casa, “que tenían unas trenzotas maravillosas”, y cantaban la Feria de las Flores y boleros. “Antes de aprender a hablar español, aprendí las canciones”, asegura Arielle.
También comenta que está “más que profundamente agradecida a México”, un país que les abrió los brazos en un momento en que “se trataba de vivir o de ser exterminado en las peores condiciones”; en un contexto de “atrocidades infrahumanas” que se cometían en ese entonces. México es un país de luz y de resplandor, que permite a emigrantes como Arielle crecer, educarse, tener a mi familia, y verlos salir adelante.